jueves, 16 de mayo de 2019

La ruina del corazón de Trino Mora

Lo han llamado artista trasnochado o “mal pegado”. Asegura la existencia de ovnis y su nariz, por accidentes domésticos, se cae. Trino Mora, el cantante de otros tiempos, aplaudido y celebrado, no se detiene en habladurías, pese aquellas que lo hacían huérfano en las calles. Otro es su pesar: carga su cruz luego de la extraña muerte de su último gran amor. El abatimiento lo llevó a la indigencia, pero no económica.
Su nombre resuena por estos días, cuando ya está internado en una casa de reposo. Unos amigos, como Frank Fiore, aseguran que el artista está “aislado” por órdenes de su hermano Arturo Mora.
Quizá su última entrevista en profundidad la dio a Clímax, que la recupera desde su publicación original en octubre de 2016


No es buena cara la que tiene. Y Trino Mora lo admite de sopetón: ha estado deprimido en las últimas semanas y hasta ha tenido que recurrir a somníferos y ansiolíticos. Pero no por aquello que las lenguas más maledicentes se empeñan en endosarle —la ruina—, sino más bien por una tragedia sentimental que, según él, le ha vuelto añicos el corazón y lo ha llevado de vuelta al infierno.
Que no se debe a que de manera repentina tuvo que vender la casona de su madre en la urbanización El Paraíso; aunque eso sí lo reconoce. Que tampoco a que se vio obligado a repartir la herencia con sus cuatro hermanos; lo admite. Mucho menos a que no le quedó otra salida que convertir su camioneta en hogar ambulante; que la gente sí inventa. Y que para todo hay una explicación. “Han dicho cosas horribles acerca de mí”, chista el cantante, que nació en Caracas el 27 de abril de 1946, que fundó el grupo Los Duendes en 1967, que ascendió al estatus de astro local tras participar en el concurso de la Voz Juvenil en 1967 con un traje de terciopelo rojo que le prestó su amiga María de las Casas para que interpretara “Stop the world I want to get off” de Sammy Davis Jr., y que recién aterrizó —y no precisamente en un Ovni— en los setenta. Años, se entiende. “Han dicho que estaba viviendo en la calle y en la indigencia, y lo que lamento es que todo eso partió de personas a las que les tengo estima y también admiración. Pero esas cosas, además, no las debes exponer así a la luz pública. Por eso pienso que aquí hay malas intenciones, y las peores que puede haber”, se queja.
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Su justificación es que invirtió el último legado familiar en la producción de su nuevo disco, el vigésimo tercero de su carrera —sin incluir sencillos, participaciones y compilatorios, que el legado ha crecido como moras en un jardín de bayas— , al que desea bautizar con el nombre de Plenilunio, y en el que planea incorporar canciones como “Milagro”, “El amor va más allá”, una dedicada a Jennifer López, otra a Carole King y, tal como ha rumiado aquí y allá en casi una década, un tema dedicado a “Jesús como extraterrestre” y, sí, también un “Padre nuestro” en arameo y a ritmo de rap.
