domingo, 30 de octubre de 2022

Los 5 tipos de humildad que debemos practicar





 ¿Eres de los que piensas que la humildad es la mejor virtud del ser humano? Si es así, te gustará saber que hay muchas formas de llevar a cabo esta práctica tan necesaria, hermosa e inspiradora. Descúbrelas a continuación.

¿Qué es para ti ser humilde? ¿Ves necesario esta actitud? Hay quien piensa que llevar a cabo esta práctica supone poco más que una amenaza para su “yo”. En una sociedad altamente competitiva en la que es común anteponerse a uno mismo, la humildad se percibe como una forma de debilidad. Es como permitir ser ese felpudo que todo el mundo pisa y que nadie respeta.

Ahora bien, quien asume esta idea está equivocado. La humildad es algo más que una virtud humana: estamos ante una fortaleza cognitiva capaz de alentar el bienestar psicológico. Porque esta dimensión va más allá de ser compasivos y de retirar de nuestra conducta todo artificio para mostrarnos de manera sencilla y auténtica. Es también una maravillosa artesanía mental.

Una persona también es humilde cuando renuncia a ciertos patrones de pensamiento que alimentan peligrosos juicios de valor, por ejemplo. Es saber liberarse de la inercia de ese enfoque mental que no se pone en duda a sí mismo y que casi sin darse cuenta, refuerza creencias irracionales y patrones mentales negativos.

Hay muchas maneras de poner en práctica esta área y todas ellas pueden beneficiarnos.

“El secreto de la sabiduría, del poder y del conocimiento es la humildad”.

-Ernest Hemingway-

 

Tipos de humildad que debes conocer

Las tradiciones religiosas y espirituales, como el budismo, enfatizan que un modo de alcanzar la iluminación es siendo humildes. De algún modo, el ser humano ha integrado este término como una forma de conducta altruista en la que hay un interés constante por el bienestar ajeno. Sin embargo, ser humilde también implica atenderse a uno mismo sin que ello se traduzca en egoísmo o narcisismo.

Desde un punto de vista psicológico, la humildad nos conduce a lo que conocemos como neutralidad emocional. Ejemplo de ello es no necesitar ser mejor que nadie ni ponerse siempre por encima de los demás (tampoco por debajo de ellos). Es un proceso de automejora gradual en el que se desconecta el reflejo competitivo para activar el de la reflexión.

Es como lo que nos señaló en su día el psicoterapeuta Fritz Perls : “Yo soy yo y tú eres tú;  No estoy en este mundo para estar a la altura de tus expectativas, y tú no estás en este mundo para estar a la altura de las mías”. Asumir este enfoque puede ser tan catártico como liberador, uno que nos permitiría poner en práctica los diferentes tipos de humildad.

1. La humildad intelectual, el valor de tener la mente abierta

La humildad intelectual es la capacidad de hacer uso de la flexibilidad de conocimiento, admitiendo los propios errores y teniendo claro que no lo sabemos todo. Solo quien está abierto a las nuevas ideas puede alcanzar la sabiduría, solo quien entiende que no hay una verdad universal será capaz de llegar a acuerdos con los demás.

La Universidad de Cambridge realizó un estudio en el que demostró algo evidente relacionado con este tema. La humildad intelectual es esencial para evitar los sesgos al evaluar las propias creencias. Esta capacidad no es solo una virtud de carácter, requiere de un esfuerzo cognitivo constante con el que reconocer que somos falibles y que siempre podemos mejorar.

Recuerda, si entre todas las verdades existentes tú te quedas con una sola y la defiendes a capa y espada, te estarás convirtiendo en un fanático y, seguramente, estarás defendiendo una falsedad. Solo la humildad intelectual y la flexibilidad de conocimiento nos protege ante estos enfoques tan obtusos.

2. Humildad cultural, tu identidad social no es la única ni la mejor

Entre todos los tipos de humildad, la referente a la cultura es una de las más decisivas. Define nuestra capacidad para eludir los prejuicios y la discriminación al entender que ni nuestra raza, cultura, identidad o religión es mejor que cualquier otra. Ser humilde culturalmente nos evita caer en el racismo en todas sus formas. 

3. Humildad intergeneracional, tu edad no te hace más útil ni mejor

A menudo suele decirse que el mundo pertenece a los jóvenes. Bien por su fortaleza, su belleza o sus supuestas capacidades, se asume que solo ellos son válidos en casi cualquier área. Esto provoca que aparezcan dinámicas como el edadismo (discriminación a la persona mayor) y el adultocentrismo (discriminación al niño y adolescente).

La humildad intergeneracional nos permite asumir que toda persona, independientemente de su edad, es importante, válida y digna de ser apreciada y escuchada.

4. La humildad de competencias, no lo sabes hacer todo

Es posible que tengas una habilidad extraordinaria y un talento fuera de serie en más de un ámbito. Sin embargo, esto no te hace mejor que nadie. Es más, puede que en algún lugar exista alguien que te supere en dotes y en resolución. Esto nos obliga sin duda a reducir la soberbia, entendiendo que a veces, aún cuando alguien es un experto, sigue siendo un aprendiz en el viaje de la vida.

Ser humildes en nuestras competencias nos permitirá entender que no lo sabemos hacer todo, y que siempre hay algo más que podemos aprender.

“La humildad, según he aprendido, no tiene nada que ver con la mansedumbre. La humildad es estar abierto a las ideas de los demás”.

-Simón Sinek-

 

5. La necesidad de ser humildes en el asombro

Este es uno los tipos de humildad que más contribuyen a la felicidad. ¿Cuándo fue la última vez que te sorprendiste de algo? El asombro es la capacidad de percibir lo bello del día a día, de disfrutar del matiz extraordinario y el detalle fuera de lo común. Solo cuando nos deleitamos de todo lo bueno que nos rodea, por sencillo que sea, alcanzamos la auténtica felicidad.

Solo quien mira a su alrededor desde el filtro de la humildad se asombra de las maravillas que le rodean. Para ello, debemos atender lo que nos envuelve sin pensar en ganancias, intereses o afán competitivo. Basta con apreciar lo que se abre ante nosotros aquí y ahora. Nada más. ¿Por qué no intentarlo?


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