miércoles, 6 de diciembre de 2017

JESÚS "CACAO" VALDEZ EN SUS PROPIAS PALABRAS




Carlos Valmore Rodríguez | BeisbolPlay

CAPÍTULO I

EL OZZIE QUISQUEYANO

Me hice pelotero como un regalo para mi papá, buen jugador que no alcanzó a convertirse en profesional. Quería que me dedicara al beisbol como mi hermano mayor, Merkin Valdez, un pitcher que llegó a las Grandes Ligas. Siempre me decía: “hijo, juega pelota, que tú serás el Ozzie Smith dominicano”. Me veía habilidades de shortstop y me esforcé por serlo. Todos los días me paraba a las cinco de la mañana para darle esa satisfacción. Y lo complací. El 12 de agosto de 2002, día de su cumpleaños, firmé con Chicago Cubs. Ese fue mi obsequio.  Eso sí: nada de Ozzie Smith. Un día estaba en la tercera base y me metieron un rolling por la boca que me la dejó bien grande. Ahí le dije a mi papá: lo que vas a tener es un Vladimir Guerrero porque lo que soy yo voy pa’tras.

Como mi papá, mis tíos y mis hermanos mayores jugaban pelota, el beisbol formó parte de mi vida desde que nací en un campito llamado San Cristóbal Palenque, al sur de República Dominicana. Vengo de familia grande, el cuarto de  ocho hermanos. Con mis hermanos jugábamos desafío contra otros muchachos del barrio. Por dinero, ¿tú sabes?, para que hubiera mayor motivación. Algo entre nosotros mismos, para beber refrescos. Nos juntábamos varios en cualquier terreno donde la bola se perdía entre las ramas y uno buscándola. Cero maldad. Tenía yo diez, once años. Los perdedores pagaban los refrescos.

Éramos pobres, así que jugábamos pelotica de media. Agarrábamos medias, le poníamos hilo y jugábamos, aunque a veces la media se desbarataba cuando dábamos un palo, que podía ser de escoba o un bate hecho por nosotros con un tronco que agarrábamos de un monte y cortábamos con un machete. Ahí había que esperar a buscar otras medias para seguir. Mi mamá nunca nos regañó por darle ese uso a las medias, pero con mi hermana sí que tuvimos problemas porque le arrancábamos la cabeza a sus muñecas para convertirlas en pelotas. ¡A batearle la cabecita a la pobre muñeca! También nos hacíamos nuestros guantes con cartones para jugo o con cajas. Todos lo sabíamos hacer. Mi primer guante de verdad me lo vino a dar Félix Peña, un comediante bien reconocido en Dominicana que conocía a mi papá porque los dos trabajaban en una estación de televisión famosa allá, Telemicro, canal 5, donde el papá mío pasó  doce años manejando el boom (micrófono que se coloca sobre el set de grabación). Bien bonito, el guante. Cuando me lo regalaron tenía como 13 años de edad.

Éramos pobres, sí, pero gracias a mi papá nunca nos faltó la comida.  Jamás tuve que trabajar ni nada para poder jugar al beisbol.  Yo estudié hasta faltarme un año para ser bachiller. Como mi mamá quería que siguiera los estudios iba al play (estadio) en el día y a las clases en las noches, hasta que le pedí dedicarme por completo al beisbol, a ver si conseguía la firma que tanto deseaba mi papá. Y a los 16 años, ya para 17, ocurrió.

Jugaba en la liga infantil Epy Guerrero y el señor que era el dueño de la liga, Epy de la Cruz,  tenía un hijo que trabajaba con Chicago Cubs. Se llama Henry De La Cruz. Él siempre iba a ver los juegos y una vez me vio y pensó: este muchacho tiene talento para beisbolista profesional. Eso fue en 2002. Él me dijo: “me gustaría llevarte a la escuela de Chicago Cubs para que te vayan viendo y tú vayas soltando los nervios”. Me llevó en enero. Yo puedo decir que no hice try outs ni cogí lucha buscando firma. Recuerdo que fui un jueves a la academia de Chicago en San Pedro de Macorís para que me viera José Serra, el scout de ellos. El domingo, Serra le dijo a mi papá: “tráemelo”. Y para mejor cosa, en los Cubs jugaba el pelotero favorito mío: Sammy Sosa. Entonces con más gusto todavía firmé con ellos. En 1998 (cuando Sosa compitió con Mark McGwire por el récord de Roger Maris de más jonrones en una temporada) yo en mi casa saltaba más alto que él, gozando esos palos que daba. Ahora había la posibilidad de convertirme en su compañero.

