Dolors Massot - publicado el 10/02/21
Alexis Carrel quería comprobar que los milagros de Lourdes no eran ciertos. Subió a un tren de peregrinos enfermos y... En "Viaje a Lourdes" relata su proceso de conversión.
«La locomotora silbó». Así comienza el libro de Alexis Carrel, un joven médico francés de 30 años, que en julio de 1903 quiso comprobar con sus propios ojos qué era lo que ocurría en el santuario de Lourdes, convencido de que los milagros no eran auténticos. Carrel no creía en Dios, solo en la razón.
Enrolado en un tren de peregrinos
Carrel decidió subir a un tren de peregrinos enfermos, en sustitución de uno de sus colegas. Y allí comenzó a observar todo con detenimiento de científico que va tomando notas en su cuaderno de observación. En el tren iban 300 enfermos.
Años más tarde, apareció «Viaje a Lourdes», un breve relato autobiográfico de lo que le sucedió: nada menos que su conversión a la fe católica. Carrel era el protagonista de la historia y, sin embargo, la escribió en tercera persona y se autodenominó Dr. Lerrac (las letras de su apellido al revés).
El Carrel agnóstico y escéptico miraba a su alrededor: «El tren se detuvo antes de entrar en la estación de Lourdes. Las ventanillas se llenaron de cabezas pálidas, extáticas, alegres, en un saludo ala tierra elegida, donde habrían de desaparecer los males… Un gran anhelo de esperanza surgía de estos deseos, de estas angustias y de este amor.»
Llegados los peregrinos al Hospital de Nuestra Señora de los Dolores, en Lourdes, el doctor Boissarie propone a Carrel-Lerrac la visita a una enferma en particular:
«-A las dos y media tengo que examinar a Marie Ferrand, esa joven enferma de peritonitis tuberculosa de quien te hablé, cuyo estado sigue agravándose. Si regresa viva, será ya un pequeño milagro. Ven a verla conmigo.»
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«Morirá pronto»
Marie Ferrand en realidad era Marie Bailly. «Apareció -escribe- el cuerpo enflaquecido de Marie Ferrand, con las costillas marcadas en la piel y el vientre hinchado… Era la forma clásica de peritonitis tuberculosa». Él mismo se lo detalla a su colega: «Se encuentra en el último grado de la caquexia. El corazón late sin orden ni concierto. observa su delgadez y el color de la cara y de los dedos. morirá pronto; puede vivir tal vez unos días pero está sentenciada.»
La enfermera de la peregrinación pregunta si pueden llevar a Marie a una de las piscinas, donde se sumergen los enfermos. pero Carrel-Lerrac responde:
«-Y si muere en el camino, ¿qué hará usted?»
Lerrac va a dar un paseo para ver a los enfermos en las piscinas y la gruta de Lourdes.
Ya que no la van a introducir en una piscina, vierten tres jarras de agua de Lourdes sobre el vientre de Marie y la llevan a la gruta en la cama. Lerrac vuelve a verla y se lleva una gran sorpresa: «La mirada de Lerrac posóse en Marie Ferrand, y le pareció que su aspecto había cambiado, diríase que los reflejos lívidos de su cara habían desaprecido y que su cutis presentaba menos palidez. Estoy alucinado -se dijo a sí mismo; es un fenómeno psicológico interesante, y tal vez sería necesario tomar nota.»
Lerrac no pierde de vista a Marie desde aquel momento y comprueba que en pocos minutos la joven mejora repentinamente.
«-¿Cómo se encuentra usted? -preguntó.
-Muy bien. No con muchas fuerzas, pero siento que estoy curada.»
«Lerrac -escribe- no hablaba ni pensaba. Aquel suceso inesperado estaba en contradicción con todas sus previsiones, que le parecía estar soñando.»
Su conversión
A las tres de la madrugada, Carrel fue a la gruta de Lourdes. Marie había tomado un vaso de leche y le había sentado bien, y podía incorporarse y sentarse en la cama tranquilamente. Su dolor había desaparecido y su pulso antes descontrolado había recuperado la normalidad. La moribunda estaba ahora bien.
Ante la imagen de la Virgen de Lourdes, en la gruta, Lerrac se sienta en una silla junto a un anciano campesino y sale de su corazón esta oración:
“Virgen Santa, socorro de los desgraciados que te imploran humildemente, sálvame. Creo en ti, has querido responder a mi duda con un gran milagro. No lo comprendo y dudo todavía. Pero mi gran deseo y el objeto supremo de todas mis aspiraciones es ahora creer, creer apasionada y ciegamente sin discutir ni criticar nunca más. Tu nombre es más bello que el sol de la mañana. Acoge al inquieto pecador, que con el corazón turbado y la frente surcada por las arrugas se agita, corriendo tras las quimeras. Bajo los profundos y duros consejos de mi orgullo intelectual yace, desgraciadamente ahogado todavía, un sueño, el más seductor de todos los sueños: el de creer en ti y amarte como te aman los monjes de alma pura…”.
Carrel recuerda que «tuvo la impresión de que bajo la mano de la Virgen, había alcanzado la certidumbre y hasta creyó sentir su admirable y pacificadora dulzura de una manera tan profunda que, sin la menor inquietud, alejó la amenaza de un retorno a la duda.»
La conversión de Carrel -tan milagrosa como la curación de Marie Bailly- se había producido.
Sufrió el rechazo de sus colegas
La noticia recorrió Francia como la pólvora y el tono anticlerical de la comunidad científica de su país hizo que Alexis Carrel fuera despreciado y denigrado. Para el joven médico, que reconoció públicamente que se había convertido pero que eso no suponía un menoscabo en su trabajo científico, llegó una etapa de incomprensión y de sufrimiento. En Francia le fue imposible encontrar trabajo.
Estados Unidos y el premio Nobel
Pero aquel dolor no era el punto final de su historia. Al buscar trabajo, al doctor Carrel le surgió la posibilidad de trasladarse a Estados Unidos e investigar en el Instituto Rockefeller. A los nueve años de su conversión en Lourdes, Alexis Carrel recibió el premio Nobel de Medicina «en reconocimiento a su trabajo acerca de sutura vascular, y trasplante de vasos sanguíneos y de órganos».
El doctor Carrel falleció en París en noviembre de 1944.
Según explicó el sacerdote que lo atendió en los últimos momentos, se confesó, comulgó,recibió la Unción de Enfermos y dijo: «Quiero creer y creo todo lo que la Iglesia Católica quiere que creamos y para ello no experimento dificultad alguna, porque no hallo nada que esté en oposición real con los datos ciertos de la ciencia.»
En «Viaje a Lourdes», gracias a los textos inéditos que facilitó su viuda, se recoge el relato autobiográfico de la conversión de Carrel seguidos de fragmentos de su diario y de «meditaciones». En ellas se ve cómo chispea la estrecha relación que el médico veía entre ciencia y fe.
Por ejemplo, el 25 de marzo de 1944, poco antes de fallecer, escribía: «A la mística cristiana hay que darle la armadura de la ciencia del hombre».
La historia de Alexis Carrel, «Viaje a Lourdes», apareció por primera vez en español en 1949. Sigue hoy sorprendiendo a todos, creyentes y no creyentes, y el libro es un excelente texto para quien quiera acercarse con sinceridad de corazón a lo que ocurre en Lourdes.
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