Lo que yo veo e en una residencia de ancianos que visito desde hace una década es gente en silencio en un gran salón y con la permanente compañía de televisores encendidos
Dos personas en una terraza de una residencia geriátrica en Madrid. |
Reconforta leer la entrevista que le hace Dani Verdú a alguien tan inteligente, descreído y libre como el pensador Gianni Vattimo. Observar cómo afronta la vejez, la enfermedad, la cercanía de la muerte, su deseo de palmarla antes de que reviente todo, lamentándolo exclusivamente por la soledad de su gato y el pesar de algún amigo. Desplegar tanta ironía y sensatez ante sus limitaciones físicas. También hacia el estado de las cosas.
Que un cerebro tan potente siga funcionando en la ancianidad imagino que puede proporcionar cierta curiosidad. Pero sospecho que son excepciones. Lo que yo veo mayoritariamente en una residencia de ancianos que visito desde hace una década, en esa antesala de la nada, y hablo de los ancianos que no están recluidos permanentemente en cuidados especiales, en su habitación o en la cama, es gente en silencio en un gran salón y con la permanente compañía de televisores encendidos. El volumen es muy bajo o inexistente. Y la pantalla, inevitablemente exhibe magacines de actualidad, realities, concursos, mareantes tertulias sobre la nada, o sea, políticas.
No escucho ni una palabra sobre lo que vomita la tele. Bartleby, aquel trágico escribiente que parió Melville, aquel muerto en vida que ante cualquier propuesta que le hicieran respondía: “Preferiría no hacerlo”, al final pasaba sus días y sus noches mirando una pared. Con la llegada del verano desaparecen esos programas televisivos que acompañan durante múltiples horas a la senectud. Y me pregunto: ¿Los echarán de menos, notarán los cambios, alterará su supervivencia? Y suplicas a la suerte o a los dioses, que cuando todo sea triste, solitario y final (decía Chandler) los viejos que lo deseen se duerman y ya no se despierten.
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