Otros hermanos míos jugaban también, pero los señores que los tenían pedían mucho dinero  y entonces se quedaban ahí. No llegaban a firmar. ¡Y tan buenos que eran! A mí me firmaron por 50 mil dólares, gracias a Dios. Y digo gracias a Dios porque el bono no hace al pelotero. Yo quería estar firmado y fíjate: aún puedo jugar beisbol.  Nos mudamos a la capital (Santo Domingo) en el 96, pero en verdad no me mudé, porque fui a la capital y regresé al campo otra vez. En 2001, cuando era más hombre y jugaba más beisbol fui a la capital de nuevo a ver si hallaba la oportunidad que buscaba. La encontré y eso lo disfruté mucho porque me dio un poco más de independencia. Es que mi papá era muy estricto. A las seis de la tarde ya nos mandaba a dormir. Ahora podía salir, y eso.

CAPÍTULO II

VISA PARA UN SUEÑO

En 2003 me tocó ir por primera vez a Estados Unidos. ¡Wuao!  Ahí se me vino el mundo encima. No es como cuando estás en un campo y vas a la ciudad y dices: uno regresa mañana. Los problemas comenzaron apenas al llegar al aeropuerto de Miami. Era primera vez que viajaba y fui con un amigo. Yo llevaba una maleta grande y mi amigo, que era más viejo que yo y llevaba años viajando, tenía problemas con los papeles. En esa época había mucha gente en Dominicana que firmaba con otra edad y entonces, cada vez que llegaba al aeropuerto, a él lo metían en la oficina. Y cuando lo estaban llevando le pregunté: roomie, qué hago ¿Te espero aquí? Entonces el policía me dice: “¡No! Tienes que buscar tu puerta”. Y digo yo: ¿cómo que buscar mi puerta? ¿Y cómo yo lo hago? Pues iba con mi maleta grande, preguntando y sin saber qué hacer. Hasta que una señora me vio la cara de preocupación y me ayudó. Pero ella me hablaba en inglés. ¡Ay Dios mío! Y nada, ella me explicó con un par de señas.  Cuando finalmente llegué a la puerta, con mi maletón grandote, me dicen que yo debía haber pasado la maleta por debajo. Alguien me preguntó: ¿Muchacho, y por dónde tú subiste eso? Le dije: no sé, pero en este avión voy yo para Arizona. Así comenzó mi historia en Estados Unidos. 

Ahora estaba en Arizona, en Mesa, y todas las semanas llamaba a la mamá mía y le decía: me quiero ir de aquí, ya no quiero estar aquí. Pero ella me daba fuerzas. Me aconsejaba: ese es un paso que estás dando. Después me fui acostumbrando. Al principio me mandaron a jugar la Rookie (liga de novatos) y duré como dos meses y medio. Al año siguiente llegaron más dominicanos y me sentía más en confianza, más en casa. En 2005 fui a la clase A corta y me alojaron con una familia. Vivía con ellos muy bien, pero tenían unos perritos que hacían bulla desde las cinco de la mañana y no dejaban dormir a nadie. Y yo pensando: ¿Tengo que aguantar esto todos los días?

