miércoles, 27 de febrero de 2019

Libertad en la era digital


Libertad en la era digital

Reducir las desigualdades es uno de los grandes desafíos del siglo XXI, y en esa tarea cabe utilizar los progresos técnicos, siempre que se orienten desde la libertad inteligente de una ciudadanía lúcida



Adela Cortina  /  El País

Edipo rey, la espléndida tragedia de Sófocles, ha quedado para la historia como uno de los ejemplos palmarios de que la libertad no existe, sino que las personas actuamos determinadas por alguna suerte de destino. El oráculo de Apolo predice a Layo, rey de Tebas, y a su esposa, Yocasta, que, en caso de tener un hijo, matará a su padre y se casará con su madre. Los reyes desoyen al oráculo, nace Edipo y lo entregan a un pastor para que lo haga desaparecer. Pero el augurio se cumple inexorablemente, Edipo asesina en un cruce de caminos a Layo, ignorando que es su padre, se casa con Yocasta, sin saber que es su madre y, siendo ya rey de Tebas, descubre la terrible verdad: no ha actuado libremente, ha seguido en todo momento el guion marcado por el hado. Destrozado por el descubrimiento, se arranca los ojos y Yocasta se quita la vida. Y queda sin responder la pregunta: ¿por qué se dañan de forma tan terrible si no podían obrar de otro modo? ¿Es que en realidad se sentían empecinadamente libres?
Es apasionante comprobar cómo Edipo rey relata en versión literaria lo mismo que narraban los filósofos estoicos en forma de sistema racional: la enorme dificultad de explicar las acciones humanas desde dos perspectivas, desde la creencia espontánea de que somos libres y, por lo tanto, responsables de nuestros actos, y el empeño en explicar por causas cuanto sucede y en decretar a renglón seguido que la libertad es una ilusión. Es lo que se ha dado en llamar la aporía determinismo-libertad, que recorre la historia hasta nuestros días, vuelve a la luz en cada época contando en distintas versiones la tragedia de Edipo, y en cada una de ellas muestra su rostro de callejón sin salida.
Una parte de los científicos impuestos en el saber preponderante cree descubrir que la libertad es una ficción
En cuanto una ciencia sube al pódium en el conjunto de los saberes, una parte de sus defensores se vuelve imperialista e intenta explicar la totalidad de los movimientos de la naturaleza y la conducta de los seres humanos desde la clave explicativa de su ciencia. Los estoicos recurrieron a una ley natural, que todo lo dirige y es a la vez destino y providencia, el mundo medieval y sobre todo el de la Reforma y la Contrarreforma plantearon la aporía en términos teológicos, preguntando si es Dios quien determina la salvación y la condenación o cabe un margen para la voluntad libre. La disputa tuvo también su trasunto literario en dramas como El condenado por desconfiado, que el pueblo veía con gusto y entendía como sucedía en el caso de Edipo. Más tarde continuaron la saga de los determinismos el económico, el psicoanalítico y en los “penúltimos tiempos, el genético y el neurocientífico.
En todos estos casos una parte de los científicos impuestos en el saber preponderante cree descubrir que la libertad es una ficción, un mito, una superstición, y se siente orgullosa de revelar la noticia a sus ingenuos congéneres para darles una pátina de ilustración. A renglón seguido suele invitarles a construir una sociedad mejor, cayendo en la contradicción palmaria que ya detectaron los filósofos platónicos cuando preguntaban a los estoicos por qué se empeñaban en hablar de ética, en enseñar cómo se debe vivir, si no está en nuestras manos actuar de una forma u otra.
La historia se repite hoy a cuento de las tecnociencias digitales, aliadas con un sector de las neurociencias. De nuevo gurús bien conocidos revelan que todo está programado en los cerebros humanos y que son dignos de compasión los pobres Edipos, Layos y Yocastas, la ciudadanía embaucada por el mito de su libertad. En realidad —dicen los nuevos oráculos— es la combinación de genes, neuronas y mundo social, que no hemos elegido, la que decide en todos los casos, de forma que las personas no decidimos nada libremente.
Como es obvio, se trata de una antiquísima falacia, la trampa de confundir determinación y condicionamiento. Porque nadie en su sano juicio dará por bueno que una persona toma decisiones sin estar condicionada por un buen número de factores que no ha elegido nunca. Es lo que se ha dado en llamar la “lotería natural”, que consiste en las características biológicas con las que nacemos, y la “lotería social”, es decir, el entorno cultural en el que nos socializamos y vivimos. Las dos loterías caen en suerte a cada quien sin mérito ni culpa por su parte y condicionan sus actuaciones. Pero sucede que las palabras son un tesoro muy valioso y es necesario cuidarlas con esmero para saber de qué estamos hablando: estar condicionado al actuar no es lo mismo que estar determinado, de forma que no exista un ápice de libertad, sino reconocer que la libertad humana nunca es incondicionada, nunca es absoluta, sino que se mueve en un mundo de condicionamientos, algunos de los cuales posibilitan el ejercicio de la libertad y otros la obstaculizan.
Estar condicionado al actuar no es lo mismo que estar determinado, de forma que no exista un ápice de libertad
Y precisamente una de las grandes tareas del siglo XXI consiste en aprovechar los impagables avances tecnocientíficos para construir un mundo más justo desde nuestra indeclinable libertad. Por eso resulta asombroso que algunos gurús, como es el caso reciente de Harari, decreten una vez más la inexistencia de la libertad, dando como razón además que algoritmos poderosos, manejados por Gobiernos o empresas, pueden conocernos mejor que nosotros mismos e intentar manipular nuestras decisiones de forma personalizada. Afortunadamente, que lo intenten no significa que lo consigan y ése es el espacio de la libertad.
Es bien sabido que en Alemania, poco después de que Hitler tomara el poder, se creó el Ministerio de Ilustración del Pueblo y Propaganda, bajo el liderazgo de Joseph Goebbels. Como también que la clave de Un mundo feliz de Aldous Huxley para mentalizar a sus habitantes de modo que estén satisfechos con el lugar que ocupan en la escala social no es sólo la manipulación genética, ni siquiera el soma, la droga que proporciona la felicidad, sino sobre todo la hipnopedia, la mentalización a través de palabras sin razonamiento, que constituye, según Huxley, “la mayor fuerza socializadora y moralizadora de todos los tiempos”. Pero como también sabemos, en Alemania existieron los disidentes y existieron en el mundo de Huxley y en todos los mundos reales y pensables.
Precisamente saber que la lotería natural y social existe es lo que incita al liberalismo y al socialismo preocupados por construir sociedades justas a intentar igualar las oportunidades y a empoderar las capacidades personales de modo que todos puedan alcanzar sus metas en las condiciones más próximas posible a la igualdad. Reducir las desigualdades es uno de los grandes desafíos del siglo XXI, y en esa tarea cabe utilizar la gran riqueza que aportan los progresos de ese mundo técnico que es el nuestro, siempre que se oriente desde la libertad inteligente de una ciudadanía lúcida. Éste sí que es el más valioso principio de la Ilustración, que exige servirse de la propia razón y no ponerse en manos de mitos y supersticiones como los que niegan la existencia de la libertad.

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