“Es un disco que me ha costado mucho, porque invertir en música en Venezuela es duro, sobre todo si quieres hacer algo honesto y de calidad. Yo soy productor independiente desde los años noventa porque aquí las disqueras se consumieron entre sí. RCTV creó Sonográfica y Venevisión creó Rodven, y de todos los artistas que lanzaron en el pasado solo quedan cinco o seis. Yo sobreviví a todo ese tipo de cosas. Es verdad que canté con Las Supremes, y no de telonero sino como artista invitado; que compartí escenarios con Joan Manuel Serrat, con Blood, Sweat & Tears y con Donna Summer; y que fui el primer venezolano que cantó el Himno Nacional en el Yankee Stadium; pero también pasé por burdeles, botiquines, compartí camerino con transformistas, y todo eso me hizo madurar y crecer como persona. Hasta fui jurado del Miss Venezuela Gay, por invitación de mi amiga María de las Casas. Pero en los últimos tiempos todo se me juntó y se me vino encima”, alega él, que de inmediato enumera las cuentas de su rosario personal: un cáncer de próstata diagnosticado tres años atrás, primero una ruptura sentimental por la misma época, el rechazo de un crédito hipotecario por el que tanto suspiró, luego la muerte abrupta de su último gran idilio, y, para más inri, el caos financiero. El suyo, por qué no, se atreve ahora a susurrar.
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“Fue duro. Hice gestiones con el Banco Central de Venezuela para adquirir una casa, pero no llegué a acuerdo, así que tuve que vivir en algunos hoteles de El Paraíso durante un tiempo, lavar la ropa con un jaboncito en el baño del hotel, y luego llevarla al carro”, aclara Mora, ahora sí, con algo de pudor a los incrédulos y lenguaraces, que su carro devino closet pero no casa. “Bajé al infierno, pero agarré un cohete y llegué nuevamente a la Luna para ver todo lo que me pasó desde la estratósfera. Desde allí pude coordinar las ideas y saber quién está verdaderamente a mi lado y quién me apoya”, saca ínfulas donde no hay.
Y cómo no. Su lista de benefactores y filántropos —“Reyes Magos tras una estrella, pero no de Belén, ¿será un objeto volador no identificado?”, diría alguien— incluye ahora a Winston Vallenilla, primero animador, luego actor y desde hace algún tiempo infladísimo presidente del canal del Estado TVES; a Roberto Messuti, y al cantante Paul Gillman, quienes lo rescataron, le ofrecieron y tramitaron una casa de la Misión Vivienda que está próximo a recibir dizque en cadena presidencial; amén de un contrato en la planta televisiva para grabar dos programas acerca de uno de sus temas más recurrentes y dilectos: extraterrestres y cuanto bicho alienígena haya en la galaxia.
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“!Ya los hice!”, se ufana. “Fueron dos programas que grabé con Roberto Messuti y Marlene de Andrade, además de gente conocedora como Martha Rosenthal. ¿Y por qué no? Yo de niño le preguntaba a mi abuelita Lucía si uno podía tener una casita en la Luna, y ella me respondía que sí. Gracias a mi mamá conocí luego a Conny Méndez, quien tenía un aura increíble. Después hice cursos de ángeles, de medicina cuántica, y de ovnis con Rosenthal. Porque todos saben que en Venezuela hay un lugar, en Coro, para ser más exactos, donde algunas personas han sido testigos de estos fenómenos. Yo también he tenido manifestaciones. Y no es que nos visitan, es que nosotros estamos invadidos de extraterrestres, nos hemos mezclado, porque el hombre fue el último animal que pisó la tierra. Habrá gente que no lo crea. Habrá gente que sí. Habrá quien me mire raro. Habrá quien no. No importa. Es así”.