En 2004 me lesioné y no sé ni cómo fue. Sé que me molestaba el brazo, pero pensaba que era una molestia normal. Hago mi Spring Training temprano y un día me llaman a la oficina y me dicen: “Valdez, mañana vas a ir a un juego (de pretemporada) en Grandes Ligas”. Yo estaba en el campamento de ligas menores y lo primero que dije fue: ¡¿Con Sammy Sosa?! “Sí, vas pa’rriba mañana a jugar. El mánager era Dusty Baker. Voy a su oficina, me saluda y me dice: “Hoy Moisés Alou (descollante exgrandeliga quisqueyano) va a coger tres turnos. Y después de esos tres turnos vas a entrar a jugar leftfield”. Y resultó que Moisés ya había tomado los tres turnos como al tercer inning. “Valdez, tú vas a jugar”. Yo estaba asustado y decía, naa, pa’lante. Esto es lo que yo sé hacer. Ese día me molestaba el brazo y venía Ichiro (Suzuki, estelar bateador japonés, autor de más de tres mil hits en las mayores). Yo decía: Dios mío,  sé que tú eres grande, pero que no le dé por aquí. Primer lanzamiento e Ichiro da una línea para el leftfield. Y la cogí. Hubo batazos entre dos, flys de sacrificio, tiros al home. Y cuando tiraba me molestaba mucho el brazo y los disparos me picaban cerca, casi en los pies. Cuando hicimos los tres outs, Dusty Baker me jaló y me dijo en español: “Valdez, ven acá, ¿qué tú tienes?” Le contesté: “estoy asustado”. Preferí no decir que me dolía el brazo porque quería jugar, pero ya no aguantaba más. Se terminó el partido y de ahí tuve que ir a Chicago a que me revisaran. Me desbaraté todo el codo: el tendón, todo. Me hicieron la operación Tommy John y Dusty Baker fue donde mí y me aconsejó que no volviera a hacer eso, que podía perder mi carrera por ocultar una lesión, que estaba joven. Le contesté: no se ve todos los días eso de jugar con Sammy Sosa al lado. Al menos pude conocer a mi ídolo. Cuando llegué al clubhouse estaban todos ahí, pero busco al hombre y no lo veo. Estaba en el gimnasio. Cuando al fin lo veo digo: “¡¡Wuao, Sammy Sosa!! Para donde se movía él miraba yo. Él vino donde mí, me saludó y me dio guantillas y zapatillas. Solo pude decirle: Sammy, no puedo creer que estoy aquí contigo. Se me puso a las órdenes para lo que necesitara. Unos spikes que él me dio los tenía guardados. En estos días estaba preguntando por ellos y me dijeron: ¡Muchacho: eso se desapareció hace mucho!

CAPÍTULO III

EL DESTIERRO

En 2007 no terminé la temporada. Y eso que fui al Juego de Estrellas en clase A fuerte. Me llama el jefe y me comenta: “Valdez, después del Juego de Estrellas te vamos a mandar a AA. Y yo, contento. Luego del Juego de Estrellas me llaman a la oficina. En la mente mía está que voy a AA. Y vienen es a decirme que me dejaron libre. Sentí que el mundo se me vino encima, porque estaba bien ahí. ¿Ir al Juego de Estrellas y que luego te vengan con eso? Cuando me dan la noticia, a mí me dio por reírme, y reírme, y reírme. Entonces llamaron a Robinson Chirinos (catcher grandeliga venezolano), que jugaba conmigo. El tipo le dice a Chirinos: “explícale que no se esté riendo, que lo acabamos de dejar libre”. Y yo le contesté: ¿Qué tú quieres, que yo llore? Me fui a una liga independiente que estaba por California, pero jugué muy poco ahí. El mánager de allá me preguntó: “Valdez, ¿juegas centerfield?”. Le contesté: no, pero igual voy y lo juego. Dan un fly de esos en los que entran el shortstop, el segunda base y el centerfielder. Vamos los tres, estoy mirando la bola y veo que el segunda va entrando y el instinto mío es deslizarme; y él también se deslizó y lo agarré en la pierna y le cogieron cuarenta puntos. El tobillo mío se jodió. Y pensé: hasta aquí llegó mi carrera. No voy a jugar más pelota. Pero fui a Dominicana a jugar y también solicité una visa americana. La cita en la embajada me la pusieron para el 22 de diciembre de 2007. Por esos mismos días me llamaron los Nacionales de Washington. Querían verme el 22 de diciembre. Imagínate: ya tenía la cita, había pagado el dinero ¡Wuao, y ahora qué hago, Dios mío! ¿Esto es una prueba o qué? Bueno, voy a pegar mi último tiro en el beisbol. Tenía 21 años. Fui a que me vieran y me comentaron: en enero vienen los americanos, para que te vean. Pregunté: ¿De verdad? Pero díganme si tengo chance. Sí, sí, tienes chance, respondieron. Cuando llegaron los americanos, ¡muchacho, se volvieron locos conmigo! Llamaron a Serra, el scout de los Cachorros, porque cuando a uno lo dejan libre, y otra organización se interesa en ti, ellos llaman al equipo que te dejó libre para preguntar por qué lo hicieron. Serra les dijo: “fírmenlo con confianza”. Él sabía que en Chicago Cubs un coach la cogió conmigo, me quiso sacar hasta que me sacó. Serra me llamó a mí y me dice: “mira, ¿tú y que estás saliendo y bebiendo mucho?” No, Serra. Tú sabes que no hago nada de eso. Me dijo: “Me llamó la gente de Washington. Si tú fueras un pelotero de esos perros que hay por ahí no les recomiendo que te firmen, pero ya les di luz verde para que lo hagan”. Así comencé a jugar otra vez en Estados Unidos.

