CaixaForum proyecta hoy 'Kusama: Infinity', un documental sobre la vida y obra de esta japonesa que hace 43 años ingresó voluntariamente en una institución mental
A sus 91 años sigue trabajando en su estudio, ubicado muy cerca del hospital Seiw, en Shinjuku (Tokio), donde vive
Quién le iba a decir a Yayoi Kusama que sólo cuando dejara de buscarla conseguiría la fama que tanto anhelaba. Hoy, esta japonesa (Matsumoto, 1929) es la artista viva más cotizada del mundo, expone en los museos y las galerías más importantes, sus obras alcanzan cifras millonarias en las subastas, es conocida por el gran público y hasta protagoniza documentales, como Kusama: Infinity, que hoy, viernes 2 de octubre, se proyecta en CaixaForum.
El filme de la escritora, directora y productora Heather Lenz -se estrenó en 2018 en el Festival de Cine Sundance y en mayo de ese año, en la Cineteca Matadero (Madrid)- es un recorrido por la singular vida y vasta obra de esta mujer menuda que, con su eterna peluca roja, vive en una institución psiquiátrica de Japón desde 1977, donde ingresó voluntariamente, ya que desde la infancia sufre alucinaciones y un trastorno obsesivo compulsivo. A sus 91 años sigue trabajando, con "obsesión infinita", en su taller en el distrito de Shinjuku (Tokio) -muy cerca del hospital Seiwa-, al que acude casi todos días. Yayoi vive recluida, pero no es ajena al mundo que hay tras los muros, así en plena pandemia publicó una poesía dedicada a los que luchan contra el Covid.
REFERENTE DEL ARTE EN MOVIMIENTO
Icono del Pop Art; "rival" de Andy Warhol; Reina o princesa de los lunares; artista con una extensa obra pictórica, escultórica, de performances, happenings y videoarte; creadora de esas famosas Infinity Rooms (habitaciones infinitas) que vuelven locos a instagramers y amantes del arte por igual, donde comparte un universo de repeticiones, psicodelias y alucinaciones. Luchadora contra el sexismo, el racismo, la homofobia... Sí, Yayoi Kusama es todo eso, pero sobre todo una mujer que ha hecho del arte su hogar y su medicina.
Toda una pionera en muchos aspectos, fue una de las primeras japonesas que abandonó el país, a finales de los 50, para hacer Las Américas. De esa manera, dejaba atrás una infancia traumática, con una madre estricta y conservadora que le imponía castigos por pintar y que, lejos de apartarla del arte, hacía que se volcara aún más en él, hasta convertirse en una obsesión.
Y llegó a Nueva York, en 1958, chapurreando un poco de inglés y con el objetivo de hacerse un nombre. Aunque no fue tan fácil como creía pese a formar parte de la revolución cultural de los años 60 y desenvolverse bien en un mundo dominado por hombres. Siempre en la vanguardia, vio cómo algunos de sus trabajos alcanzaban popularidad en otras manos; por ejemplo, la repetición en serie de imágenes que hicieron famoso a Andy Wharhol... Sin embargo, consiguió convertirse en unas de las grandes agitadoras de la escena artística neoyorquina.
REIVINDICATIVA
Agitadora y guerrera. En 1966, se presentó a las puertas de la Bienal de Venecia, sin estar invitada, con la que sería una de sus obras más importantes, el Jardín de Narciso: una instalación con cientos de esferas de espejo que empezó a vender, una a una, por dos dólares y con la que trataba de denunciar el mercantilismo del arte. También organizó happenings en lugares públicos, como Central Park y el Puente de Brooklyn, para protestar contra la guerra de Vietnam (1968) -a veces, ella sola; a veces, con gente desnuda a la que pintaba con lunares de colores- o contra la homofobia (Boda homosexual, en 1968)...
Entretanto, o mejor dicho todo el tiempo, lidiaba con la enfermedad mental y fue hospitalizada con frecuencia por exceso de trabajo. Trabajaba sí, pero no conseguía vivir del arte. Gozaba de cierto renombre en el mundo artístico, también, pero la fama no llegaba... Y, en 1973, poco después de que falleciera el pintor y escultor estadounidense Joseph Cornell, con quien mantuvo una relación apasionada y platónica, regresó a Japón.
EN EL HOSPITAL
Allí encontró un país más conservador en todos los sentidos, pero especialmente en el artístico. Mutó en marchante de arte, pero el negocio fracasó. Y con las alucinaciones y las obsesiones acechándole-en realidad, nunca se fueron- decidió ingresar voluntariamente en Hospital Seiwa para Enfermos Mentales, su "hogar", como ha dicho en alguna ocasión, y olvidarse de la fama... Hasta 1993, cuando representó a su país en la Bienal de Venecia (está vez sí estaba invitada). Entonces, se desató la locura por ella y por su obra, llegaron los reconocimientos, el dinero, las exposiciones, sus nuevos trabajos... Y, por fin, la fama, esa que ya no busca.
El documental Kusama: Infinity (en inglés y con una duración de 80 minutos) se proyecta hoy, viernes 2, a las 19.30 horas, en CaixaForum.
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