La polisemia de la palabra hostia está ahí para desconcertar. Una hostia es tanto la oblea delgada de pan de ácimo sólo apta para consagrar antes de la comunión que lo que se ofrece en sacrificio que, simplemente, una buena hostia. Es decir, un bofetón. Lo que nos asombra es "la hostia" y al que luce mala baba o torva intención se le adivina igualmente "una pésima hostia". ¡Hostias! Corpus Christi, del polaco Jan Komasa, es, además de una de las más sorprendentes películas de la pandemia, un brillante juego de palabras que también lo es de espejos. Se cuenta la historia, lejanamente basada en un hecho real, de un delincuente juvenil que, por azares de la pena y el dolor, se hace pasar por el cura que no es ni podrá ser en un pequeño pueblo que, de repente, descubre en este falso y peculiar sacerdote el único alivio posible. Y comprensible. Y de golpe, la hostia que se acierta a ver resulta tan sagrada en sus formas como violenta, pagana y clara en su actitud. Pura polisemia.
Encendida por un raro hiperrealismo casi místico (todos los personajes lucen ojos azules) y una fotografía gris deslumbrante (notable el trabajo de Piotr Sobocinski), el filme no duda en descender al más evidente de los fangos para enseñarnos el verdadero sentido de lo sagrado. La que se anuncia como la candidata polaca al Oscar quiere ser el relato pausado de lo que no es más un error, una confusión, un simple trampantojo. Bartosz Bielenia da vida a un huido de un reformatorio que en sus años de reclusión descubrió en la ceremonia de la misa algo más que sólo una vía hacia el consuelo: también era un perfecto escondite. Un buen día, el azar le conduce a una pequeña aldea arrasada por el luto. Un conductor presuntamente borracho acabó con la vida de buena parte de los jóvenes del lugar. Lo que sigue es la representación de una mentira, pero muy cierta.
LEJOS DEL DIRECTOR CUALQUIER AMAGO DE PAZ, DE TRANQUILIDAD O DE SIMPLE CONSUELO. LA CLARIDAD DE LA CONFUSIÓN LO PRESIDE TODO HASTA UN FINAL MODÉLICO EN SU VOCACIÓN DE PIADOSO SACRILEGIO
La estrategia del inteligente Komasa no está exenta de mala hostia. Quiere el director indagar en ese extraño proceso de transubstanciación por el que la posibilidad de lo eterno calma la evidencia de lo fútil, de lo que desaparece. La idea es dar con la raíz casi mística por la que una fabulación cualquiera adquiere de repente la consistencia dura de lo real; por la que la liturgia que configura la religión acaba por transformarse en la única posibilidad para sanar. ¿Cómo es posible que la mayor de las mentiras (un asesino vestido de hombre santo) sea al final la única certeza (o casi) que nos queda? Y en la pregunta, de nuevo, otra hostia. Pero ésta de las que duelen.
El director se las arregla para ofrecer una lectura social y política de un pueblo arrasado no sólo por la pena de un accidente fatal sino por la red tupida de intereses e injusticias que entretienen al cacique local y a la misma iglesia con el objetivo de alcanzar una falsa paz social de la que los dos se nutren y se enriquecen. Pero digamos que esta primera lectura se ofrece en sacrificio (y por tanto en hostia) a lo que realmente interesa. Y eso otro tiene que ver tanto con el sentido de asuntos tales como el perdón o la comunidad como con el mecanismo que anima la propia representación. En efecto, la puesta en cuestión del teatro desplegado en la liturgia de la misa es la que opera dentro del propio cine (o en el arte en general) como ejercicio de fabulación y mentira necesario para dar con algo parecido a la verdad. Pero que nadie se relaje. Lejos de Komasa cualquier amago de paz, de tranquilidad o de simple consuelo. La claridad de la confusión lo preside todo hasta un final modélico en su vocación de piadoso sacrilegio. Toda una hostia polisémica. Amén.
- +El realismo voraz y místico alimentado por la sorprendente interpretación de Bartosz Bielenia convierten a 'Corpus Christi' en una de las más notables películas del año
- - La caracterización del cacique local por momentos se aproxima a la caricatura innecesaria
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