En 2012, estaba con los Nacionales y me llamaron a la oficina. Y yo pensando: ¿Me botaron, fue? Porque estaban todos los jefes. Me explican: Te trajimos porque eres buen muchacho y has tenido buen desempeño. Por eso te vamos a premiar este año: en septiembre te subiremos a Grandes Ligas y luego te dejaremos ir. Pero ese año me lesioné la rodilla y había que operarme. Querían que terminara jugando y me pusieron cortisona para que pudiera hacerlo, pero me advirtieron que ya no me iban a poder subir porque no querían que me lesionara arriba. Me buscó otra organización, pero les aclaré que ya no quería seguir jugando en Estados Unidos porque no tenía más nada que buscar en las menores. Y dejé todo. Dejé guantes, zapatillas, todo, en Dominicana. Me fui a Nueva York con mi papá, que vivía allá. Veía a los amigos míos que se levantaban a las cinco de la mañana y llegaban a las diez de la noche por ganarse 300 dólares semanales. Y el papá mío me jaló: “Jesús, ¿eso es lo que tú quieres?” Le conté que no quería jugar más pelota en Estados Unidos, a lo que él me respondió: “no importa dónde sea. Sigue jugando, que tú tienes”.

CAPÍTULO IV

CACAO DE EXPORTACIÓN

Justo en ese momento me llamó Édison Rentería (del clan Édgar Rentería, paracorto colombiano, campeón de Serie Mundial con los Marlins de Florida). Yo lo conocía a él de la liga colombiana, en la que he jugado casi toda mi vida, desde 2006, cuando Chicago Cubs me mandó a Barranquilla a jugar para que no perdiera el año entero por la lesión. Rentería me preguntó: “Valdez, ¿dónde tú estás? ¿Estás jugando?” Le dije que no y me mencionó que había un equipo de una liga independiente japonesa que estaba buscando un primera base “¿Tú juegas primera base?” Le dije: Édison, esa es la base mía. El equipo de él en Colombia tenía un convenio con uno de Japón por el que van a japoneses a Colombia y él les consigue peloteros de la liga colombiana a los japoneses. Y así fui a Ishikawa, en 2013. Hasta campeón fui. Gané anillo, aunque solo estuve la primera mitad. Allá me sentía relajado, suelto, como Pedro por su casa. A lo mejor porque nadie hablaba mi idioma. Allá sí camina la bola y los japoneses son buenos compañeros. Te dan luz verde para que te sientas bien, en casa. Aprendí algo del idioma, pero ya se me olvidó. Japón está bonito. Todo se ve como en HD. En 2014 me llamó otro equipo y me fue bien. Metí 20 jonrones, empujé noventa y pico. Gracias a eso los Gigantes (de Yomiuri) me iban a firmar, pero en ese momento se fueron como tres cubanos, los firmaron y me dejaron a mí. Me puse a pensar: ¿será que nací para ser pobre o no tener la oportunidad de jugar en un equipo de esos grandes? La gente me dice: “tú nada más bateas en México y en Colombia”. Yo siempre les respondo: hermano, yo bateo en la liga en la que me ponen. Si yo juego en México, ¿dónde yo voy a batear, en Júpiter?  En 2015 fui a México y me quedé todo el año allá. Me llamaron de aquí de Venezuela, creo que fue Caribes (de Anzoátegui), pero me quería quedar jugando en México. Pero ese año nos eliminaron temprano y Zulia (Águilas) me llamó. Y vine con ellos, pero nada más dos juegos (en serie de playoffs). Cuando eliminamos a los Tigres de Aragua ellos agarraron de refuerzo a Endy Chávez y me sacaron a mí. ¿Sabes? Yo me quedé con la espinita de venir a jugar un año aquí porque en esos dos juegos vi que los fanáticos se entregan. Y pensé: yo tengo que ir a jugar a Venezuela otra vez. Zulia me estaba llamando para venir este año, pero me habían dejado libre y razoné: Vamos a pensar un poquito. Si Zulia cuando comienza lo bueno te saca y buscan a otro, entonces hay que ir a ayudar a otro equipo. Me hablaron de los Magallanes. Azuaje (Alexis, periodista venezolano radicado en México) me comentó que estaban interesados en mí. Pregunté y concluí: este es el Licey de aquí. ¡Pa’llá es que vamos! Yo creo que tuvo mucho que ver que el pitching coach de nosotros (Roberto Espinoza) trabaja allá en México con los Toros de Tijuana y sabe lo que puedo hacer.

