Enrique Iglesias: el chico sin buena voz de Experiencia religiosa que acabó ganando 80 millones de dólares vendiendo discos
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Cuando en el futuro le pregunten a Enrique Iglesias cómo fue su cuarentena de 2020, aquella vez que un virus puso al mundo en jaque y metió a la gente en sus casas, el ídolo pop dirá que lo recuerda todo como un tiempo feliz e incomparable. Antes de que la prudencia o la ley obligaran a la gente a no salir a la calle, él había sido padre de una niña, Masha, con su pareja de siempre, la ex tenista Anna Kournikova, y aquel bebé ha llenado su mansión de felicidad. La presentó en sociedad en abril, cuando Masha justo cumplía dos meses, y su padre bailaba con ella y le cantaba canciones al oído. Fue el mejor regalo por adelantado para Enrique Iglesias, que ahora cumple 45 años en la cima de la felicidad personal y familiar, después de haber conquistado la cima profesional -contra todo pronóstico, si repasamos la hemeroteca de sus comienzos- como artista discográfico.
Su trayectoria demuestra que ha sido un hombre afortunado, desde el primer día hasta hoy. Hijo de Julio Iglesias e Isabel Preysler, ya desde el principio estaba destinado a vivir bajo la lupa de los medios de comunicación, sólo por ser hijo de, y por tenerlo todo ganado, supuestamente, de antemano. Superada la adolescencia, finalmente decidió que su camino en la vida sería la música, como su padre -su hermano Julio José también tiene la misma idea, aunque con distinto resultado; de Chábeli lo más que se intuye es que cantará bajo la ducha-, y fue una decisión no exenta de polémica. Firmó su primer contrato con 20 años y rápidamente ocupó un espacio como baladista intenso con Experiencia religiosa. Lo que vino después fue abundar en la fortuna, hasta haber vendido más de 60 millones de discos en dos décadas y media y mejorar su perfil día a día, ahora dentro del sello Universal, donde es un artista preferente para el mercado latino.
Se cuenta que Julio Iglesias no veía el paso profesional de Enrique como una acción inteligente. Hay quien dice que fue por celos, y también hay quien afirma que fue por protección paterna: a su hijo siempre se le observaría como hijo de Julio y se compararía su éxito con el del padre, y vistos los astronómicos resultados del progenitor, ese contraste siempre pesaría en su contra. Pero Enrique Iglesias pensó en una nueva generación y en un nuevo estilo, al que le fue agregando -por acertada indicación de sus productores, tanto técnicos como ejecutivos- bases de reguetón y otras novedades del pop reciente para la multitud poco exigente. Al final, ser hijo de Julio Iglesias le dio impulso -era imposible no tenerlo-, pero lo aprovechó en positivo para desarrollar una línea propia y marcar un perfil independiente al padre. El tiempo le dio la razón.
Hay razones fundadas para creer que Enrique Iglesias es un producto bien trabajado al que, sin embargo, le falta madera artística sólida y genuina. En los primeros tiempos de YouTube y la viralidad de las cosas vía teléfono móvil, a todos nos llegó un audio suyo -grabado en una emisora de radio-, en el que cantaba fuera de micro, desafinando como una bestia que gruñe, su tema Rhythm Divine. Ciertamente, Enrique Iglesias es un vocalista limitado -cuyos defectos son corregidos a posteriori gracias a la magia del AutoTune- y un performer lineal, pero irradia un carisma singular que sus fans aprecian y que el resto del mundo no comprende. Sus ingresos derivados de royalties por venta de discos y porcentajes de venta de entradas para los conciertos, merchandising y patrocinios, se calcula en los 80 millones de dólares acumulados desde 1995.
En cualquier caso, su gran triunfo habría que buscarlo en el amor. En eso, también se ha distinguido del padre: mientras no se demuestre lo contrario todos somos potenciales hijos ilegítimos de Julio Iglesias, pero Enrique prefiere la clásica monogamia. Conoció a Anna Kournikova en 2000, cuando ella era la gran estrella del circuito femenino profesional de tenis, y él ya había mostrado que no sería una moda pasajera en el pop. Desde entonces han estado juntos, sin crisis de pareja ni demasiados titulares, salvo el nacimiento de sus tres hijos y su discreta -y acorazada- vida en común en Miami en una mansión que hace poco vendieron, para pasar a vivir a otra mejor.
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