La crisis actual se relaciona con malestar social, sufrimiento psicológico y enfermedades mentales. El remedio no es patologizar ni medicalizar los problemas, como se está haciendo, sino recuperar el control de la propia vida a través del encuentro con los demás. Es lo que están construyendo con éxito algunas redes sociales.
¿Cómo está afectando la crisis a nuestra salud psicológica?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la salud mental no solo como la ausencia de afecciones o enfermedades, sino como un estado de completo bienestar físico, mental y social. Según este organismo, las políticas estatales deberían ocuparse, además de los trastornos mentales y de su patología, de reconocer y abordar cuestiones más amplias, subrayando la importancia de la promoción de una salud mental integral.
El respeto y protección de los derechos civiles, políticos, socioeconómicos y culturales básicos constituyen pilares ineludibles para esta promoción. Sin la seguridad y libertad que proporcionan estos derechos, resulta muy difícil garantizar una buena salud mental en la población. Las medidas concretas que propone la OMS para promoverla incluyen: intervenciones en la infancia precoz, apoyo a los niños, emancipación socioeconómica de la mujer, apoyo social a los ancianos, programas dirigidos a grupos vulnerables, intervenciones de salud mental en el trabajo, políticas activas de vivienda… ¿Cuántas de estas medidas están garantizadas actualmente en nuestro país?
Distinguiendo entre trastornos mentales y malestar social
Tal y como apunta la trabajadora social Tina Ureña, especialista en salud mental, nos encontramos ante un panorama de crisis y cambio que ha generado un abanico de situaciones que abarca desde el genuino malestar social hasta distintas formas de sufrimiento psicológico y enfermedades mentales. El problema es que actualmente nos cuesta mucho discriminar entre todas ellas –reacciones adaptativas, situaciones de duelo, respuesta al estrés…–.
Nos cuesta diferenciar enfermedad mental, sufrimiento psicológico y malestar social. Estamos etiquetando situaciones que tienen que ver con el hecho de vivir (sobre todo de vivir en crisis) y con el malestar personal como si fueran enfermedades, y se están “patologizando” cada vez más problemas cotidianos.
La pérfida retórica de la crisis
No podemos desligar los cambios sociales y la salud mental del contexto de crisis que estamos viviendo, pero ¿hasta qué punto están relacionadas salud mental y crisis? ¿Realmente la ecuación crisis igual a enfermedad mental es tan sencilla? Según los especialistas, la respuesta no es tan obvia. Nos definimos como personas en tiempos de crisis, pero en el fondo no sabemos muy bien de qué estamos hablando. La palabra crisis se ha deslizado en nuestras vidas como si se tratara de algo natural, de carácter casi irreversible. Es de sentido común que la crisis en la que estamos inmersos debería conllevar responsabilidades políticas y búsqueda activa de soluciones; sin embargo, desde los poderes públicos, parece que la palabra crisis sirve de excusa para justificar todo tipo de actuaciones y tropelías contra la sociedad civil.
Detrás de la abstracción del término crisis, la persona (cada sujeto particular, único en el mundo) desaparece y con ella también sus derechos. La crisis deviene la excusa perfecta para justificar despidos, los ERE y nuevas reformas laborales que perjudican al trabajador. Un dato curioso es que, del mismo modo en que aumentan exponencialmente las demandas de ayuda en servicios sociales, al mismo ritmo disminuyen reclamaciones, quejas y bajas laborales: la cultura del miedo hace estragos. La retórica de la crisis también permite la asunción de la desigualdad como norma (desde esta lógica, la gran masa de pobres que se avecina es inevitable). Además, teniendo en cuenta el pensamiento único de la crisis, no se prevén modificaciones, los errores se corrigen confirmándose y, sobre todo, no hay responsables concretos.
El arca de Noé: sálvese quien pueda
Tal vez el punto álgido del discurso imperante consista en mostrar una y otra vez la crisis como sinónimo de oportunidad. Solo aquellos que saben reinventarse y son emprendedores (palabras que funcionan como tópicos circulares) son los elegidos, los que verdaderamente podrán salvarse, como una metáfora macabra del Arca de Noé. Según este planteamiento, las vivencias de desesperación, de desempleo, de pérdida de la vivienda y de control de la vida deberían constituir el verdadero acicate para el progreso. El mensaje implícito de los poderes fácticos está claro: nos hallamos inmersos en una extraña crisis abstracta, sin responsables; en cambio, la salida a esta recae directamente en cada ciudadano en particular, alentando un emprendimiento al que muy pocos pueden aspirar.
