jueves, 16 de enero de 2020

Oscar Tusquets: “Se puede ser un viejo verde y además un genio, como Nabokov”

El artista Oscar Tusquets, en su domicilio de Barcelona.
El artista Oscar Tusquets, en su domicilio de Barcelona.


El creador se autorretrata en el libro ‘Pasando a limpio’

Considera el arte contemporáneo “una tomadura de pelo monumental”


Madrid 
Oscar Tusquets (Barcelona, 78 años) tiene probada querencia por la conversación expansiva, multidireccional, abierta. Si de la que entabló con su hermana, la editora y escritora Esther Tusquets, a propósito de los recuerdos de infancia, surgió uno de sus últimos libros, realizado a cuatro manos, Tiempos que fueron (Bruguera, 2012), ahora ha construido diálogos imaginarios a partir de aforismos en los que personajes tan diversos como Cicerón, Groucho Marx, Jules Renard, el propio Tusquets o Mies van der Rohe se van dando certeras y divertidas réplicas. Pero eso es solo una parte de Pasando a limpio (Acantilado), un libro en el que este arquitecto, diseñador, pintor y ensayista compendia ideas, argumentos y observaciones sobre asuntos francamente diversos, trazando su peculiar autorretrato. La mirada de este barcelonés, miembro de la gauche divinede los sesenta, va creando el hilo que entrelaza el relato de una delirante visita a IKEA con su defensa de la perspectiva cónica, su crítica al libro como objeto fallido en cuestión de diseño, o una lista de cosas que le enervan.
En el salón de su casa con vistas a un precioso jardín en la zona alta de Barcelona, Tusquets arranca lamentando el vicio actual de tanta gente que parece no tener tiempo para nada. “¿Tú crees que Einstein o Picasso tenían una agenda complicada? ¡Por favor!”. Niega que jamás haya pasado a limpio apuntes, porque nunca los ha tomado: el título de su libro hace más bien referencia a tratar de hacer comprensible una intuición poniéndola por escrito. En la introducción advierte de que sus ideas han cambiado poco; lo que ahora tiene son más dudas. “Hay que pasar a limpio, resolver. Crear es lo más divertido que hay, pero siempre estás muy solo a la hora de tomar decisiones, ese es el riesgo más apasionante”, explica.
No busca ya que nadie le convenza de nada, ni convencer él tampoco, sino que trata de sugerir. De ahí que se detenga a analizar el trabajo de artistas que lograron dotar de frescura y misterio lo que era rutinario, como las piscinas de Hockney o los paisajes de Friedrich. Y carga contra el arte contemporáneo que define como “una tomadura de pelo monumental”. “Si hubiera vivido en la época de Dadá me hubiera excitado muchísimo pero no puede ser que tantos años después continuemos con los mismos objetivos. Visité en Venecia, en la Punta della Dogana, la colección de Pinault y cuando llegué a un cuadro de dos por dos que era totalmente blanco no podía parar de reír. ¡Otra vez, pero si de esto se ha hecho hasta una obra de teatro! ¿Cómo puede ser?”.
Tusquets fue amigo y colaborador de Salvador Dalí, ¿adelantó el surrealista el circo del arte? “Él se empeñó en pintar sueños como un gran maestro holandés. Era ultratradicionalista, pero en el aspecto de cómo venderse avanzó una enormidad. En Port Lligat hasta las siete de la tarde pintaba y leía y luego actuaba, nos recibía, la prensa, etcétera. Ahora hay artistas que actúan mucho más que cuatro horas al día”.

