Pablo Lafuente es el nuevo codirector de uno de los principales centros de arte de Brasil. Su misión es dar más visibilidad a las narrativas negras e indígenas: "Las instituciones culturales en Brasil son blancas en muchos sentidos, eso tiene que cambiar rápidamente"
Algo se mueve en la imponente estructura de hormigón del Museo de Arte Moderno (MAM) de Río de Janeiro. Desde hace unas semanas se pasea frenético por sus salas Pablo Lafuente, un vizcaíno de 44 años, elegido recientemente para dirigir uno de los museos más importantes de Brasil con un proyecto que promete ponerlo patas arriba: "Las instituciones culturales en Brasil son blancas en muchos sentidos. Históricamente apoyan una cultura de origen europeo, siempre se ha hecho eso. Las colecciones representan esa cultura, y también los equipos. Pensamos que eso tiene que cambiar rápidamente", avisa en una entrevista con EL MUNDO.
Pablo habla en primera persona del plural porque no estará solo en esta misión. Trabajará junto a la carioca Keyna Eleison. Los dos se conocían del mundillo artístico y cuando surgió la convocatoria pensaron que sería buena idea presentar una candidatura conjunta. Ahora dividen el sueldo de un director y son la cara de la filosofía que pretenden aplicar al museo: "Brasil necesita una visión compleja y eso es más fácil con una diversidad de visiones que se negocian y se construyen".
La historia del MAM está marcada por una tragedia: en 1976 un incendio destruyó buena parte de su colección, incluyendo cuadros de Dalí, Picasso, Miró, Klee, Magritte, Portinari y cientos de obras de otros artistas brasileños. Sus fondos se fueron recomponiendo con donaciones privadas, pero el relato sigue siendo muy eurocéntrico. El proyecto de Lafuente y Eleison quiere dar más visibilidad a los artistas latinoamericanos, negros e indígenas de la colección, pero el nuevo director insiste en que no es sólo eso. "Es fundamental que las cosmovisiones yorubá, guaraní o de otras culturas no europeas entren en el museo y articulen lo que decimos y cómo lo decimos. No basta introducir personas, sino que esas personas no tengan que adaptarse a un patrón determinado por un museo de arte".
A modo de ejemplo, la anécdota de Hélio Oiticia y Mangueira. En 1965 el artista brasileño llegó al MAM con los bailarines de esta escuela de samba vestidos con sus famosos parangolés, para realizar una performance. Aquel momento unía lo mejor del arte de vanguardia y la cultura popular, pero los guardas del museo no dejaron entrar a los passistas, mayoritariamente negros y criados en la favela. "Podríamos traer a los passistas de Mangueira para hacer algo, pero no queremos que vengan a hacer un espectáculo y se vayan y que el museo tenga unas fotos... Eso los museos lo saben hacer muy bien, incorporar sin que afecte en nada al funcionamiento del museo. Hay que modificar la manera de funcionar, hay que poner en riesgo la institución en sus convicciones y en sus formas de trabajar y de operar", dice convencido.
UN VASCO POR EL MUNDO
Lafuente, nacido en Santurce, no tiene claro si lo que es hoy en día es el resultado del lugar en el que nació. Lleva 20 años fuera de España, con temporadas en Oslo, Londres, Quito o Ciudad de México. Llegó a Brasil en 2013 para preparar la Bienal de São Paulo, y al poco tiempo decidió que quería quedarse. "Ya haces una inversión emocional, no tenía sentido volver a una vida que ya no era la que estaba viviendo", confiesa. Poco después cambió los aires cosmopolitas y el asfalto de São Paulo por las aguas cálidas de Bahía, para dar clases en la Universidad de Porto Seguro.
Río de Janeiro es su nueva casa, y parece haber entendido rápidamente el suelo que está pisando. Una de las prioridades será acercar el museo a las periferias, en sentido figurado y literal. Como primer gesto simbólico, el MAM tiene ahora entrada gratuita, con contribución voluntaria. La idea es que pague quien se lo pueda permitir. "En Brasil las desigualdades son brutales. Un museo que cobra una entrada igual para todo el mundo se está abstrayendo de la realidad en la que vive".
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