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Está acostumbrado. De todo se ha dicho y desdicho, por ejemplo, acerca de su nariz. Y él husmea la mala intención. “La verdad es que cuando pequeño me caí mientras montaba bicicleta y dejé la cara pegada en el piso. Debido a mis problemas respiratorios, años más tarde un hermano de Amalia Héller quiso hacer un experimento conmigo y me quitó los cartílagos nasales. Luego me pusieron prótesis y la piel la rechazó. Recuerdo que una noche estaba en un show en un lugar nocturno llamado Weekend’s y me arranqué la prótesis con la guitarra en pleno espectáculo. De la ceja a la nariz. Y yo solo me di cuenta cuando uno de los músicos me hizo señas y me dijo: ‘Algo le pasa a tu nariz’. Ya no había nada qué hacer. Me tome dos pastillas y dos escoceses para pasar el trauma y seguí sobre la tarima. Me he puesto tratamientos naturales, agujas y láser para darle forma, pero ya es casi desechable. Mira que yo he pasado cosas. Lo único que me falta es salir preñado, hermano”.

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Igual le pasó con el altisonante bla bla bla sobre su afición a las drogas, que él insiste en rechazar de plano. “¡Jamás! Óigase bien: nunca, nunca he consumido drogas. He hecho, sí, campañas antidrogas. Más bien se burlaban porque me veían como alguien zanahoria. Y cuando hice el tema ‘Sé tú mismo’, eso creció. Pero yo lo que quería era ser como Marlon Brando, vestirme como James Dean y cantar como Elvis Presley. Por cierto, Elvis murió el 16 de agosto de 1977 y la primera misa cantada se la hice yo el 18. Cuando empecé a cantar ‘Love me tender, love me dear, tell me you are mine, I’ll be yours through all the years, till the end of time’; la iglesia se transformó en una discoteca. Aquello era impresionante”. No importa el efecto de los ansiolíticos, su memoria no le falla.
La fama de mala conducta, eso sí, cree habérsela ganado a pulso. “Salía a la calle y causaba problemas. Por eso fue que mi madre me mandó a estudiar a la Academia Militar de Fort Lauderdale, Estados Unidos, cuando era un muchacho, para ver si me arreglaba, pero la verdad es que regresé siendo más yo. Y aquí comencé a grabar. La primera canción fue ‘Libera tu mente’, en 1970. Y después vinieron los temas ‘El tremendo romántico’, ‘Ámame, tómame’. Hasta le hice una canción al expresidente Jaime Lusinchi y a su amante Blanca Ibáñez que se llama ‘La familia ejemplar’. Porque mis canciones son como la pequeña historia de Venezuela, y siempre han sido talla única, genéricas, es decir, no tienen época, porque tu oyes ‘Libera tu mente’ y parece que hubiera sido compuesta ahorita mismo, hace unos meses”.
Aún no le han dado casa, pero nadie le quita lo bailao. “Yo he tenido todo lo que he querido en la vida. Cuando no estaba en un estudio de grabación, estaba cantando, porque siempre trabajé muy duro. He tenido todo, menos el amor de una mujer que sea libre, que no sea rutinaria, y que me ame como hombre y no como artista. Y yo siempre he sido más humano que artista, un título que creo que me queda muy grande. Pero he logrado lo que he querido: que la gente me vea como un ser humano. Eso es lo que soy durante la mayor parte del día, que tiene 24 horas, y solo dos de ellas me subo a una tarima. El resto del día duermo, como… Pero para poder producir canciones, uno tiene que sufrir. Y eso es lo que yo he hecho toda mi vida”, se anima a desenmascarar por fin el porqué de su más reciente desazón.
Su tristeza, jura por cuatro puñales, no tiene que ver con el desangramiento del bolsillo, sino del corazón. Él, que un puñado de mujerones tiene en su depósito pasional —la reina de belleza Neyla Moronta y las actrices Janeth Rodríguez, Miriam Ochoa, Mayra Alejandra y Mari Soliani son algunos de los nombres que adornan su altar—, derrama ahora lágrimas por otra actriz. “Yo he tenido tres grandes amores en mi vida. El primero fue Marianela Contreras Loynaz, que era sobrina de Antonio Lauro. El segundo, ya con más edad y más criterio, fue Magaly Robre, cuya mamá se quería suicidar cuando supo que era mi novia. Y el tercero fue Gisela Felizola, una gran diseñadora de modas. A todas las amé, fueran conocidas o no. ¿Qué cómo me las levanté? ¡No lo sé!”, suelta una tosca risita. “Creo que simplemente siendo sincero y no estar de galán. Creo que siempre aprendí con ellas a no ser más hombre que macho, porque uno viene de una mujer, y mi madre me enseñó a respetarlas. Pero la última me dejó esta gran tristeza”, revela acerca de Paola de Souza, también actriz, quien fuera hallada muerta hace poco más de un mes en una piscina.

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“Era mi compañera a todo nivel. Una mujer inteligente, talentosa, cantante, actriz de teatro y de cine y, lamentablemente, se fue. Pasó a otro plano. La conocí en un estudio de Vista Alegre y me encantó. Su nombre artístico era Bar Doti, y con ella estaba protagonizando una película que se llama Cuello blanco número 2, hecha por productores independientes, y en la que yo hago el personaje de un hombre que hace contacto con agentes norteamericanos para descubrir un lavado de dólares, y ella era mi compañera también en la ficción. Para mí fue un shock su partida. Por eso comencé a tomar antidepresivos y pastillas para dormir. Unas pastillas que me pegan en el estómago y me hacen perder la noción de tiempo y estar un poco confundido”, aclara.
El show, que siempre debe seguir, se ha convertido entonces en su refugio. Más ahora que parece, entre dimes y diretes, dispuesto a sacar a relucir su vozarrón y experimentar un nuevo revival. “Yo nunca he estado conforme con la manera como canto. Tampoco con mi voz, porque soy un perfeccionista y siempre lo quiero hacer mejor. Pero al final mi voz es lo que he vivido. Yo todos los días digo: ‘Dios, bendice mis cuerdas vocales para cantar para ti. Y fíjate que yo no soy fanático religioso. No voy a la iglesia todos los días, pero Dios está en ti de la manera como te lo merezcas. Dicen que es corta, pero para mí la vida ha sido una carrera de larga distancia”.

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