Cuando confiamos en que Dios nos guía hacia adelante, es posible dejar atrás nuestras preocupaciones.
La preocupación es un estado mental debilitante que, si no se trata, puede erosionar nuestra alegría, nuestra paz y nuestro sano sentido de la presencia de Dios... Es en esencia un ataque al carácter de Dios, ya que en la mayoría de nuestras preocupaciones subyace la idea de que, de alguna manera, Dios no nos va a ayudar. Cuando confrontamos la preocupación con afirmaciones de la bondad, la misericordia y la fidelidad de Dios, podemos desarmar [su] naturaleza explosiva... Cuando decidimos por voluntad propia confiar en que Dios se encargará de las circunstancias que generan nuestra ansiedad, y nos concentramos tan solo en ocuparnos de los asuntos que el Señor nos presenta cada día, podemos experimentar nuevo contentamiento y estabilidad.
—Charles F. Stanley
A principios de los años 80, mi esposo y yo éramos cristianos recién convertidos y no teníamos ni idea de la vida de fe en la que nos habíamos embarcado. Ninguno de los dos tenía experiencia en la iglesia, y nuestra familiaridad con la Biblia se limitaba a unas cuantas historias desde la creación hasta los Diez Mandamientos. Dios sabía que necesitábamos ser instruidos en el camino en el que debíamos andar (Proverbios 22.6) y por su misericordia nos proporcionó a Fred y Penny para la tarea.
Los Richardson nos aceptaron con una impresionante generosidad de tiempo e inversión emocional (además de gracia). Fred nos enseñó de manera sistemática lo básico y desarrolló nuestra instrucción bíblica. Luego, después de cada lección, nos quedábamos para un tiempo de compañerismo disfrutando de las mejores galletas de Rhode Island. Fue en este intercambio relajado sobre las relaciones, el trabajo y la crianza de los hijos, donde aprendimos a aplicar los principios bíblicos en las situaciones cotidianas y buscar la dirección del Espíritu Santo.
Nuestra vida nos proporcionaba una gran cantidad de material para esas lecciones informales. En especial cuando se trataba de la ansiedad, ya que mi esposo y yo éramos unos preocupados empedernidos. Ahora bien, no estoy hablando de la ansiedad clínica o de alguna otra condición médica o emocional inevitable. En nuestro caso, la preocupación era más bien una respuesta inmediata, un comportamiento aprendido para cualquier situación que no pudiéramos garantizar o controlar. Y eso abarca gran parte de la vida.
Nunca había considerado que mi ansiedad afectara a nadie más que a mí. Pero, como explicó Fred, podría ser un pecado “porque no puedes preocuparte y estar confiando en Dios al ciento por ciento”.
La cita del Dr. Stanley, que llama a la preocupación “un ataque al carácter de Dios”, me hizo recordar la sala de estar de Fred y la primera vez (de muchas) que sugirió que nuestra tendencia, en realidad, se podría calificar como pecado. Estaba sorprendida; nunca había considerado que mi ansiedad afectara a nadie más que a mí. Pero, como explicó Fred, podría ser un pecado “porque no puedes preocuparte y estar confiando en Dios al ciento por ciento”.
Aprendimos mucho de sus lecciones, pero aún más de la forma en la que él las vivía. De hecho, la historia de Fred sobre cómo dejó de preocuparse se convirtió en un punto de inflexión para mí. Contó que una vez estuvo subiendo y bajando la escalera de su casa durante horas, ansioso porque su hijo adolescente estaba manejando bajo una tormenta de nieve. A la mañana siguiente, descubrió que su hijo había cancelado los planes a causa de la tormenta, por lo que había vuelto con tranquilidad a casa. Entonces, para no despertar a nadie, el chico durmió en la sala de estar, ¡a dos metros justo debajo de donde Fred estaba caminando!
Reconocer la inutilidad de la preocupación influyó en mi manera de pensar; la historia de la tormenta me venía a la mente cada vez que los “y si…” comenzaban a atormentarme. Mientras tanto, Fred nos sumergía en la Sagrada Escritura para reforzar nuestra confianza en la fiabilidad de Dios (él también tenía historias para eso), y poco a poco, el control de la preocupación se reducía.
“En la mayoría de nuestras preocupaciones subyace la idea de que, de alguna manera, Dios no nos va a ayudar”.
Y, todos estos años después, ¿la preocupación es cosa del pasado? No, no del todo. Pero me doy cuenta de que soy más rápida para replantear las circunstancias difíciles de acuerdo con la verdad de la Sagrada Escritura. Hacerlo se ha convertido poco a poco en un reflejo, y estoy agradecida, ya que es una forma de vida mucho menos tortuosa. Doy crédito a la perfecta (y ahora larga) trayectoria de fidelidad de Dios, y a la diferencia que otros cristianos han hecho en mi vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario