sábado, 13 de julio de 2019

Balas, amor y sintetizadores

La música neomelódica, heredera de la canción tradicional napolitana, es hoy también el relato sonoro de la marginalidad y el crimen organizado como lo fueron los narcocorrridos o el ‘gangsta rap’

El cantante neomelódico Leo Ferrucci, canta en una boda.
El cantante neomelódico Leo Ferrucci, canta en una boda.

Daniel Verdú

Una carroza blanca tirada por cuatro caballos y escoltada por majorettes, gigantes de circo y una banda interminable de música paralizó el pasado 21 de marzo el centro de Nápoles. El convoy organizó un descomunal atasco que impidió, entre otras cosas, que se celebrase un acto de homenaje a las víctimas de la mafia. Al día siguiente, la misma comitiva llegó hasta la periferia norte de Secondigliano, provocando un colapso parecido y la expectación de todo un barrio que se echó a la calle a la caza de un selfi. A bordo viajaban la superestrella de la música melódica Tony Colombo y Tina Rispoli, viuda de Gennaro Marino, uno de los capos que protagonizó la escisión del clan Di Lauro en 2004 y una de las guerras más sangrientas de la Camorra. La celebración pública de su amor, un espectáculo grotesco que se coló en los telediarios, fue también la puesta en escena oficial del matrimonio entre el crimen organizado napolitano y un género musical que ha terminado glosando sus andanzas. El noviazgo, sin embargo, empezó mucho antes.
El origen de la música neomelódica, en pleno auge desde hace años, se encuentra en la canción tradicional napolitana. Pero el verismo, aquel relato literario de la marginalidad y los ripios en dialecto cerrado sobre corazones rotos y traiciones suenan hoy acompañados de sintetizadores, cajas de ritmos y chorros de voz. En algunos temas de aquel género primigenio construido con mandolinas a principios del siglo XX ya había menciones al crimen organizado, como recuerda el escritor Roberto Saviano. En Guapparia, por ejemplo, escrita en 1914 por el poeta Libero Bovio, un capo le canta una serenata a su enamorada. El padrino, afligido, admite que el amor ha hecho trizas su carrera como jefe criminal. Fue el germen de una narración urbana, de periferia y mala vida, décadas adelantada a fenómenos como el gangsta rap en EE UU o los narcocorridos en México.
A Luigi Giuliano, conocido como Lovegino, jefe del clan en los ochenta del barrio de Forcella, epicentro entonces del poder camorrístico, le gustaba componer sus canciones. A veces, pagaba a artistas locales como Ciro Ricci para que le pusieran voz. Otras, decidía cantarlas él mismo (nada mal, por cierto). Las televisiones privadas, a través de frecuencias pirata (unas 60 en aquellos tiempos), emitían en bucle esa música, convertida en la banda sonora de una fructífera etapa criminal en la que se fundó la Nueva Camorra Organizada (NCO). Él, en cambio, prefirió montar una revista musical (Sciuè Sciuè), un engendro periodístico que buscaba promocionar a los cantantes neomelódicos, convertidos ya entonces en una suerte de juglares del crimen a quienes luego terminaría apadrinando. Hoy, a sus 66 años, volatilizado después de haberse arrepentido y cantado otro tipo de música ante un juez, sigue componiendo sus temas y colgándolos en YouTube, el principal canal de distribución de los neomelódicos.
Saviano: “Esta música se ocupa de la cotidianidad y de los crímenes; glorifica las gestas de los capos y sus símbolos”
Una nueva camada de cantantes, mucho más directos y explícitos en las letras, convive con los clásicos. La escena, sin demasiados medios y con una capacidad limitada para mover unos 200 millones de euros al año, ha recuperado vigor a través de las redes. Pero la industria discográfica y los royalties apenas existen. La mayoría se gana la vida en bodas, bautizos y cumpleaños, como Leo Ferrucci, una de las mayores estrellas neomelódicas. Muchas veces sus empleadores no tienen nada que ver con el mundo criminal y son solo fans. Otras, son familiares de presos o los propios capos de los clanes quienes les contratan para cantar y loar sus andanzas. Esto es lo que hay, defienden ellos. Nadie se esconde.