Yo nunca me imaginé que iba a batear tanto aquí en Venezuela. Sí sabía que aportaría para ganar juegos. Aquí el pitcheo está bueno, pero en esta liga estoy bateando un poquito más en confianza porque los umpires tienen más pequeña la zona. He escuchado lo del récord de jonrones e impulsadas, pero no me meto eso en la cabeza porque cuando le das mente a las cosas, estas no salen como tú quieres. Yo salgo es a disfrutar mi juego y ayudar como sea. Si buscas los números míos verás que no llego ni a 100 jonrones en lo que llevo jugando. Yo lo que sí doy es dobles: 30, 40. Pero me he fijado que los batazos que en otros parques eran dobles, aquí se van de jonrón. Tal vez esa sea la diferencia.

EPÍLOGO

Siento que lo único que me faltó para llegar a las Grandes Ligas fue la oportunidad. Dios debe tener un propósito conmigo. Cuando firmé con Chicago me vieron los Rockies de Colorado, que le dijeron al papá mío que, si desbarataba el contrato con los Cubs, que era por 50 mil dólares, ellos me iban a dar 600 mil y 30 mil a mí papá. Pero él les respondió: firmamos con Chicago y eso se queda así.  Si hubiera acordado con los Rockies mi vida sería otra. No hubiera conocido a mi esposa y a mi niña colombianas. Dios no da las cosas por mal. Ya tengo 33 años y un niño de 13 que vive y estudia en Estados Unidos. Quiero jugar dos años más a plenitud para ponerme a practicar con mi hijo Samuel, motivarlo un poquito para que tenga la oportunidad de ser pelotero profesional. Ese batea más que yo. Desde pequeño le enseñé a batear a la zurda, a lo Big Papi (David Ortiz). Solo a la zurda. Nada a la derecha, aunque es derecho. A la zurda, porque los zurdos tienen un poco más de Flow que los derechos. El otro niño, el más pequeño, a ese sí lo estoy enseñando a batear a las dos manos. Yo hubiera querido batear a la zurda, pero no se me dio.

CACAO: EL ORIGEN

El apodo de Cacao me lo puso Alfredo Polanco, un compañero mío en Dominicana.  A mi jefe en Chicago Cubs, José Serra, se le dañó el radar. Cuando iba a chequear pitchers me los ponía a mí y yo le daba línea. Me pusieron muchos apodos: come hombre, radar… pero Polanco me dijo: “te voy a poner un nombre que ese no te lo va a quitar nadie”. Y me puso Cacaíto porque era flaquito. Eso fue en 2002 y va para para largo.

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