Facundo Cabral solía decir que los problemas no nos quitan nada, sino que nos liberan de lo que no necesitamos. Que la vida no castiga, enseña. Y que cada pérdida es, en verdad, una oportunidad para caminar más livianos.
Para él, la muerte no existía como final, sino como mudanza. Un tránsito hacia otra casa donde esperan quienes nos amaron. El amor, lo único verdaderamente nuestro no se pierde, se transforma en memoria viva.
Cabral encontraba la riqueza en lo simple: en la música de Mozart, en el olor del pan recién horneado, en el vuelo de un pájaro. Allí donde muchos solo ven rutina, él descubría milagros cotidianos.
Incluso en el dolor, veía sentido. La enfermedad decía o nos enseña humildad y gratitud, o nos libera definitivamente del cuerpo. Cualquiera de las dos cosas es un regalo.
Y frente a la tristeza, proponía la acción: ayudar, servir, amar sin medida. Porque quien da, se encuentra a sí mismo. Y quien ama, termina fundiéndose con el propio Amor, más allá de cualquier odio o violencia.
Su mensaje, en esencia, fue este: vivir ligero, agradecer lo que hay, compartir lo que somos y recordar que la vida siempre vale más que el miedo.
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