lunes, 7 de septiembre de 2020

Pedro Almodóvar: "Mi mayor ilusión es seguir vivo"


'La voz de humana' inspira por tercera vez la obra del manchego en una versión (la primera vez que rueda en inglés y con Tilda Swinton de protagonista) infectada de perfección para estos tiempos de coronavirus
Tilda Swuinton y Pedro Almodóvar en la presentación de 'La voz...
Tilda Swuinton y Pedro Almodóvar en la presentación de 'La voz humana' en Venecia. ALBERTO PIZZOLI AFP
La habitación que ocupa la protagonista del último trabajo (un mediometraje de media hora de duración) de Pedro Almodóvar presentado este jueves en el Festival de Venecia aparece presidida por el cuadro 'Venus y cupido', de Artemisia Gentileschi. En él, la pintora barroca, siempre perseguida y torturada por la violación de su maestro Agostino Tassi, se imagina esta vez a sí misma (es autorretrato) tranquila, relajada y hasta feliz en compañía de su hijo.
Recostada, desnuda, la mano sobre el costado, los ojos cerrados y la sonrisa clara anuncian un momento a salvo, libre incluso, en el conjunto de una obra martirizada por la ira y el recuerdo. Se diría que ésa es la pauta y sobre ese sentimiento se levanta la película entera. A distancia de la parte, ya casi olvidada, más turbulenta y apasionada de su filmografía, Almodóvar entrega en 'La voz humana' (su primera cinta en inglés con una Tilda Swinton estelar) uno de sus trabajos más académicos, calculados pese al barroquismo y, ya que estamos en tiempos de pandemia, infectado de una peligrosa y febril perfección.
No es la primera vez que el director acude al texto de Jean Cocteau con que entre otros se atrevió tiempo atrás Roberto Rossellini de la mano de Anna Magnanni en 'El amor' (1948). En 'La ley del deseo', en 1987, Almodóvar levantó su ideario más reconocible, tumultuoso y brillante sobre esta obra de teatro en la que una mujer despechada, ultrajada y violenta se despide de su amante justo antes de que éste se case con otra. En la película, el montaje de la obra estaba dirigido por el personaje de Pablo Quintero, un Eusebio Poncela transubstanciado en la propia piel de Almodóvar.
Ella habla, sola, al teléfono y él sólo responde en la expresión sorprendida y arrasada de ella. Se habla con ira del pasado, se mira al presente como se contempla un abismo infranqueable y, finalmente, todo arde en un fuego purificador que anuncia, como no podía ser de otro, la inminencia de un futuro mejor. Es una obra a la vez esperanzada y terriblemente desesperada que, de nuevo y ahora más que nunca, habla tal vez de nosotros.
Acto seguido, 'Mujeres al borde de una ataque de nervios' volvía a servirse de las mismas palabras para confeccionar un universo completamente nuevo. Toda la película sucedía antes de que se desencadenara el monólogo. Carmen Maura otra vez ejercía de maestra de ceremonias con la cámara detenida justo en frente del rostro. Pocos planos definen mejor el hacer del Manchego como ese silencio verborreico tan dentro y a la vez tan fuera de campo.
Cuenta Almodóvar que lo que le inspira es la situación de "una mujer abandonada, al borde de la locura, con un montón de maletas hechas". Se niega, eso sí, a citar una situación autobiográfica en la que reconocerse. Lo dice después de describir cuál ha sido el proceso de reescritura hasta hacer suya cada palabra del francés: "En la obra original hay demasiada sumisión, quería que se viera la venganza".
Ahora es Swinton, ninguna actriz más almodovariana 'avant la lettre', la que oficia de rostro y carne; la que se desangra en la paleta encendida de José Luis Alcaine; la que sigue sonámbula el camino rugoso, iluminado y febril marcado por la partitura de Alberto Iglesias.
El director imagina un escenario que es antes que nada eso: escenario. La casa que habita la protagonista es decorado, nada más que eso, en una nave que se abre al mundo más personal e identificable de Almodóvar. Escenario sobre escenario. Toda la película funciona a la vez como un ensayo general, como una declaración de intenciones y hasta como un resumen y puesta en limpio del momento en el que se encuentra Almodóvar tras el desgarro de 'Dolor y gloria'.
La película, que fue rodada justo después del confinamiento con todas las medidas de seguridad en perfecto estado, es ella misma consciente de los peligros que la rodean y nos rodean. Y como tal se comporta: a una prudente distancia de seguridad de la posibilidad de cualquier contagio. Sorprende la claridad con la que el mundo se cuela en la película y apabulla la precisión de cada gesto, cada palabra, cada mirada de Tilda Swinton.
Llegados a este punto el director habla del confinamiento para también hablar del cine. "Este tiempo ha demostrado hasta qué punto dependemos de la ficción y cómo es la cultura de necesaria. Y eso es bueno. Lo que no es tan positivo es que de repente hemos descubierto la casa como un lugar de reclusión. En ella podemos hacer todo: trabajar, amar, comprar... Creo que es el momento de reclamar el cine como precisamente lo opuesto a todo esto. Ir al cine es una aventura que funciona como una catarsis colectiva en la que reír, llorar o aterrorizarse en compañía. Y a oscuras". Y dicho esto explica que ahora mismo se encuentra más activo que nunca con la preparación inminente de su siguiente largometraje y dos cortos más: un 'western' y, atentos, "una distopia en la que me imagino una sociedad en la que han desaparecido los cines", dice. Y le creemos.
'La voz humana' es en buena medida un perfecto resumen de todo lo dicho y, ya puestos, hasta del instante preciso del mundo entero en el momento actual. Y desde todos los puntos de vista. Es un homenaje al poder de la ficción y de la palabra para esencialmente la reconstrucción; para la posibilidad y exigencia de crear, desde la más elemental de las catástrofes, una vida nueva. Y lo que vale para el amor, sirve igual para las pandemias.
Formalmente, la película entera mantiene una equilibrada distancia de seguridad (también aquí) con un mundo y una realidad que son a la vez idealizados, criticados y protegidos. La idea es desmontar los artefactos que componen el drama y la realidad para reordenarlos en un espacio casi sagrado. Almodóvar esencializa su lenguaje y dicción hasta la paradoja de un barroquismo sobrio más real que la realidad, más grande que la propia vida.
Vale 'La voz humana', sin duda, como prueba de luces para todo lo que vendrá. "Mi mayor ilusión es seguir vivo... seguir vivo haciendo cine", comenta con la voz alta y clara. Como en la obra de Artemisia Gentileschi, el tumulto es sólo un síntoma del equilibrio, de la felicidad. La perfección da fiebre.
Venus y Cupido, de Artemisia Gentileschi.
Venus y Cupido, de Artemisia Gentileschi

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