A principios de junio, en el programa Realiti del canal público Rai2, Leonardo Zappalà, un cantante de 19 años, que ni siquiera había nacido cuando la mafia asesinó a los jueces y Giovanni Falcone y Paolo Borsellino, se despachó contra ellos en prime time insinuando que se lo habían buscado. “Si te gusta el dulce, te tiene que gustar lo amargo”, desafió al presentador. Junto a él, Niko Pandetta, sobrino del capo Salvatore Pillera, condenado a cadena perpetua en régimen de 41 Bis (el más duro en Italia), explicó cómo había financiado su primer CD con un importante asalto. El escándalo terminó con una investigación judicial y el escarnio de la televisión pública. Ellos tuvieron el minuto de fama que buscaban.
El cantante neomelódico Gino Esposito canta en la celebración de una boda.
El cantante neomelódico Gino Esposito canta en la celebración de una boda. PAOLO MANZO
La realidad neomelódica busca a menudo su propia estética en la ficción. Daniele De Martino, uno de los nuevos jóvenes talentos, acumula millones de visualizaciones en vídeos como Comando io, donde recrea la lucha entre clanes rivales. En los vídeos de Vincenzo Mosca, como Onore e dignità, todo transcurre en un ambiente de scooters, pistolas automáticas y traficantes que se retroalimenta con la imaginería de la Gomorra de Roberto Saviano.
El ‘boss’ Giuliano componía sus temas y editaba una revista del género
El escritor napolitano, uno de los intelectuales que mejor conoce los rudimentos de la Camorra y sus aledaños, considera que la música neomelódica siempre ha tenido un vínculo con la mafia. “La relación es de dos tipos. Primero, productiva. La familia Prestieri, lugartenientes del clan Di Lauro, siempre invirtió en música. Tommaso Prestieri, por ejemplo, organizaba conciertos y escribía canciones [luego decidió colaborar con la justicia en 2014 y todo el sector se puso a temblar]. Había una inversión técnica, en medios y logística. Pero también una participación e inspiración de los textos. La música neomelódica se ocupa de cotidianidad y, por tanto, de crímenes. Glorifica las gestas de los capos y explica los símbolos que las componen. Pentito [del cantante Patrizio], por ejemplo, es una famosa canción que cantaba contra los arrepentidos de la mafia”, apunta Saviano, bajo escolta desde que la Camorra puso precio a su cabeza hace 13 años.
Un chico de S. Giovanni a Teduccio, en la periferia est di Nápoles, viste una camiseta del rapero Tupac Shakur.
Un chico de S. Giovanni a Teduccio, en la periferia est di Nápoles, viste una camiseta del rapero Tupac Shakur. PAOLO MANZO
El producto Gomorra, esa es la paradoja, marca un hito en la carrera de muchos de ellos. Varios temas de Franco Ricciardi integran la banda sonora de la serie. Y Anthony, una de las mejores voces de la galaxia neomelódica, produjo un tema para la película y otro para la versión televisiva. Él no compone las letras, pero el mercado dicta las leyes, defiende al teléfono. “Cantamos lo que quiere la gente y este es uno de los temas. Si haces una buena canción, aunque hable de la mala vida, se escucha. A mí me gustaría ir a cantar a Sanremo, para que me entiendas. Pero estamos en Nápoles y, si la música napolitana nos permite estar bien y ganar algo de dinero, pues lo hacemos”, apunta. En algún momento tuvo problemas con la justicia —le acusaron de cantar el tema A’Libertà, supuestamente escrito por un capo para su hijo encarcelado, y ha cantado contra los arrepentidos—. Pero fue hace mucho, dice, y hoy trabaja a destajo en el mejor momento de su carrera. “Ya les dije que cantar estas canciones no quiere decir que frecuente a estas personas. Cuando me contratan para las ceremonias no voy preguntando a la gente sobre sus antecedentes. Yo canto y luego cada uno hace su elección de vida. Hoy para trabajar hay que hacerlo así. Si esperamos a que los jueces nos den trabajo, nos moriremos de hambre”.
