jueves, 12 de noviembre de 2020

Sexo vespertino, el revés de la prostitución en Caracas



 FABIANA CANTOS

  • Mujeres y transgéneros que ofrecen servicios sexuales en las calles de la capital han preferido cambiar su habitual horario ante la creciente inseguridad

Cuando el sol se despedía, personas con poca ropa o semidesnudas comenzaban a ocupar las esquinas de la icónica avenida Libertador de Caracas para recibir dinero a cambio de sexo. Peleas entre sus propias bandas y conflictos con las autoridades eran los protagonistas de aquellas noches. El presente ha tomado otro rostro, pero la inseguridad y el amedrentamiento siguen imperantes.

Desde temprano, el sonido de varias escobas comienza a escucharse sobre las aceras aledañas a la mencionada avenida. Los vecinos de la zona no solo comparten el hábito de salir a barrer cada mañana, también son testigos de la presencia de quienes han dejado atrás el horario nocturno para ofrecer sus cuerpos después del alba.

Aquel escenario se desarrolla bajo una amenazante economía. Los índices actuales distan de la época en la que Venezuela era una promesa petrolera y vendía millones de barriles de crudo diariamente. De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), la economía del país podría caer para este 2019 en un 25% y su inflación podría cerrar por encima de 10.000.000%.

Con respecto a mayo del presente año, la inflación fue de 31,3% y la inflación acumulada se ubicó en 905,6%, según lo informó la Comisión Permanente de Finanzas y Desarrollo Económico de la Asamblea Nacional, que ha especificado que la hiperinflación en el país continúa y para que se detenga “se requiere de un año con cifras por debajo del 50%”.

A estas cifras se le suma la del incremento de la canasta básica, cuyo precio para la primera quincena de junio es de Bs 2.577.170,09, de acuerdo con el informe del Observatorio de Gasto Público de Cedice. Esto significa que para poder cubrir dicha cantidad se necesitan 40 salarios integrales de Bs 65.000, un monto alejado de la realidad de cualquier venezolano, que también debe sortear los índices de criminalidad, pues el empobrecimiento ha traído consigo una ola de delitos.

El Observatorio Venezolano de Violencia (OVV) precisó en su informe del año 2018 que 23.047 personas perdieron la vida en Venezuela por causas violentas y que, específicamente, 7.523 personas fallecieron por la acción de los cuerpos policiales y militares, lo cual sigue posicionando al país como el más violento de América Latina.

“Cuando llego a casa es la parte más difícil y más complicada”

La Chiqui no lleva tacones. Su vestido corto lo usa con unos zapatos deportivos de color negro. En su cara tampoco hay rastros de maquillaje, pero sí unas ojeras que permiten entrever su cansancio. De sus 40 años, tiene 17 ofreciendo servicios sexuales en la calle. Con una cartera hecha con tela de blue jean, se mantiene de pie mientras espera clientes en la avenida Andrés Bello.

La Chiqui reconoce que no siempre ha estado allí a esa hora. En su caso, una amenaza la llevó a cambiarse de turno, pues fue testigo de un robo en el que, asegura, dos funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana (PNB) le quitaron el carro a un señor después de que lo pararan en una alcabala.

“El funcionario se montó en el carro y se fue. Y el viejo se quedó en medio de la calle pegando gritos. El otro funcionario se subió a su moto y también se fue. Luego, me vieron y me dijeron que no podía decir nada, que me tenía que quedar callada y yo le dije: ‘¿Pero de qué habla? Ese día yo estaba tomada y no vi nada’. Sin embargo, para cuidarme, porque ellos son los que todo lo pueden, me resguardé y después empecé a trabajar. Ahora estoy aquí de día. Desde ese entonces ya han pasado 10 años y ellos dirán que se me olvidó, pero eso nunca se olvida”, explica mientras el pasar de algunas motos interrumpe la quietud de la zona.

Cuando habla, no deja de dirigir su mirada a vehículos y transeúntes porque, incluso con el sol de testigo, la calle puede sorprender a desprevenidos. No obstante, su rutina no ocurre en completa tensión. Los 17 años que la Chiqui tiene trabajando en la calle no solo le han enseñado a estar alerta, sino que también la han hecho conocida entre los vecinos. Varios la saludan con cortesía, especialmente mujeres mayores que se detienen a conversar con ella.

“Por ejemplo, en mi caso, este siempre ha sido mi pedazo, mi trono, y trato de cuidar a los vecinos, de que no les pase nada, estoy pendiente diciéndoles ‘cuidado, ese carro ha dado muchas vueltas’. Trato de cuidarlos a ellos para que el día que yo toque la puerta no me la nieguen, porque es fuerte pasar todo el día aquí sin hacer nada y se cuenta es con ellos, con el vecino, con el de al lado”, agrega.

Conocer a estas personas también le ha permitido sortear las veces en las que ha sido perseguida por policías, pues asegura que normalmente tienen que “arrancar a correr” cuando ellos las amenazan.

