jueves, 27 de mayo de 2021

Calderón o el sueño de una vida regia



 Manuel Ballester - publicado el 25/05/21

Pedro Calderón de la Barca (Madrid, 17 de enero de 1600-25 de mayo de 1681) es uno de los más grandes dentro del gran Siglo de Oro español

Autor de más de doscientas obras dramáticas, muchas de ellas célebres (Casa con dos puertas, mala es de guardar, La dama duende, El gran teatro del mundo, El alcalde de Zalamea). El mismo año que fallece Lope de Vega publica La vida es sueño (1635), quizá su obra más relevante.

Segismundo, príncipe heredero que vive en una mazmorra desde su nacimiento, es el personaje que sirve de hilo conductor a Calderón para ilustrar su idea del mundo y de la vida.

PEDRO CALDERON DE LA BARCA

Y conecta con el público y con nosotros. ¿Acaso no nos sentimos príncipes a quienes los hados nos han impedido, hasta ahora, tomar posesión de nuestro reino? Lo que en nuestra vida va mal pudiera ser culpa del destino y pudiera ser que el siguiente giro de la fortuna nos sea más favorable. Nos dé, en suma, lo que nos corresponde y es justo. Asentimos a lo que dice y siente Segismundo:

«Nada me parece justo
en siendo contra mi gusto».

El célebre monólogo de Segismundo («¡Ay mísero de mí! ¡Y ay infelice!») supone la toma de conciencia de que de la vida humana está llena de sufrimiento; es verdad que el ser humano es una maravilla de inteligencia, alma, instinto, albedrío, vida; es, en tantos aspectos, superior al resto de criaturas pero carece del privilegio de la libertad:

«¿Qué ley, justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegio tan suave,
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?».

Segismundo, y el lector, se ve arrojado a la existencia, condenado a vivir una vida que consiste en purgar una ignorada culpa ya que desconozco «qué delito cometí».
Quienes creen manejar los hilos de la existencia de Segismundo lo liberan y lo colocan en su “real” estado.

Liberado y libre se ve poderoso y dueño de sí y de sus súbditos. Los griegos llamaban hybris a la desmesura que se apodera entonces del antiguo prisionero. La hybris tiene muchos nombres que oscilan desde la arrogancia a la insolencia pasando por la soberbia y la locura. Quizá no importe tanto el nombre cuanto caer en la cuenta de que se trata del estado al que alude el antiguo proverbio: “Cuando los dioses quieren destruir a alguien, primero lo vuelven loco”. Segismundo enloquece, en efecto. Impone con los demás una relación de dominio, despótica, despiadada. Su excarcelación no le ha hecho mejor, no ha beneficiado a nadie.

Quienes creen manejar los hilos de la existencia de Segismundo se sienten ahora justificados para cargarlo nuevamente de cadenas. Ahora ya no puede clamar al cielo pretendiendo que ignora qué delito cometió.

Los reveses del destino, la dura condición de su existencia, le hacen dudar de todo. ¿Qué fue sueño, qué realidad? ¿Volverá a despertar como soberano y señor? Quizá nunca lo sepa pero, en ese viaje, ha ido ganando algunas verdades que el alto simbolismo del drama deja caer en el oído atento del espectador.

Aprendemos que,


«en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende»

o, lo que es lo mismo, en el gran teatro del mundo, quienes creen manejar los hilos de la existencia de Segismundo quizá también sueñen y quizá sean personajes de un drama que los lleva de un lugar a otro, según la intención del autor.

Aprendemos que, sea sueño o realidad, en la lucha que es la vida la hybris, la soberbia, es un enemigo constante y, si lo logro, «vencerme a mí» será la victoria más grande.
Aprendemos que, cuando cae el telón en el teatro, resulta que ni el rey era rey ni el preso prisionero: todos eran actores. Cuando cae el telón en el gran teatro del mundo todos despertaremos de nuestro sueño en el que

«Sueña el rey que es rey […]
Sueña el rico en su riqueza […]
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en este mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende»

No sabemos si somos ricos, reyes, mendigos, humillados, ofendidos o sólo es un papel que representamos en el teatro del mundo y, cuando caiga el telón, el autor de la obra aplaudirá nuestra interpretación si ha sido meritoria, si hemos dado vida al personaje; porque en la misma obra en que el personaje del rey hace un mal papel pudiera ocurrir que el personaje del mendigo desempeñe brillantemente su papel. Y se trataba de eso.

Porque, finalmente, habremos aprendido que

«sea verdad o sueño,
Obrar bien es lo que importa.
Si fuere verdad, por serlo;
Si no, por ganar amigos
Para cuando despertemos»

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