El actor mantuvo su actividad sobre los escenarios hasta el pasado abril, cuando suspendió las representaciones por una dolencia estomacal de la que no se pudo recuperar
El actor Arturo Fernández, en la cafetería del Hotel Palace de Madrid, en septiembre de 2017 |
Arturo Fernández (Gijón, 1929), el galán eterno del mundo del teatro, ha muerto en la madrugada de este jueves a los 90 años, según ha confirmado su mujer al diario La Nueva España. La dilatadísima carrera profesional del actor se interrumpió el pasado 2 de abril, cuando suspendió las representaciones de Alta seducción, comedia con la que realizaba una gira por España. Fernández fue operado en un hospital madrileño de una dolencia estomacal de la que no se pudo recuperar. Después del “¿saben aquel que diu…” de Eugenio en los años ochenta y el “pecadoorrr” de Chiquito de la Calzada revelado en Genio y figura en Antena 3 en 1994, miles de españoles incluyeron en sus conversaciones el “¡chatina!” de Arturo Fernández desde 1996. Pocos actores, gusten más o menos, pueden presumir de haberse introducido con sus locuciones en las charlas de la ciudadanía.
De hasta qué punto estaba Fernández incrustado en el imaginario popular dan cuenta la enorme diversidad de voces que han lamentado su muerte: desde el dramaturgo Albert Boadella, el escritor Arturo Pérez-Reverte y los actores María Luis Merlo y Josema Yuste, hasta los líderes de los grandes partidos: Pedro Sánchez (PSOE), Pablo Casado (PP) y Albert Rivera (Cs). Mientras el ministro Cultura, José Guirao (PSOE) ha destacado su figura como “símbolo de toda una época”, el Ayuntamiento de Gijón (PSOE) ha decretado tres días de luto y el de Madrid (PP y Cs) ha propuesto que una calle de la capital lleve su nombre.
Mensajes de cariño generalizados, en fin, para un hombre al que muchos recordarán por su afán de ofrecer titulares defendiendo a toda costa sus opiniones políticas conservadoras: en 2012 arremetió con exabruptos contra quienes se movilizaban en contra de la política del Gobierno que presidía Mariano Rajoy y, más recientemente, anunció su negativa a llevar Alta seducción a Cádiz por ser una ciudad gobernada por Podemos.
El líder de esta formación, Pablo Iglesias, también ha recordado a Fernández en un tuit en el que rememora el día en que, siendo un adolescente, coincidió con él cuando hizo de extra en la serie La casa de los líos: “Fue amable y muy majo con nosotros que estábamos allí por 5.000 pelas. Abrazo a la familia y amigos. Descanse en paz”, ha escrito Iglesias en las redes sociales.
Como actor, Arturo Fernández había quedado devorado desde hace muchos años por un único personaje en las tablas: el de eterno galán, seductor, elegante y divertido. Sin embargo, su carrera va mucho más allá. Y mucho más allá de un “¡chatina!”. Antes de convertirse en una figura popularísima del teatro y la televisión, participó en más de 70 películas desde su debut a los 24 años, sin acreditar, en El beso de Judas (1954), de Rafael Gil, con quien trabajaría en otros seis filmes más.
El actor se convirtió muy pronto en una presencia constante en el cine español: solo en la década de los sesenta interpretó 30 películas, algunas de ellas convertidas en éxitos tan potentes como María, matrícula de Bilbao (1960), El último verano (1962), Escala en Hi-Fi (1963), Currito de la Cruz (1965), Camino del Rocío (1966), estas dos últimas también a las órdenes de Gil, y No desearás la mujer de tu prójimo (1968), una de las nueve películas en las que fue dirigido por Pedro Lazaga.
Pero los más jóvenes quizá no sepan que Arturo Fernández no solo fue un actor de comedia. Es más, en su momento se reveló como un sólido intérprete dramático y, entre finales de los años cincuenta y la mitad de los sesenta, participó en más de 10 películas de género negro, en la mayoría de ellas dirigido por Julio Coll, responsable del auge en Barcelona de este género. Obras como Distrito quinto (1958) y Un vaso de whisky (1959) revelaban a un actor más que solvente, aunque no fuera poseedor de un amplio registro.
Décadas más tarde, regresaría al cine negro de la mano de José Luis Garci en El crack II (1983). Ese mismo año filmaba Truhanes, en compañía de Paco Rabal. A buen seguro que poco imaginaba que esa película le haría vivir uno de sus éxitos más sonados, puesto que diez años después se convertiría en una serie que le supondría uno de sus más atronadores triunfos televisivos. Telecinco estrenó Truhanes en 1993 y la emitió hasta el año siguiente. Arturo Fernández, aunque ya era un ídolo en el teatro, entró en las casas de los españoles para quedarse, porque en 1996 llegó su culminación televisiva con La casa de los líos, serie de arrolladora aceptación popular que Antena 3 emitió durante cuatro años, entre 1996 y 2000, y que logró mantener una media de seis millones de espectadores, algo que hoy resulta por completo impensable.
Su trabajo le hizo obtener dos TP de Oro y un Premio Iris, que entrega la Academia de las Ciencias y las Artes de Televisión de España. Fue ahí donde Arturo Fernández consiguió incorporar el “¡chatina!” y el “¡la leche!” al vocabulario de los españoles y también donde se encasilló definitivamente en su papel de maduro vividor, de modos exquisitos y seductor innato, lo que le llevaría más adelante a una suerte de autoparodia actoral en la que siempre pareció moverse a gusto. Fueron años de gloria en los que el actor logró que el público afirmase algo que está al alcance de pocos: “Voy a ver una serie o una obra de Arturo Fernández”.
Su último trabajo para la televisión sería la abortada serie Como el perro y el gatoen TVE, en la que interpretaba el doble papel de dos hermanos gemelos, que fue cancelada tras la emisión de solo cuatro episodios. Desencantado con el medio y también con el cine (solo rodó seis películas entre Truhanes, en 1983, y su despedida en 1995 con Desde que amanece apetece), Fernández únicamente pisó desde entonces las tablas del teatro, en una repetitiva espiral que lo llevó a interpretar definitivamente a un único personaje prototípico. Así, en parte por sus propias decisiones y en parte por un cierto desprecio del cine español, un actor solvente quedó relegado de las pantallas.
Sus galardones son interminables: hijo predilecto de su Gijón natal e hijo adoptivo de Oviedo, consiguió, entre otros, el Premio del Sindicato del Espectáculo al mejor actor en 1961 y 1968, la Medalla del Círculo de Escritores Cinematográficos al mejor actor por Truhanes en 1983 y la Medalla de Honor en 2015, la Medalla del Ministerio de Cultura al Mérito en Bellas Artes en 2004... Un actor de probada profesionalidad que, en las últimas décadas, quedó atrincherado en la comodidad de una convención interpretativa en el ámbito profesional y en un tenaz posicionamiento político en la vida pública.
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