Su legado abarca clásicos de la televisión como 'Un, dos, tres' o 'Historias para no dormir' y películas como 'La residencia' o '¿Quién puede matar a un niño?'
Narciso Ibáñez-Serrador, realizador televisivo, entrevistado en su despacho en el año 2000. En vídeo, la trayectoria de Narciso Ibáñez-Serrador |
Con la muerte de Narciso Chicho Ibáñez Serrador esta tarde en un hospital de Madrid a los 83 años, desaparece un narrador totémico, un mago de la imagen, un creador que apostó por una caligrafía cinematográfica en un tiempo de televisión en blanco y negro física y moralmente. Adelantado a su tiempo, para encontrar referentes similares hay que salir de España y bucear en el audiovisual mundial. Cuando en España a principios de los setenta había 37 millones de habitantes, su concurso Un, dos, tres… responda otra vez congregaba a 24 millones de televidentes. Cuando pocos se atrevían con el cine de terror —que sin embargo ha tenido una hermosa tradición en España—, Ibáñez Serrador dirigió para la gran pantalla La residencia (1969) y ¿Quién puede matar a un niño? (1976) y en televisión hizo temblar a varias generaciones con sus Historias para no dormir. Hace cinco meses, en una entrevista con El País Semanal, el creador contestaba a por qué había tenido tanto éxito ese terror durante el franquismo: “Porque el miedo que te hacía sentir la película era mayor que el que uno sentía a diario. El miedo en la pantalla siempre es un refugio. Consuela sentir que hay cosas peores”.
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Rápido de mente y lengua, voraz creador, hasta sus últimas charlas mantuvo esa sagacidad. Días antes de la última ceremonia de los Goya, el pasado febrero, aceptó charlar con Juan Antonio Bayona, cineasta impulsor de este reconocimiento, y al acabar la conversación, el veterano autor de un centenar de guiones inéditos espetó al director de Lo imposible: “Quedamos aquí [en su casa] un día, que es un sitio cómodo, yo te cuento el argumento de mi película y tú el de la tuya. Y nos decimos lo que pensamos sin tapujos. Eso sí, cada idea es de cada uno. Esto, Juan Antonio, ¿tienes un buen final?”.
Nacido en Montevideo en 1935, hijo de otro mito, el director teatral y actor Narciso Ibáñez Menta, hombre de voz poderosa e hipnótica, y de la actriz Pepita Serrador, pronto sintió que heredaría la pasión familiar. “Mis grandes influencias fueron mis padres, actores teatrales de gustos muy opuestos, y los libros. Las buenas historias surgen casi todas en el siglo XIX; por eso yo adapté tanto”, contaba alguien que consideraba a Edgar Allan Poe su “dios”. No tuvo más maestros: “Fue una pena. Así que me basé en mi imaginación. Como ahora, si yo veía una cámara y un amigo, primero me aclaraba si era más importante el amigo, y entonces le dedicaba un primer plano, o la cámara, por lo que elegía un plano general”.
Por sufrir púrpura hemorrágica, su infancia se desarrolló a través de los libros. A sus 12 años, su madre se traslada a España y Chicho estudia en Salamanca. Empieza a trabajar en teatro en España y pronto en televisión en Argentina. Así arrancaba una carrera como pocas ha habido en el mundo del entretenimiento: cineasta, realizador de televisión, guionista, director teatral y actor. “Con cualquiera me conformo”, decía, “pero si tengo que escoger una, sería la de actor”.
Su primera serie, en la televisión argentina, fue Obras maestras del terror, y por ello abandonó el teatro: “Vi la posibilidad de contar desde muchos ángulos tu historia. Además, si te equivocas, no pasa nada. Total, es un programa de televisión...”. Aunque siempre le importó cómo se contaban las historias: “Ese cómo es importantísimo. Y yo pensaba en cine. Por eso me decían que no parecían programas de televisión, porque el resto no se atrevía a contar una escena desde tantos ángulos. Para mí es necesario”. En 1963 empezó a trabajar en Televisión Española, adaptando piezas clásicas para Estudio 3. Y llegó Historias para no dormir, tres temporadas de relatos de terror, que Chicho presentó al estilo de Alfred Hitchcock. Ibáñez Serrador se convirtió en un visionario completamente alejado de los gustos imperantes, pero que enganchó a la audiencia: “El público es como un niño tuyo, en el que adviertes enseguida que le gusta o no, qué rechaza, y eso solo te lo da el teatro, ya que tienes al espectador justo enfrente. Ni la tele ni el cine te ofrecen esa inmediatez. Desde el escenario estudiaba sus reacciones, su risa, su miedo... Te obliga a perfeccionarte”.
En 1972, arrancó Un, dos, tres... responda otra vez. “Los programas se me ocurrían pensando en qué era lo que no había. Por eso Un, dos, tres tenía de todo: porque entonces en España no había muchas cosas. Era fácil. Lo mejor que tenía es que era imprevisible. Siempre había algo interrumpiendo y volviendo a sorprender. Esa era la clave: veías lo que no esperabas ver”. En mitad del éxito, En 1974, fue nombrado Director de Programas de RTVE. De un plumazo eliminó la figura del censor y dimitió a las pocas semanas: “Fue un error. La gestión no es la invención que me motiva”.
De su mente en ebullición nacieron programas como Waku Waku (1989), Hablemos de sexo (1990) o El semáforo (1994-1997). “No he sido un privilegiado, he sido una máquina de trabajar muy crítico con lo que he hecho. A Dios gracias, he filtrado mucho. Eso ha sido importante: primero, porque pude pulir lo que hice; segundo, porque en lo que dejas de hacer está siempre el futuro”, contaba a inicios de este año.
Y aparte está su poderosa huella en el cine con La residencia (1969) —su trabajo favorito— y ¿Quién puede matar a un niño? (1976). “Hice el cine que me dejaron”, respondía cuando le preguntaban por qué solo había filmado dos películas.
Premio Nacional de Televisión 2010, último Goya de Honor, admirado por las generaciones posteriores de creadores audiovisuales... Y sin embargo, Ibáñez Serrador se distanciaba de las alabanzas: “Siempre me negué al título de maestro, me parecía excesivo. No fui consciente de lo que hacíamos,probablemente porque con el trabajo estaba cansado”.
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