Mejores argumentos

En una cita de Orson Welles encuentra Tusquets una clave fundamental, que podría aplicarse a Dalí y a tantos otros: hay que dotar a todos los personajes de sus mejores argumentos. “Esta frase me marcó, me pasó a limpio intuiciones que tenía de por qué unas obras me gustaban y otras no. Lo pedagógico me aburría. A veces al ver una película o leer un libro pienso que lo que falla es que a un determinado personaje no le han dado sus mejores argumentos, es un tonto o un malo sin más”. ¿Cuesta más apreciar los argumentos de los otros en la vida real? “Deberíamos intentarlo también. Mira, cuando me dicen que un artista es muy irregular pienso: ‘¡Fantástico!’. Porque eso quiere decir que a veces es excelente. Lo peor son los regulares, lo plano, lo que esperas”.
Señala Tusquets a Nabokov, Buñuel o Balthus como rijosos y escribe: “No todos los viejos verdes tienen aptitudes artísticas, ni logran pasar a limpio sus obsesiones”. “De eso no hay discusión, lo fueron. Se puede ser un viejo verde y además un genio, como Nabokov”, responde. El enfrentamiento entre la obra y la vida o carácter de un artista es otro de los temas en los que entra. “Es algo que no tiene solución. ¿Tiene un artista que ser buena persona? Tenemos ejemplos contradictorios. Podemos pensar que sí y luego pensamos en Picasso que con sus mujeres no era muy buena persona o en Caravaggio que fue un asesino. No pretendo solucionar esto, sino ponerlo sobre la mesa”. Hoy, cuando está en marcha la revisión de la biografía de muchos, ¿qué opina? “Con la edad, la capacidad de escandalizarse es menor, pero sí me escandaliza la situación en Cataluña o lo que está pasando con Woody Allen. Hay una especie de hipocresía moral”.
La moralidad dominante no es algo tan nuevo, menos aún en un país que era una dictadura. “En el franquismo el sistema era represivo pero tus amigos no. Ahora con cada persona debes pensar si es independentista o no, y en la conversación no sabes qué arriesgar, estás en la ambigüedad. Esto es nuevo”. Tusquets, que ha expresado su postura contraria a la independencia de Cataluña, no quiere verse reducido a ocupar el papel de portavoz de una causa, pero no cree que “la patosidad del Estado español, que ha existido, sea la culpable exclusiva de lo que ha pasado”.
Defensor acérrimo de la libertad, Tusquets aún parece sorprendido del giro que han tomado las cosas. “De jóvenes queríamos tener alas, y ahora te dicen que lo que hay que tener son raíces de tu lugar y tu tradición. ¡Cómo hemos cambiado! Son dos actitudes distintas ante la vida. Yo pertenezco a la generación de los sesenta y lo que queríamos era volar”.

EN DEFENSA DE BENIDORM

Declara tajante Oscar Tusquets que en general no le gusta “la arquitectura contemporánea” y se define como anti—Le Corbusier. Y sin embargo, “no siempre pero alguna vez la arquitectura puede sugerir nuevas maneras, por ejemplo, de acudir a un concierto como ocurre en el auditorio de la Filarmónica de Berlín y es muy emocionante”.
Marca una nítida distinción entre fotogenia y belleza y esta última, en cuestión de diseño, viene siempre de la mano de su funcionalidad. “La belleza de una tetera está usándose”, sostiene. Puede que en parte por eso haga una defensa encendida de Benidorm. “Es fantástico. Hay un buen rollo allí, la gente va feliz por la calle. Solo hay rascacielos y después el paisaje, no tiene suburbios. Esto es único y no deben perderlo. El consumo de agua y de recursos es mucho más eficiente que en una ciudad jardín. Muy poca gente se mueve en coche, es suficientemente denso para ir andando”, argumenta. “Es la primera playa desde Marsella que está totalmente orientada al sur, con una montaña detrás que te protege del viento y es plano. Tiene unas condiciones extraordinariamente favorables, y un plan urbanístico que ya tiene 60 años, de una valentía y de una inteligencia tremendas. Calles anchísimas. No es como Wall Street que es muy bello pero da miedo. Lo malo es que de su modelo se ha copiado la libertad de altura sin aceptar la limitación de volumen”, sostiene.

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