sábado, 27 de abril de 2019

Messi invierte su fortuna en el ladrillo

El delantero argentino del Barcelona es imprevisible en el terreno de juego y previsible fuera de él: se refugia en su familia y apuesta por el negocio inmobiliario


Messi, con su esposa Antonela y sus tres hijos Thiago, Mateo y Ciro, en su casa de Castelldefels.
Messi, con su esposa Antonela y sus tres hijos Thiago, Mateo y Ciro, en su casa de Castelldefels.


Como si su mundo funcionara a partir de un interruptor, Lionel Messi se enciende y se apaga. Lo extraordinario de lo ordinario, lo fascinante de lo corriente, la multitud de la soledad está a solo un paso en la vida del 10 azulgrana: el camino entre el Camp Nou y su casa en Castelldefels, donde se refugia junto a su mujer, sus tres hijos y su perro Hulk. Hay una frase que se le quedó grababa, casi un leitmotiv: “Detrás de cada deportista profesional, hay una historia de sacrificio y mucho esfuerzo que nadie conoce. Si quieres triunfar en el fútbol tendrás que dejar muchas cosas a un lado”. Así sucedió. Y lo primero que quedó atrás fue Rosario, una ciudad de la que nunca parece haberse ido.
De hecho, hay quienes piensan en Barcelona que Messi se levanta por la mañana en Castelldefels, va a entrenarse a la Ciudad Deportiva Joan Gamper en Sant Joan Despí y por la noche apoya la cabeza en la almohada de su casa en Rosario. “Llegó aquí cuando tenía 12 años y continúa siendo un tipo de Rosario. Habla como la gente de allí y hasta se come la letra s. Eso es muy de santafesino”, asegura el argentino Ángel Cappa, exentrenador del Real Madrid. La relación entre Messi y Argentina siempre ha sido tormentosa, como si necesitara refrendar su argentinidad en cada comparecencia con la selección. Se le ha cuestionado desde que no se sabía la letra del himno hasta sus ganas de jugar en la albiceleste, después de pasarse más horas en el viaje de avión que en su estancia en Buenos Aires, solo para jugar un amistoso. “No canto el himno a propósito. No me cambia nada y la boludez no me va. Escucho gente que dice que no siento la camiseta. Da rabia cuando te matan sin saber nada”, se defiende el capitán del Barça y la selección argentina.
Dejar Rosario fue para Messi el rival más difícil de regatear. Unos años antes de que la familia Messi tomara la decisión de mudarse a Barcelona, sus padres Jorge y Celia Cuccittini, meditaban la posibilidad de mudarse a Australia. Había que buscarse la vida fuera de una Argentina, en la que ya se olía una de las peores crisis económicas de su historia. Pero en el año 2000 apareció el Barça y una doble posibilidad de crecimiento: para un canijo Lionel (que tenía un problema hormonal y el club catalán le pagaría su tratamiento) y también para todos los Messi.
La adaptación en Barcelona resultó compleja y la familia se dividió: Celia regresó a Rosario junto al resto de sus hijos (Rodrigo, Matías y Sol) y Jorge se quedó, junto a Leo, en la capital catalana. El piso de 120 metros cuadrados en el barrio de Les Corts, que pagaba el Barça, se llenó de dudas y, sobre todo, de silencios entre padre e hijo, dos tipos austeros en palabras. “Lo más duro de esos años no fueron las medicaciones, sino estar tanto tiempo con la familia separada”, recuerda Leo, que se encerraba a llorar en su habitación para que su papá no se diera cuenta de que extrañaba su casa, en el barrio de Las Heras.
Cuando el calendario del fútbol se lo permite, Messi regresa a Rosario. Allí se reencontró con Antonela Roccuzzo, su amor platónico en la infancia, hoy la madre de sus tres hijos, Thiago, Mateo y Ciro. La familia siempre ha ejercido de refugio para el futbolista. Uno de sus primeros tatuajes fue la cara de su madre. Nada extraño en un tipo criado en Rosario, ciudad argentina con mayor número de inmigración italiana, sociedad en la que predomina el culto a la mamma, líder silenciosa de las familias. Cuando nació su primer hijo, se tatuó sus manos en la pierna izquierda. Si las mañanas de Messi están hipotecadas en la Ciudad Deportiva del Barça, las tardes están destinadas a sus hijos. Los pasa a buscar al colegio y dedica largas horas a jugar con ellos, no siempre con el balón como protagonista.
Busca normalidad en la anormalidad. Si sus goles se pueden rebobinar una y otra vez, su vida no está destinada a Hollywood. Imprevisible en el campo, previsible fuera de él. En cualquier ciudad deportiva de fútbol de España, por supuesto también de Argentina, no es difícil encontrarse con un escuadrón de agentes dispuestos a pescar el talento emergente. A Messi no lo convencieron. Apostó, de nuevo, por su familia. Su carrera la representa su padre Jorge, antes supervisor en la metalúrgica Acindar (una de las empresas más importantes de Argentina), hoy presidente de una marca mundial: Leo Messi. El delantero azulgrana figura, según la revista Forbes, en el puesto número ocho de las celebrities con mayor facturación anual en 2018 (111 millones de dólares), segundo si solo se tienen en cuenta a los deportistas. “¿Quién está preparado para todo esto?”, afirma Jorge Messi. “Quizá nadie lo está. Yo intenté ver cómo es que se manejan el resto de los futbolistas. Tampoco es tan difícil”, añade Jorge.
Messi acostumbra a invertir su patrimonio en el negocio inmobiliario, tanto en España como en Argentina. Interesado en la gastronomía, el argentino ahora también apuesta por la hostelería. A través de la empresa MiM, el 10 azulgrana adquirió un tercer hotel en Mallorca, después del éxito que obtuvo con el de Sitges y el de Ibiza.
También hay desembolsos importantes de dinero destinados a los más necesitados a través de causas sociales y benéficas. Desde la Fundación Leo Messi, el objetivo es ayudar a los más jóvenes con necesidades. El último gran proyecto ha sido SJD Pediatric Center de Barcelona, el centro oncológico más grande de Europa con capacidad para atender a 400 niños pacientes. Una colaboración con el Hospital Sant Joan de Déu a la que le presta especial atención el jugador del Barcelona, quien no dudó ni un segundo en aceptar su rol como embajador. El 10% del proyecto lo cubrió la Fundación, contribuyendo con alrededor de 3 millones de euros.
La trascendencia del delantero argentino en el ámbito comercial y del marketing también es única: Cirque du Soleil acaba de anunciar una show dedicado a su figura, convirtiéndose en el primer deportista de la historia en tener un espectáculo propio realizado y producido por gigante circense. Patrocinado por marcas como Adidas, Gatorade, Pepsi y Lays, entre otras, Messi juega entre goles y ladrillos. Nada extraño en un tipo que viaja de lo inmortal a lo mortal en un camino en coche de 20 minutos entre el Camp Nou y Castelldefels.

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