La Chiqui también es madre. Tiene cinco hijos, cuatro de ellos son mayores de edad y están fuera del país. Habla de ellos con orgullo y admite que llegó a ese trabajo cuando el menor de ellos se enfermó de la columna y tuvo que hacerle un examen médico que no podía cubrir con su sueldo. Su hermana, quien trabajaba como prostituta, la llevó a la calle. Aquella primera noche quedó grabada para ella como un mal recuerdo.

“Fue horrible, me dejaron botada. Me monté con un cliente y el cliente dijo un precio. Resulta ser que cuando llegamos al sitio, él siguió en el carro y me dejó botada”, expresa.

Mientras rememora aquella época, la aflicción se entremezcla en sus palabras. Confiesa que llegó a darle de comer a sus hijos yuca con plátano sancochado mientras que ella solo tomaba un vaso con agua. “Y me quedaba calladita la boca pensando ‘mañana será mejor’”, relata.

Su caso no se aísla de los últimos resultados de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida (Encovi), correspondiente al año 2018, donde se indica que 51% de los hogares venezolanos vive en condiciones de pobreza. Las cifras no dejan de ser demoledoras; por el contrario, siguen llevando víctimas consigo porque, como también lo reveló esta encuesta, la esperanza de vida al nacer se ha reducido en 3,5 años.

Los hijos de la Chiqui no saben a qué se dedica, ella les ha dicho que trabaja como camarera en un hotel. Aunque en estos años ha podido mantener su secreto, asegura que llegar a casa “es la parte más difícil y más complicada. Siento como rabia, pero también agradecimiento porque gracias a esto es que he mantenido a mi familia todo este tiempo”.

Como también lo afirma, para ella la prostitución ha sido sinónimo de “siempre estar escondida” y ser un blanco de insultos.

“Me siento señalada. Muchas personas nos juzgan. Si supieran que nosotras también somos seres humanos…”, concluye.

“La mayoría de los transexuales fueron abusados”

Franceska mira a los lados y se retoca el maquillaje con su polvo compacto. De tez morena y con 25 años de edad, luce una piel tersa y unos dientes alineados. Su ajustado vestido negro resalta las líneas curvas que obtuvo para adecuar su cuerpo al género femenino con el que no nació, pero con el que asegura se sintió identificada desde que era un niño.

“Esto no es ninguna dificultad, nací con eso. Nosotros somos el tercer sexo. En otros países es el tercer sexo, que serían: hombre, mujer y transexual. Lo que pasa es que aquí todavía no se ha legalizado”, comenta.

Franceska, quien comenzó a ofrecer servicios sexuales a los 15 años de edad, trabajaba de noche en la avenida Libertador cuando “eran otros tiempos y había más transexuales”. No obstante, sostiene que en esa época el peligro marcaba el compás del reloj.

“En mis tiempos, pasaban carros y te echaban plomo, te secuestraban. Nos torturaban, y no es que una sea agresiva, lo que pasa es que una actúa así por todo lo que pasa una en la vida, porque la vida de un transexual no es fácil”, relata Franceska, quien asegura que en estos incidentes estuvieron involucrados funcionarios de la antigua Policía Metropolitana, que las dejaban botadas en la Cota Mil después de desnudarlas y quitarles todo lo que llevaban.

Dada esa situación, afirma que muchas de las mujeres con las que compartía su oficio han perdido la vida y otras se han ido del país, por lo que tuvo que replantear su horario habitual. Ahora prefiere trabajar de día porque, a su juicio, “si te matan de noche nadie te va a ver y por lo menos de día la gente está pendiente”.

Pese a esto, Franceska dice que nunca se ha sentido arrepentida. Habla de su futuro con determinación, quiere seguir con sus operaciones y piensa irse del país. Entre sus planes también está tener un negocio propio, “porque la belleza no dura toda la vida, eso dura por poco tiempo”.

Con la misma franqueza, habla de los prejuicios por los que ha sido señalada. Los insultos en la calle son parte de su cotidianidad y reitera que los transexuales no son agresivos, sino que llevan consigo episodios de su pasado que los marcaron.

“Hasta violaciones, porque la mayoría de las transexuales fueron abusados”. Su caso no fue la excepción y habla de ello sin demostrar quebranto.

“Yo fui abusada de pequeña, pero no es que fui abusada y fue que me metí a esa vida porque me gustó: yo nací así. A lo mejor la persona me veía con problemas de amaneramiento y se aprovechaba. Yo siempre se lo confesé a mi madre y me apoyó. Esa persona ahora está peor que yo, porque yo estoy bien, yo considero que estoy bien, estoy sana gracias a Dios, porque he sabido llevar mi vida como transexual y la he sabido llevar bien, la he sabido mantener, y bueno, pa’ lante, no me queda de otra”, explica.

