domingo, 27 de enero de 2019

Muere el cardenal Fernando Sebastián, el hombre del papa Francisco en España

Teólogo de prestigio, ocupó cargos fundamentales en la Conferencia Episcopal

El cardenal Fernando Sebastián.
El cardenal Fernando Sebastián

Pese a haber cumplido 89 años de edad, el cardenal Fernando Sebastián Aguilar,fallecido en la tarde de este jueves en Málaga, seguía activo y era una opinión autorizada ante el papa Francisco, con quien conversaba con frecuencia y a quien ofrecía consejos sobre el complicado y no siempre pacífico devenir del catolicismo español.
El pontífice argentino premió esos servicios haciéndolo cardenal, el único español entre 16, en su primer consistorio, hace ahora cinco años. Rectificaba así una anomalía de los anteriores pontificados. Cada vez que Juan Pablo II o Benedicto XVI anunciaban la creación de cardenales, Sebastián figuraba en todas las listas de candidatos. Le sobraban prestigio, obra teológica, trayectoria eclesiástica y servicios a la Iglesia romana en España. Fue marginado una y otra vez. Que Francisco lo hiciera Príncipe de la Iglesia, que es como se conoce a los cardenales, en la primera ocasión que tuvo no causó extrañeza, aunque resultaba extraño. En el catolicismo contemporáneo, muy rara vez se conceden esos títulos a personas de edad tan avanzada. Cardenal viene del latín ‘cardo’ o bisagra, es decir, un punto de apoyo, un gozne. Son las bisagras que facilitan el funcionamiento del edificio clerical en torno a su máximo dirigente, el Papa.
Precedentes al de Sebastián se cuentan en los últimos cien años con el dedo de una mano, entre otros los teólogos Yves Congar (francés, nombrado a los 90 años) y Hans Urs von Balthasar (suizo, a los 83), distinguidos a punto de morir (el segundo, falleció dos días antes de tomar posesión), ambos después de haber sido perseguidos o ninguneados por los inquisidores de antes del Concilio Vaticanos II. En España, hay solo el precedente de Estepa Llaurens, cardenal en 2010 cuando ya tenía 84 años.
Fernando Sebastián, claretiano, antes de ser obispo había sido el teólogo preferido del cardenal Vicente Enrique y Tarancón, el prelado que lideró la lenta (quizás aún inacabada) transición del episcopado católico desde el nacionalcatolicismo franquista hacia la actual democracia. Fue un elogio que marcó a la baja una carrera llamada a grandes misiones. La enérgica restauración impuesta por el polaco Juan Pablo II relegó a Sebastián a puestos de segundón, que ejerció en la Conferencia Episcopal con brillantez. A él se deben algunos de los mejores documentos episcopales de esos años. 
Hace apenas dos años publicó su autobiografía con el título Memorias con esperanza, en la que narraba sus vivencias durante la Transición, entre otras las negociaciones que lideró frente al Gobierno socialista de Felipe González, con el vicepresidente Alfonso Guerra como interlocutor. Lo contó así: “Me veía con Alfonso Guerra en La Moncloa. Nos entendíamos bien. No era difícil saber lo que se podía hacer y lo que no. Guerra tenía mucho poder. En aquellas oficinas se revisaba todo lo que se hacía en los ministerios. Una vez me dijo: “Os conviene llevaros bien con nosotros; la llegada de PSOE al poder es irreversible”. Me pareció un poco fuerte y le respondí: “Bueno, ya veremos. La Iglesia ha tratado con varios ‘Imperios irreversibles’ que se han quedado en el camino”. En ocasiones hablamos de religión. Me resumió así la esencia del ateísmo: “El ateísmo es un punto de partida. Si Dios existe o no es un problema suyo”. En aquellos encuentros, generalmente por la tarde, buscábamos con sinceridad fórmulas de compatibilidad y convivencia. Tengo la impresión de que las cosas han ido a peor. Ha resurgido la desconfianza”.
El fallecido cardenal cuanta así la ruptura con la dictadura. “En los últimos años del franquismo, los curas jóvenes y los cristianos más avisados estábamos convencidos de que la Iglesia tenía que despegarse del régimen. Desde 1955, yo no estaba conforme por razones éticas. Seguía pensando que el Alzamiento del 36 había sido inevitable, pero me parecía que el orden resultante no podía ser definitivo. Lo más negativo [de Franco] fue la implacable depuración de los primeros años de la posguerra, detenciones, trabajos forzados, fusilamientos”,
Escribió mucho, pero merece la pena señalar sus últimos libros, además de la autobiografía ya citada: Diez cosas que el papa Francisco quiere que sepas sobre la familia (2016), Reflexionar con la Amoris Laetitia’(2017) y La esperanza no defrauda (2017).
Había nacido en Calatayud (Zaragoza), el 14 de diciembre de 1929, ingresó en la Congregación de Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María (Misioneros Claretianos) en Vic en 1945, completó estudios filosóficos y teológicos en los seminarios de la congregación, en Solsona y Valls y fue ordenado sacerdote en Valls en 1953 por el cardenal Arriba y Castro. Inmediatamente, fue enviado a Roma a especializarse en Teología, y más tarde, en 1956, a la Universidad de Lovaina (Bélgica)
En 1967 comienza su labor docente en la Universidad Pontificia de Salamanca, donde fue, en 1970, decano de la Facultad de Teología y solo un año más tarde rector, cargo que desempeñó hasta 1979. Designado Gran Canciller de la Universidad Pontificia de Salamanca, en 2001 recibió la Medalla de Oro de la institución por sus servicios como catedrático, decano, rector y Gran Canciller. Antes había fundado, en 1966, la revista Iglesia Viva, que dirigiódurante una década. Teólogo progresista en sus inicios, tuvo más tarde severos encontronazos con sus colegas de congregación, entre otros con Benjamín Forcano y Evaristo Villar, y promovió castigos a otros colegas destacados. También se enfrentó con el Parlamento de Navarra por severas diferencias de juicio sobre los crímenes de guerra del franquismo y la represión durante la postguerra en aquella comunidad.
Como prelado, también vivió una vida agitada. En 1979 fue nombrado obispo de León; en 1991, administrador apostólico de la diócesis de Málaga y en 1993 arzobispo de Pamplona y obispo de Tudela, donde se retiró. Con frecuencia representó al episcopado español en Asambleas del Sínodo de los Obispos, formando parte incluso de la comisión preparatoria para la Asamblea Extraordinaria del Sínodo de los Obispos dedicada a Europa.
En la Conferencia Episcopal Española ocupó el cargo de secretario general (entre 1982 y 1988) y fue su vicepresidente entre 1993 hasta 2005, en varios mandatos. Desde 2007 residía en Málaga, donde seguía colaborando con la diócesis muy activamente.

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