Antes de tratar de desligar qué va antes, si hablamos de salud mental, hay datos que no podemos obviar: España es el número uno en el ranking mundial de consumo de hipno-sedantes. Dentro de la lógica del neoliberalismo, hacer negocios con la salud de la gente parece ser la tónica. Y otra cuestión peligrosa y relacionada con lo anterior son las estadísticas en torno a la crisis. Por ejemplo, se dice que un 26% de la población está medicada como si padeciera depresión o ansiedad. Si mañana contratáramos a todos aquellos desempleados que manifiestan trastornos depresivos o de ansiedad, ¿nos encontraríamos ante una remisión total de sus síntomas? ¿Se puede resolver la crisis con pastillas? ¿No es acaso delirante intentar reconducir por vía psiquiátrica los problemas económicos y sociales? ¿Por qué es tan difícil aceptar y entender el malestar legítimo de la ciudadanía?
El papel de las redes sociales
Para Felipe Aranguren, sociólogo, poeta y miembro del movimiento #iaioflautas, ya no podemos hablar de individuos aislados, desconectados del entorno. Para la ciudadanía de a pie el “yo” débil ha cedido a la apertura del “nosotros”, con toda la potencia que supone el paso del singular al plural. El sociólogo agradece un nuevo modelo social de funcionamiento en link (enlace) que, mediante la posibilidad de informar al instante, permite hacer visible lo invisible, pasar de lo individual a lo colectivo. Gracias a las redes sociales, las comunidades pueden organizarse mejor y disponen de nuevas herramientas que permiten seguir trabando la cooperación, el compromiso y, sobre todo, la esperanza. Veamos algunos ejemplos:
• Redes de intercambio y bancos de tiempo
Permiten el comercio y la cooperación entre los participantes que intercambian bienes, servicios o tiempo. En su mayoría prescinden del dinero, dando un nuevo significado al concepto de abundancia, puesto que la moneda social nunca escasea. Proporcionan redes de apoyo y movilizan la riqueza real de una comunidad, de modo que los cuidados y la cooperación se convierten en la fuerza motriz para el cambio social.
• Plataforma de afectados por la hipoteca
Indefensión es la palabra que mejor define la situación de los afectados por los desahucios. En un primer momento, las personas que se han quedado sin vivienda dejan de resolver los problemas prácticos de la vida (la precariedad emocional afecta al pensamiento y a la capacidad que tenemos de actuar), luego se pierden los puntos de referencia básicos que nos ayudan a todos a situarnos en el mundo, situación que se ha definido como “de doble colapso”. Desde la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) –que lleva paralizados cuando escribo esto 729 desahucios y ha realojado a 712 individuos–, lo primero que se hace es acoger a estas personas (normalmente por otras que han padecido la misma situación y conocen bien el procedimiento a seguir) y hablar con ellas sobre el punto en que se encuentran.
Como explica Ada Colau, una de las fundadoras del movimiento y que es actualmente la alcaldesa de Barcelona, lo más importante de la plataforma es la unión de las personas y el proceso imparable de empoderamiento que adquieren.
• #iaioflautas
El término iaioflautas se escogió para reapropiarse semánticamente del término perroflauta, despojarlo de sus connotaciones negativas y dotarlo de un significado más afín a la reivindicación solidaria. Se trata de un movimiento de jubilados que ha generado mucha simpatía en el mundo entero.
Para los iaioflautas, la crisis no es excusa para privatizar la sanidad y la educación, y así lo manifiestan en sus acciones mensuales, cuando ocupan autobuses urbanos para protestar por la subida de tarifas o se encierran en sucursales bancarias para denunciar el abandono y la precariedad en que se deja a las personas cuando se les quita la vivienda. Los iaioflautas se niegan a ser dejados de lado por ser jubilados y se consideran miembros activos de la comunidad. Son el futuro, dicen.
Buscando una nueva salud en un nuevo entorno social
En definitiva, ante el panorama actual, existen formas prácticas de hacer salud al margen de la lógica neoliberal y del discurso mediático imperante. Ahora más que nunca es imprescindible lograr romper los círculos de aislamiento y desesperanza. Asociarse, reforzar vínculos, empoderarse junto a otros o pertenecer a colectivos u organizaciones son buenas herramientas para ello.