lunes, 18 de agosto de 2025

El alcohol le salvo la vida

Aunque todo parecía perdido, Charles Joughin permanecía sereno...

La noche del 14 de abril de 1912, cuando el Titanic chocó contra un iceberg, el caos reinaba en cubierta. Pasajeros y tripulación corrían desesperados, sin liderazgo ni plan. Pero aquel hombre, jefe de panaderos, encontró un propósito en medio del desastre.

Primero, ordenó repartir hogazas de pan entre los botes salvavidas, para que los supervivientes tuvieran alimento en alta mar. Después, ayudó a mujeres y niños a embarcar, rechazando ocupar un lugar que le correspondía. Su gesto silencioso salvó vidas.

Cuando el agua helada devoraba el barco, Charles comprendió que lo suyo sería distinto. Se encerró en su camarote, bebió todo el whisky que pudo y, con un extraño coraje, comenzó a lanzar sillas por la borda para que sirvieran de flotadores. Luego saltó él mismo.

Muchos murieron en minutos bajo el frío del Atlántico. Pero el alcohol, paradójicamente, mantuvo su cuerpo en movimiento y lo libró de la parálisis del hielo. Flotó durante horas hasta hallar un bote salvavidas. El primero lo rechazó por falta de espacio. El segundo le abrió paso.

Al amanecer fue rescatado, sin heridas ni secuelas que delataran aquella noche imposible. Vivió hasta los 78 años, demostrando que a veces la vida se aferra de las formas más insospechadas.

La historia de Charles Joughin es la de un hombre común que, entre el miedo y la tragedia, eligió ayudar, resistir… y sobrevivir.

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