lunes, 16 de septiembre de 2024

Reflexión de una ancianita.....

Cuando una anciana falleció en un asilo, todos estaban convencidos de que no había dejado nada de valor. Sin embargo, al revisar sus escasas pertenencias, las enfermeras encontraron una carta. El contenido y la calidad de sus palabras conmovieron a todo el personal. Era un poema, sencillo pero profundo, que decía así:

— ¿Qué ven, hermanas? ¿Qué ven realmente cuando me miran?

— ¿Ven a una anciana gruñona, con un rostro marcado por las arrugas, con una mirada perdida en la distancia? ¿Ven a una mujer que ya no parece entender lo que pasa a su alrededor? La que empuja la comida, la que no responde cuando la animan a hacer un esfuerzo. ¿Ven a esa anciana que constantemente pierde sus cosas y que, resignada, acepta sin quejarse todo lo que hacen por ella, dejándose bañar, alimentar y regañar?

— ¿Es eso lo que piensan? ¿Es eso lo que ven?

— Si es así, abran los ojos, hermanas, porque esa imagen no me define. Aunque me vean aquí, sentada y en silencio, cumpliendo con todo lo que me piden, permítanme contarles quién soy realmente:

— Soy la niña de 10 años que corría por el campo, rodeada de una familia que la amaba. Soy la joven de 16, con sueños y esperanzas, esperando encontrar al amor de su vida. Soy la novia de 20, con el corazón latiendo fuerte mientras prometía amor eterno. A los 25, me convertí en madre, con hijos que necesitaban de mi guía y un hogar lleno de amor.

— A los 30, mis hijos crecían, y yo atesoraba esos lazos que creía inquebrantables. A los 40, aunque mis hijos habían volado del nido, mi esposo estaba a mi lado, cuidando de mí, asegurándose de que no me sintiera sola. A los 50, una nueva generación jugaba en mis rodillas, y redescubrí el amor y la alegría de la maternidad.

— Pero luego, las nubes oscuras llegaron; mi esposo falleció, y el futuro se tornó incierto y aterrador. Mis hijos, con sus propias familias, se distanciaron, y yo me encontré rememorando los años que se fueron, los amores que viví. Ahora, aquí estoy, vieja... la vejez me ha arrebatado la fuerza y el atractivo, dejando en su lugar un cuerpo debilitado, donde antes latía un corazón lleno de vida, ahora siento una pesada piedra.

— Sin embargo, dentro de estas ruinas, aún vive la joven que fui. Mi corazón, aunque cansado, aún sabe recordar con intensidad. Recuerdo los días de alegría y tristeza... En mi mente, vuelvo a amar, vuelvo a vivir mi pasado...

— Pienso en esos años que pasaron demasiado rápido y acepto la verdad inevitable: nada dura para siempre.

— Por eso, les pido que abran los ojos, que realmente vean. Ante ustedes no está solo una anciana malhumorada. Estoy yo, la persona que fui y que aún soy.

Recuerden estas palabras la próxima vez que se encuentren con una persona mayor. Antes de apartar la mirada, intenten ver más allá, hasta el alma joven que todavía habita dentro de ellos. Y nunca olviden que, detrás de esas arrugas y esa apariencia frágil, hay una vida llena de historias, sentimientos y recuerdos.

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