viernes, 1 de septiembre de 2023

“Estoy atrapado en el pecado sexual. ¿Debo excomulgarme a mí mismo?”

 


JOHN PIPER

El episodio de hoy es sobre un tema maduro, así que atención a los padres con oídos jóvenes en el auto o en la casa. Es maduro en sus temas. No lo digo simplemente porque hoy hablemos del pecado sexual. Eso forma parte del tema. También es maduro porque vamos a hablar de la naturaleza repugnante del pecado sexual y lo que dice de nosotros como pecadores. Si no crees que el pecado sexual degrada nuestra dignidad humana, o si no crees que los pecados sexuales insultan a Dios, entonces es probable que tampoco seas lo suficientemente maduro para este episodio. A eso también me refiero cuando digo que este episodio es para un público maduro.

Nuestra pregunta viene de un joven. No nos da su nombre, pero esto es lo que escribe: 

Querido pastor John, he llegado a un punto triste en mi vida en el que estoy dispuesto a pecar sin arrepentirme. He caído en el pecado de tener relaciones sexuales fuera del matrimonio, debido a mis propios deseos egoístas. Esto me ha llevado a buscar el placer sexual a través de la pornografía y de otras personas en privado. Aunque me doy cuenta del daño mental, emocional, físico y espiritual que me hace y he visto estos efectos muy claramente en mi vida, parece que no tengo la voluntad de parar. He leído sobre la excomunión a lo largo de las Escrituras (Mt 18:15-181 Ti 1:201 Co 5:11-13). Me doy cuenta de que es prácticamente el último recurso de la iglesia para disciplinar a un creyente. No he estado contribuyendo a mi iglesia local, ni al cuerpo de Cristo en su conjunto. Mi pregunta es: ¿Debo dar los primeros pasos para renunciar y excomulgarme de la iglesia debido a mi pecado? Aunque me rompe el corazón pensar esto, prefiero morar solo en mi pecado que pretender declarar a Cristo en público mientras sigo blasfemando Su nombre en mi corazón.


Voy a tratar de abordar esta pregunta desde dos ángulos diferentes. El primero es una respuesta simple y directa a la pregunta «¿Debo dar los primeros pasos para renunciar y excomulgarme de la iglesia a causa de mi pecado?». El segundo ángulo desde el que quiero abordarla es una súplica y una advertencia, una advertencia urgente que quiero hacer a este joven y a muchos como él que están pecando y se describen a sí mismos como que no tienen la voluntad para dejar de hacerlo.

Quiero hacer este llamado más amplio y dar una advertencia más amplia porque en las últimas semanas he recibido varias otras comunicaciones además de esta pregunta, donde los hombres se describen a sí mismos como víctimas del poder de la tentación sobre la cual no pueden triunfar. En este caso concreto, he aquí sus palabras: «El daño mental, emocional, físico y espiritual» que se está haciendo a sí mismo, dice; incluso llega a decir que está blasfemando el nombre del Señor en su comportamiento, en la actitud de su corazón. Todo eso es pecado, y él lo sabe.

Así que esos son los dos ángulos desde los que quiero abordar a este hombre.

No pienses en proveer

Así que, en primer lugar, una respuesta sencilla (creo) y directa a la pregunta «¿Debo excomulgarme a mí mismo de la iglesia?» es no, no debes hacerlo. Eso no es lo que debes hacer. Lo primero que debes hacer es no proveer para la carne (Ro 13:14). Tú sabes cómo el enemigo se acerca a ti. Corta su camino antes de que llegue. Bloquéalo antes de que llegue. No camines por el precipicio donde sabes que te empuja. Sal del río antes de que la corriente te lleve hacia esos ríos mortales por los que él te ha arrastrado tantas veces.

Tu cuerpo no es tuyo. Es de Cristo. Existe para Su gloria. Existe para hacer que Cristo luzca magnífico

En segundo lugar, ve a tus pastores y diles todo lo que estás haciendo, todo el pecado. Simplemente diles. Confiesen sus pecados, dice la Biblia, unos a otros (Stg 5:16). Pídeles que te ayuden, que oren por ti y que luchen contigo. Si sigues en pecado, es responsabilidad de ellos llevar a la iglesia a excomulgarte, no tuya. Ese no es tu trabajo. La meta no es ser excomulgado. El objetivo es la victoria sobre el pecado destructivo. Haz tu parte. Deja que ellos hagan su parte. Ese es mi primer ángulo. Respuesta directa: no, la excomunión propia no es lo que debes hacer.

Eres un hombre, no un perro

Pero sobre todo, quiero decirle a este hermano, y a tantos como él, que no es noble ser un esclavo, o un perro que vuelve a su vómito, o un cerdo lavado revolcándose en el fango. Eso no es noble, ni admirable, ni genial. Reflexiona sobre ello. Dilo a ti mismo.

En 2 Pedro 2:19, el texto dice que los que prometen libertad mediante el pecado son «esclavos de la corrupción, pues uno es esclavo de aquello que lo ha vencido». Esclavos, esclavos. Hermano, deja que ese pensamiento se afiance: esclavos. ¿Es esa la identidad que quieres, la que tiene poder sobre ti? «Soy un esclavo. Oigan todos, escuchen. Soy un esclavo». Tres versículos más adelante, Pedro se pone aún más gráfico y dice: «“El perro vuelve a su propio vómito”, y: “La puerca lavada, vuelve a revolcarse en el cieno”» (2 P 2:22). «Oigan todos. Esta es mi identidad. Soy un perro comiendo mi vómito. Vengan a verme comer mi vómito. Soy un cerdo».

