El artista japonés, que se ganó la amistad de grandes precursores del arte moderno en París, consiguió fama y una gran fortuna gracias a sus obras
El pintor japonés Léonard Tsuguharu Foujita en su estudio de Paris. |
Madrid
Léonard Tsuguharu Foujita tuvo la suerte de nacer en una familia abierta a la cultura occidental a pesar de ser hijo de un general del ejército japonés. Su aprendizaje de la lengua francesa desde niño le abrió las puertas a un viaje iniciático a París, cuando tenía 26 años, del que supo que le costaría regresar. Tuvo un estilo personal que mantuvo idéntico durante toda su vida, lo que le facilitó congeniar con los artistas más famosos de la época, pero a los que superó en fama y en dinero: un flequillo, gafas redondas y pequeñas, un pendiente y un minúsculo bigote fueron siempre su carta de presentación.
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Sus autorretratos, pinturas de desnudos de mujeres, escenas de la ciudad y dibujos y pinturas de gatos lo dieron a conocer. Fue apreciado por el gran público y adorado por los críticos de arte casi al unísono y desde el principio. Foujita supo combinar las tendencias occidentales con su formación en Japón y consiguió un estilo único siempre abierto a las influencias del impresionismo y el simbolismo con una técnica que utilizaba un pincel fino, una pintura suave sobre la que proliferaban trazos de líneas limpias con contornos brillantes.
Viajó por América y regresó a su país durante la Segunda Guerra Mundial, pero vivió sus últimos años en París, convertido al catolicismo, bautizado como Léonard como homenaje a Da Vinci y nacionalizado francés. El pintor acabó siendo todo un importante personaje del barrio parisino de Montparnasse, destacando más por ser un dandy que un artista, murió de forma discreta hace medio siglo, después de haber vivido siempre de su arte.
Pero todo comenzó tal día como hoy, 27 de noviembre, de hace 132 años, en 1886, cuando Léonard Tsuguharu Foujita nació en Tokio. Siempre se inclinó por la pintura y la educación occidental que recibió le permitió pensar que algún día viajaría a Europa para ganarse la vida como pintor. En 1910, con 24 años, se graduó en arte y música en la Universidad Nacional de Bellas Artes de Tokio.
Tres años después, y con un divorcio a sus espaldas, se fue a París. Nada más llegar se dio cuenta de que la ciudad estaba hecha a la medida de sus sueños y no le costó lo más mínimo adaptarse a su vida bohemia. Llegó el 6 de agosto de 1913 y el pintor chileno Manuel Ortiz de Zárate, intrigado por el aspecto llamativo y a la vez elegante de Foujita, se presentó y los dos se hicieron amigos. Al día siguiente Zárate lo llevó al estudio de Picasso. Allí, frente a sus pinturas, Foujita se quedó maravillado.
También conoció y se hizo amigo de otros muchos de los grandes precursores del arte moderno occidental, como Henri Matisse, Chaim Soutine, Pascin, Chaim Soutine, Juan Gris, Fernand Léger y Amedeo Modigliani. Tuvo, en esos primeros años, hasta tiempo de ir a clases de danza con la mítica Isadora Duncan.
Pero Léonard Tsuguharu Foujita ya no era tan joven para seguir estudiando pintura como era su deseo inicial, así que se inscribió como copista en el Louvre. Fue allí donde el artista japonés se dio cuenta de que necesitaba adaptar su visión con el arte occidental. En ese momento eligió la hibridación, un camino con el que ningún otro artista japonés se había atrevido antes y que dio lugar a su estilo, que de inmediato fascinó tanto al público como a la crítica.
En junio de 1917 realizó su primera exposición individual en la Galería Chéron, cerca de los Campos Elíseos. Fue tal el éxito que sus 110 acuarelas se agotaron en poco tiempo. Entre los primeros visitantes a la muestra se encontraba el propio Picasso, que durante horas contempló la exposición y que compró tantos lienzos como pudo cargar sin ayuda.
En 1918, el poeta polaco Léopold Zborowski tuvo la idea de que sus amigos artistas vendieran cuadros a los turistas ricos, y para ello organizó un viaje por el sur de Francia. Foujita, Soutine y Modigliani aceptaron, con sus respectivas parejas de aquel momento, pero el viaje no tuvo éxito y el grupo tuvo que vivir del dinero que el pintor japonés había conseguido de sus ventas en París.