La estrella Anthony: “No voy pidiendo antecedentes a los que me contratan”
La neomelódica busca nuevos sonidos en el trap y el rap, como apunta el profesor Marcello Ravveduto, autor de numerosos ensayos sobre el tema y del libro El espectáculo de la mafia. Pero el relato siempre se parece. “Es un fenómeno social que explica una cierta evolución de Nápoles que, a diferencia de otras ciudades, tiene una cultura autóctona. Era la única metrópoli que ya lo era antes de la unificación de Italia. Y mucha de esa cultura se filtraba a través de la música. Hoy los napolitanos camorristas encuentran ahí lo mismo que un cierto tipo de afroamericanos halló en el hip-hop de artistas como Tupac Shakur [murió tiroteado en 1996]. Por eso mucha neomelódica se transforma en rap. Esta música cuenta lo que pasa en la periferia urbana y social de la ciudad. Y la droga es el elemento principal de la economía en ese mundo”.
Un fiscal antimafia: “Es difícil acusarlos, es solo apología de un estatus social”
El vínculo con la delincuencia, a veces, va más allá de lo lírico. Algunos cantantes, managers y productores han sido arrestados por sus lazos con la Camorra, de quienes obtenían contratos y grabaciones. El clan de los Casalesi —firmantes de la sentencia de muerte a Saviano— creó durante años su propia red de músicos, a quienes solo daba el 30% de las ganancias. Otros, como Raffaello, autor también de uno de los hits de la serie de Gomorra, lo detuvieron por sacar una pistola y disparar en un bar. A Marco Marfé, exparticipante del talent show XFactor, se lo llevaron esposado por participar en una red de usura y extorsión que gestionaba su madre, jefa del clan. Otros, como el manager Enrico Assante, estuvieron a punto de ser asesinados por olvidarse de pedir permiso a un capo para organizar una actuación de uno de sus músicos preferidos (Carmelo Zappulla). Las letras también pueden ser delito y Nello Liberti, que en su tiempo fue el más conocido, acabó entre rejas por instigar a delinquir con Il capo clan (una oda al boss de Ercolano Vincenzo Oliverio). La mayoría, sin embargo, nunca pagó con condenas firmes.
Un camión anuncia la semana pasada en Nápoles el concierto de Andre Sannino.
Un camión anuncia la semana pasada en Nápoles el concierto de Andre Sannino. PAOLO MANZO
El napolitano Franco Roberti, exfiscal antimafia de Italia, ha dedicado media vida a perseguir el sistema camorrístico. Pero no cree que estos artistas puedan ser condenados fácilmente. “En Italia tenemos libertad de expresión y pensamiento. Y el suyo está inspirado en una lógica de exaltación de los supuestos valores de ser camorrista y mafioso. El hombre de honor, de palabra, valiente... Es un pensamiento equivocado que no representa la realidad. No vale y quizá el cantante neomelódico no debería participar en las celebraciones de esas familias. Pero son casos individuales difíciles de perseguir. Yo no lo veo como algo grave o alarmante, sino como expresión social”, señala.
El delito de apología de la mafia existe en Italia. Y las leyes son muy estrictas. “Pero para que se producía un delito de este tipo tiene que haber una claridad absoluta. En algunos casos, ciertas expresiones tienden a eso. Pero nunca acabó con grandes condenas. Tiene que haber apología de un delito. Ellos la hacen de una condición social, de un perfil humano, pero no de homicidios o de extorsión. El problema, más bien, es que los neomelódicos gustan también a quienes no son mafiosos y poco a poco la cultura se retroalimenta”, insiste Roberti.
Hoy esa subindustria se expande y crece al son de la moda por la delincuencia y las nuevas bandas, mucho más jóvenes que hace algunos años y ávidas de una cultura sonora y televisiva que legitime su aceleración. El amor entre Tony Colombo y Tina Rispoli se ha terminado solo cuatro meses después, informan las revistas del corazón estos días en Italia. El matrimonio entre los mundos que representan, en cambio, está en plena forma.

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