martes, 3 de mayo de 2022

AGUSTÍN BLANCO MUÑOZ, EL AFÁN POR ENTENDER LA VIOLENCIA

 


UNA LLAMADA TELEFÓNICA EL DOMINGO 24 DE ABRIL ME TRAE LA GENEROSA VOZ DE UN MAESTRO, ALGUIEN QUE DESDE HACE CINCUENTA AÑOS SE HA DEDICADO AL ESTUDIO DE LA VIOLENCIA EN VENEZUELA

Por Isaac López


En particular a investigar sobre la lucha armada de los años sesenta y a recopilar testimonios de principales protagonistas a través de la Cátedra Pío Tamayo, adscrita a la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Central de Venezuela. Gabriel Moro firma un reportaje aparecido en la revista Momento del 25 de marzo de 1962, el cual da cuenta de "la historia de unos muchachos que no entendieron ni a Mao, ni a al Che".
Creadores de un campamento guerrillero en el Páramo de El Tambor, a diez horas del pueblo de La Azulita, en el estado Mérida, los estudiantes universitarios, militantes del Partido Comunista de Venezuela, comenzaron su tarea el 22 de noviembre de 1961 cuando dos campesinos detectaron a dos jóvenes que subían a lomo de mulas y dijeron estar realizando una investigación para la Universidad. Avisadas por los campesinos cultivadores de café de la zona, las autoridades conformaron una comisión integrada por policías municipales, guardias nacionales y voluntarios civiles para desbandar aquel grupo insurrecto que hacía prácticas de tiro, ejercicios militares y prendían fuego en las noches.

El reportaje exagera una cifra de 90 jóvenes guerrilleros, y 200 efectivos que subieron a atraparlos. En el asalto al campamento el 30 de febrero de 1962 resultaron dos muchachos heridos. Tenían 20 y 21 años Agustín Blanco Muñoz, de Maracay, y Rafael Simón Pastrano, de Barquisimeto, estudiantes de la Universidad de Los Andes. Tres meses había durado la guerrilla de El Tambor.
Ahora tiene 83 años y aprovecho la gentileza de su llamada para preguntarle por una anécdota según la cual habría sido atendido de esas heridas en las Residencias Stalingrado en la Ciudad Universitaria por un hermano de Alí Primera, luego que al ser trasladado a Caracas sus compañeros lo habrían librado de la custodia del ejército. Niega la especie y me cuenta que fue trasladado al Hospital Central de Mérida bajo estrictas medidas de seguridad. Al devolverse a buscar unas escopetas fue herido, y lo salvaron los campesinos a quienes había comenzado a instruir en las primeras letras.
De acuerdo a su testimonio eran 11 estudiantes y 5 campesinos los integrantes de aquella guerrilla que se quedó esperando a un comandante que nunca llegó: Alfredo Maneiro. De La Azulita el ejército lo trasladó a Mérida. "Era como si aquel muchacho de 20 años fuera un sujeto peligrosísimo, un Che Guevara pues." Estaba tan mal herido que los primeros médicos que lo atendieron lo dieron por muerto.

En una conversación amena y grata pasamos revista al proceso de la lucha armada; al propio trabajo de investigación sobre el tema; a valoraciones políticas e historiográficas; hechos; personajes; evolución del tema en el espacio público nacional; y apreciación en la perspectiva historiográfica latinoamericana. Yo que no ando haciendo política ni proselitismo con la lucha armada, que trato de pensar más allá de los titulares, que intento mi trabajo sea responsable, agradezco a Agustín Blanco Muñoz esa atención, ese gesto fraterno del investigador reconocido internacionalmente que ocupa dos horas de su tiempo a llamar a un novato historiador, empeñado en aprender.
Se esté de acuerdo o no con su accionar político, con sus formulaciones públicas, su perspectiva de la guerrilla, la contribución de Blanco Muñoz ha sido fundamental en la recopilación de testimonios de la lucha armada, en sus intentos de comprensión del proceso y en su visión por ubicar aquella guerra en el contexto de la violencia contemporánea del país.

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