Así que te pregunto, te pregunto de verdad, ¿vale la pena? Consigues treinta minutos de euforia preorgásmica, treinta segundos de placer orgásmico y, luego, días de sentirte tan noble como una perra en celo mientras aumenta la presión para volver a rodar por el barro como un cerdo sin alma. Reflexiona. Dilo. Predícatelo. ¿Es ese el tipo de ser humano que estás dispuesto a ser?

La razón por la que la Biblia describe tu condición una y otra vez como engaño es para que te sientas como un tonto y te niegues, te niegues absolutamente, a seguir siendo un incauto. ¿No es así? Quiero decir, nadie quiere ser un tonto, un incauto, un lacayo, contentarse con ser burlado por Satanás. ¿Verdad? Considera 2 Tesalonicenses 2:9: «La venida del inicuo es por la actividad de Satanás con todo engaño [ahí está la palabra clave] de iniquidad para los que se pierden, porque no acogieron el amor a la verdad para salvarse» (traducción del autor). «Engaño de iniquidad»; medita en eso. La maldad engaña. Te hace promesas y se ríe mientras tú te lo tragas engañado.

Así es como Satanás lo hace. Te atrapa. Te engaña. Te hace quedar como un tonto. La Biblia habla así. Es la Biblia la que habla, no Piper. Así que despierta y di: «No voy a ser un tonto. No voy a ser un esclavo. No voy a ser un perro o un cerdo. Soy un hombre. Así que vete al infierno, Satanás. Sal de mi vida. No te pertenezco».

Levántate y ataca

En serio. Déjame ser la voz de Dios para ti por un momento (como la voz de Dios para Job). Dios le dice a Job: «Levántate. Levántate de tus cuatro patas. Ponte sobre tus dos pies. Te di dos pies, no cuatro pezuñas hendidas de cerdo para que te revuelques en el fango. Deja de husmear entre las patas de otro perro o en el barro y levántate sobre tus dos pies, no sobre cuatro. Te hablaré como a un hombre. ¿Eres un hombre? Entonces deja de comportarte como un perro. Te trataré como a un hombre».

Por ejemplo, para usar Efesios 2:2-3, deja de andar según la corriente de este mundo, según el príncipe de la potestad del aire, en las pasiones de tu carne, llevando a cabo los deseos del cuerpo y de la mente. Así que deja de actuar como un hombre muerto espiritualmente, un esclavo zombi con un gancho en su nariz, guiado por el espíritu de este siglo y Satanás en sus propias pasiones animales. Te lo suplico. Te lo suplico de verdad. Deja que estas palabras entren en ti.

No estás destinado a los placeres fugaces del pecado destructivo. Estás destinado en Cristo a la plenitud de gozo y deleites a la diestra de Dios para siempre

No creo que quieras ser un esclavo. De verdad, respóndeme. Ojalá pudieras responderme. ¿Quieres ser un esclavo? ¿Quieres ser un perro, un cerdo? En serio, te han engañado, te han burlado ¿y estás dispuesto a tirar la toalla? No, no tires la toalla. ¿De verdad estás dispuesto a dejar que Satanás te convierta en un tonto, en un lacayo, en un peón, en un esclavo impotente e indefenso de tus genitales? ¿De verdad? Por favor. Piensa en ello. No quieres que esa sea tu identidad.

Si quieres conceder la derrota ante Satanás y el espíritu de la época y los impulsos animales de tu cuerpo, estás siendo engañado. Te están tomando el pelo, y te estoy llamando a gritos en este programa, te estoy llamando a gritos: «Despierta. No eres un perro. Eres un hombre. No estás hecho a imagen de un cerdo. Estás hecho a imagen de Dios. Levántate y ataca tu pecado».

Escucha, cristiano —no solo tú, sino todos ustedes, escuchen. Fuiste comprado por un precio. La sangre agonizante de Jesús fue el precio. No te perteneces (1 Co 6:19-20). Tu cuerpo no es tuyo. Es de Cristo. Existe para Su gloria, no para el fango. Existe para hacer que Cristo luzca magnífico, no para montar la espalda de perros callejeros. No quieres darte por vencido y solo revolcarte en el lodo y decir: «Soy un cerdo. Soy un perro. Supongo que así seré. Soy un tonto». No.

Sométete a Dios

Esta es la Palabra de Dios para ti:

Por tanto, sométanse a Dios. Resistan, pues, al diablo y huirá de ustedes. Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes. Limpien sus manos, pecadores; y ustedes de doble ánimo, purifiquen sus corazones. Aflíjanse, laméntense y lloren. Que su risa se convierta en lamento y su gozo en tristeza. Humíllense en la presencia del Señor y Él los exaltará (Stg 4:7-10).

¿Has visto la última frase? Es asombrosa. «Humíllense en la presencia del Señor y Él los exaltará». Sí, lo hará. Piensa en ello. ¿Qué significa eso? Dios quiere exaltarte. Eso es lo que significa. Dice que te exaltará. Quiere exaltarte. ¿Entiendes eso? No como esclavos, como perros, como cerdos, tontos engañados saltando de un orgasmo a otro. No se revuelquen en la derrota. Dile a Satanás a dónde ir. Toma la espada del Espíritu. Atraviésalo. Eres un hombre. Cristo ha dicho que estará contigo hasta el final. Él te ayudará. Si Dios está contigo, ¿quién puede estar contra ti (Ro 8:31)?

Así que despierta, amigo cristiano. No estás destinado a los placeres fugaces del pecado destructivo. Estás destinado en Cristo a la plenitud de gozo y deleites a la diestra de Dios para siempre (Sal 16:11).


Publicado originalmente en Desiring GodTraducido por Eduardo Fergusson.

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