jueves, 12 de noviembre de 2020

Desmontando de un soplido los progresos de 20 años de lucha contra las neumonías

 


Dada la coyuntura actual de la covid-19, hay que prevenir las muertes por neumonía infantil haciendo hincapié en las necesidades de los países más pobres y con sistemas de salud más frágiles

Cuando a finales de enero pasado reunimos en Barcelona a más de 300 personas expertas internacionales en el campo de las neumonías, ni el virus SARS-CoV-2 ni la enfermedad que ahora conocemos como covid-19 tenían siquiera nombre, y los casos solo despuntaban en algunas zonas concretas de China. Esta reunión, en la que participaron Gobiernos de países con alta carga de neumonía ―incluyendo una docena de ministros de salud de países africanos y asiáticos―, representantes de agencias internacionales y multilaterales, financiadores, ONG, empresas, investigadores e instituciones académicas de hasta 55 países diferentes, fue una celebración alrededor de los enormes progresos conseguidos en las últimas décadas en la lucha contra la neumonía, la enfermedad infecciosa que más contribuye a la mortalidad infantil.

Darle visibilidad a la neumonía era necesario para seguir avanzando en su prevención y tratamiento, en un momento en que esta enfermedad no ocupaba precisamente las primeras páginas de la prensa mundial, ni recibía una atención mínimamente proporcional a su enorme impacto a nivel global. Apenas ocho meses después, el mundo ha cambiado radicalmente, y asistimos atónitos a los estragos causados por la covid-19, culpable de más de 50 millones de episodios documentados, 1,25 millones de muertes, y todavía descontrolado.

Cualquiera con dos dedos de frente pensaría que la irrupción en forma pandémica de un virus que típicamente causa neumonías sería por lo menos una buena oportunidad para fortalecer los sistemas de salud en todo el mundo y contribuir a una mejora del diagnóstico, tratamiento y sobre todo prevención de este síndrome, pero la realidad nos ha demostrado que el camino a recorrer no será fácil, y que los efectos colaterales de esta plaga pueden ser todavía peores.

Se calcula que, en 2019, las neumonías mataron a más personas en el mundo que cualquier otra enfermedad infecciosa. La foto para 2020 es, si cabe, todavía más espeluznante. A los cerca de 2,5 millones de muertes anuales (672.000 de las cuales en niños y niñas), deberán añadirse las muertes directamente asociadas a covid-19 (aunque muy pocas de estas en la población infantil), y sobre todo aquellas que ocurran como consecuencia indirecta del colapso del sistema sanitario. Las predicciones más realistas advierten que las restricciones en el acceso a la atención sanitaria, las interrupciones en la provisión de servicios básicos de salud ―incluyendo la vacunación― y el aumento de las tasas de desnutrición debido a la escasez de alimentos y de la pobreza podrían causar hasta 890.000 muertes de niños adicionales, siendo hasta una tercera parte de estas secundarias a las neumonías.

En una carta publicada hoy en la revista The Lancet, con motivo del Día Mundial contra la Neumonía, el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS) Tedros Adhanom Ghebreyesus y la directora ejecutiva mundial de Unicef, Henrietta Fore, junto con otros líderes de opinión, animan a aprovechar la coyuntura actual de la covid-19 para garantizar el progreso hacia el fin de las muertes prevenibles por neumonía infantil, haciendo hincapié en las necesidades de los países más pobres y con sistemas de salud más frágiles.

Para los cerca de 4,2 millones de niños y niñas con neumonías e hipoxemia, tener acceso al oxígeno es una cuestión de vida o muerte

Muy conscientes de lo dramático de la situación actual, aunque con cierto optimismo, destacan que las medidas actuales recomendadas para frenar al coronavirus (uso de mascarillas, distancia física, mejora de la higiene) pueden también ser efectivas para reducir el riesgo de las neumonías infantiles, y que el refuerzo de los sistemas de salud y la capacitación y fortalecimiento del personal sanitario de primera línea, conducirán sin duda a un mejor manejo no solo de los pacientes de covid-19 sino también de todos aquellos que necesiten cuidados de salud.

En ese sentido, el campo donde se presentan las mayores oportunidades de mejora tiene que ver con la falta de oxígeno o hipoxemia, una de las consecuencias más temibles de las neumonías y la principal causa de las muertes asociadas a este síndrome. Para los cerca de 4,2 millones de niños y niñas con neumonías e hipoxemia, tener acceso al oxígeno es una cuestión de vida o muerte, y su ausencia una condena por adelantado.

La actual crisis sanitaria mundial debería permitir, como mínimo, una distribución masiva de la tecnología necesaria para la detección de la hipoxemia (los pulsioxímetros) y sobre todo garantizar los equipamientos y la distribución de oxígeno, un tratamiento salvavidas tremendamente barato y eficaz pero cuya disponibilidad define mejor que nada las inequidades en salud de nuestro mundo.

Quique Bassat es investigador ICREA en el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), centro impulsado por la Fundación “la Caixa”.

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