Para satisfacer la gran demanda que había creado Foujita, Chéron, que se convirtió en su distribuidor, y que también representaba a Modigliani y Soutine, le pidió que produjera dos acuarelas al día. Le encantaba pintar gatos y mujeres desnudas. Tuvo su primer estudio en el número 5 de la rue Delambre, en Montparnasse, donde fue la envidia de todo el mundo cuando ganó dinero suficiente para instalar un baño con agua caliente.
Muchas modelos iban a su estudio para disfrutar de semejante lujo, entre otras la amante de Man Ray, conocida como ‘Kiki’, quien posaba desnuda para él en el jardín. Un retrato suyo titulado Reclining Nude with Toile de Jouy, en el que aparece desnuda recostada sobre un fondo de marfil fue la sensación del Salón de Otoño de París en 1922. También posó para él su nuevo amor, Lucie, de apenas 20 años, a quien conoció en Café de la Rotonde en Boulevard du Montparnasse, igual que a Fernande Barrey, una prostituta convertida en modelo de 24 años que posó para Modigliani y con la que Foujita se casó 13 días después de conocerla. Su piel era tan blanca que la apodó ‘Youki’: nieve en japonés.
Durante esa década de los años 20 del siglo XIX, la llamada “de los fondos blancos”, el artista desarrolló uno de los motivos centrales de su destacado trabajo, la mujer y la piel femenina. En sus obras intentaba plasmar sus relaciones con las mujeres, que, frecuentemente, lo abandonaban, como si cada cuadro pintado con una mujer como protagonista intentara ocupar el lugar que había dejado otra antes.
Léonard Tsuguharu Foujita, que en 1924 fue nombrado miembro de la Academia de Artes de Tokio y que en 1925 había recibido la orden del monarca belga Leopold y la Legión de Honor francesa, añadió a su condición de artista el de dibujante y creador de disfraces, lo que lo llevó a estar semana sí y otra también en las columnas de chascarrillos y en las revistas de moda. También empezó a fotografiarse y filmarse mientras trabajaba, por lo que acabó construyendo una marca y el artista prolífico empezó a verse superado por el personaje y por la imagen de dandy.
Foujita dilapidó su fortuna y las deudas y los impuestos lo ahogaron, así que decidió escapar a Sudamérica con una joven modelo llamada Madeleine. Estuvo en Brasil, en Buenos Aires vieron una exposición suya 60.000 personas y más de 10.000 hicieron cola para pedirle un autógrafo. En 1932 realizó su única visita a Cuba, invitado por Alejandro Carpentier, donde expuso cinco días obras originales suyas. Ese mismo año realizó una obra producida por la ONU en favor de la paz.
Desde Sudamérica el artista regresó a Japón en 1933, convirtiéndose en pintor oficial del ejército imperial, y prestando su talento a los esfuerzos de propaganda de su país durante la Segunda Guerra Mundial. Viajó después a Estados Unidos y, gracias a la protección del general MacArthur y a la de los adinerados coleccionistas de arte norteamericanos, se le permitió regresar discretamente a París en 1950, acompañado por Kimiyo, su quinta esposa, aunque antes expuso en Madrid en 1951 y dos años después lo hizo en Barcelona y Bilbao, también con un gran éxito.
La pareja se estableció de nuevo en el recordado Montparnasse de la juventud y el éxito y allí llevaron una vida tranquila. Foujita obtuvo la nacionalidad francesa en 1955 y se convirtió al catolicismo en 1959, eligiendo el nombre de Léonard en homenaje a su admirado Da Vinci.
Reconciliado con su pasado y de espíritu sereno, su última obra fue la decoración de las vidrieras y los murales de la Capilla de Nuestra Señora de la Paz en Reims, también conocida como capilla Foujita, y que finalizó en 1966, poco antes de su muerte.
Léonard Tsuguharu Foujita falleció el 29 de enero de 1988 en Zúrich, a la edad de 81 años. A pesar de su imagen extravagancia e imagen adelantada a su época, su personalidad siempre estuvo dominada por una profunda espiritualidad. Esta esencia se apreció más en sus últimas obras, una vez convertido a la fe cristiana. En aquel momento los motivos religiosos como la coronación de la Virgen, el paraíso y el infierno o el Apocalipsis fueron los protagonistas de sus creaciones.
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