En Lopburi, en Tailandia, miles de monos en libertad, atracción de turistas hoy inexistentes, están fuera de control y obligan a las autoridades a tomar medidas.
“Nosotros vivimos en una jaula y los monos viven en libertad”, suspira Kuljira, obligada a cubrir la parte trasera de su casa con una impresionante verja.
“Los excrementos están en todas partes, el olor es insoportable, sobre todo cuando llueve”, agrega la mujer, antes de abrir su pequeña tienda, en el centro de la ciudad de Lopburi, situada 150 km al norte de Bangkok.
Un poco más lejos, Taweesak, otro comerciante, instaló tigres y cocodrilos de peluche para intentar asustar a los monos y no duda en usar un bastón para ahuyentarlos cuando se acercan a su pequeña tienda.
En tres años, su población se multiplicó por dos y 6.000 macacos cohabitan hoy con 27.000 humanos en la ciudad.
Expulsados de su hábitat natural y confinados en un primer momento alrededor de un templo de la ciudad, con el tiempo, los animales invadieron las calles adyacentes, se apropiaron de edificios y obligaron a los comercios a cerrar sus puertas.
Así, el antiguo cine de la ciudad se ha convertido en su cementerio, que los monos defienden con celo.
Como representaban la principal atracción turística de Lopburi, los monos eran tolerados por la población y constituían una fuente de ingresos nada despreciable.
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