Pese a que el Ministerio del Poder Popular para la Salud (MPPS) no ha publicado cifras sobre casos de VIH desde 2016, la problemática en torno a este tema se sigue agravando. De acuerdo con un informe publicado en septiembre de 2018 por distintas ONG que velan por el respeto de los derechos humanos, se estima que en Venezuela hay 154.000 personas con VIH y que más de 79.000 dejaron de recibir antirretrovirales desde 2017.

Dicho informe también señala que el número de muertes pasó de 1.800 en 2014 a posiblemente 5.000 fallecidos en los años 2017 y 2018.

Franceska usa la calle como pasarela. Mientras cruza, lleva sus manos a su cabello corto y observa los vehículos para divisar cuál será su próximo cliente, al que le cobrará 60.000 Bs. por alrededor de unos 45 minutos “con derecho a todo”. En los 10 años que tiene en este oficio, asegura que no ha tenido mayores complicaciones de salud, sabe a lo que se atiene y ha estado prevenida a ello.

“Si tú sabes que estás trabajando como prostituta, tú tienes que cuidarte porque dependes de eso. Tienes que hacerte tu chequeo, no te puedes dejar llevar por cara bonita, porque las caras bonitas engañan”.

“Me metí a la prostitución por el mismo bullying

Unos lentes de sol cubren los ojos de Bárbara. Para hablar frente a la cámara se los retira sin disimulo. No tiene reservas al expresarse en público y tampoco hace falta pedirle que pose frente al lente. Nació de sexo masculino, y aunque no haya pasado por quirófano alguno, habla de sí mismo como una mujer.

Bárbara nació en Ciudad Bolívar. Dejó su casa y sus estudios cuando estaba en bachillerato. “Me metí a la prostitución por el mismo bullying”, dice sin rodeos. Cuando tenía 16 años de edad comenzó a vender su cuerpo y, actualmente, lleva 10 años en esto.

“Yo era travesti, de pelo largo, lo que pasa es que por una circunstancia de otro grupo de amistades, nos agarró el gobierno y nos raspó el cabello. Sí, hubo maltrato físico de la Policía Nacional Bolivariana, nos golpearon por el hecho de estar en la calle”, relata sobre su experiencia en Caracas.

La comunidad LGTB en el país sigue expuesta a estigmas sociales sin leyes que los amparen. Un informe de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, publicado en marzo de 2018, indicó que “la normativa de protección de sus derechos es escasa e ineficiente”. En ese sentido, indican que su situación “parece estar menos en el punto de mira” por la actual crisis humanitaria del país.

“Si bien no existe criminalización de la homosexualidad en Venezuela, la legislación protectora es escasa. Tal y como recoge el informe de ILGA, solo existen normas que prohíben la discriminación (por ejemplo en materia laboral), pero no hay normas que prohíban la incitación al odio por orientación sexual ni esto es considerado circunstancia agravante de los delitos. Además, no existe reconocimiento del colectivo: quedan expresamente excluidos el matrimonio, las uniones de hecho o la posibilidad de adoptar para estas personas”, se puede leer en el informe.

Al igual que la Chiqui y Franceska, Bárbara también tiene como lugar de trabajo la avenida Andrés Bello. Su tarifa es de Bs 50.000 y sus clientes son tan variados en edades y profesiones como en las formas de pago. Además de aceptar bolívares, bien sea en efectivo o en puntos de venta previamente acordados, reciben moneda extranjera, comida o medicinas.

“A veces nos brindan el almuerzo por un servicio o nos dan la caja CLAP”, comenta sobre los clientes, con quienes ha llegado a tener inconvenientes cuando se rehúsan a pagarle.

“Tú les dices un precio, luego cuando van a la habitación te quieren dar menos y se presenta la pelea, nos agredimos, porque si yo le digo un precio tiene que pagarlo y ellos a veces no te quieren pagar lo acordado”, explica.

En los 10 años que tiene trabajando en la prostitución, dice que la inseguridad ha sido perenne. Sin importar si es de día o de noche, los insultos, robos y amenazas se mantienen, y asegura que no tiene confianza en los cuerpos policiales. Según lo expresa, “ellos son los primeros inseguros que no cumplen con la seguridad del país”.

“Me siento con temor porque hay miedo. Ya a estas alturas, después de estar en la calle, hay miedo. Trabajé por muchos años en la avenida Libertador de noche y ya ahorita de día hay miedo”, reitera.

Aquel sentimiento se hace común en sus jornadas. La zozobra no exime género, tampoco lo hacen quienes les dirigen improperios desde la ventana de un carro, asunto que ellas asumen como una circunstancia más del oficio que eligieron.

La mañana se va convirtiendo en tarde. Entretanto, una compañera de la Chiqui, Franceska y Bárbara se les acerca contando varios billetes que lleva en sus manos. No se trata de un pago que recibió, sino del dinero que debe entregarle a uno de los policías de la zona, pues aseguran que estos les piden diariamente 5 dólares o su equivalente en bolívares para no perjudicarlas. Aquello no les sorprende, por el contrario, resulta otra de las cotidianidades con las que deben lidiar.


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