sábado, 14 de diciembre de 2019

Bernard Arnault, el hombre que controla el imperio global del lujo

Después de comprar Tiffany, el dueño del grupo LVMH está a un paso de ser el más rico del mundo

Bernard Arnault y su esposa, Hélène, en París, el pasado marzo.
Bernard Arnault y su esposa, Hélène, en París, el pasado marzo.


A finales de noviembre, Bernard Arnault se convirtió durante unas horas en el hombre más rico del mundo. Tras la compra de la firma estadounidense de alta joyería Tiffany, el propietario del grupo LVMH, que controla un patrimonio evaluado en 109.500 millones de euros, trepó hasta lo más alto de la lista de grandes fortunas de la revista Forbes. Antes de que un cambio en la cotización bursátil lo hiciera bajar hasta la segunda posición, por debajo del jefe de Amazon, Jeff Bezos (113.000 millones), pero ligeramente por encima del magnate informático Bill Gates (106.700 millones).
Pese a ese revés, Arnault ha subido a lo alto de un podio que, hace solo unos meses, observaba desde la distancia. ¿Cómo explicar el ascenso de un empresario que, hace solo tres años, no contaba con más de 30.000 millones en su haber y permanecía estancado en la 14ª posición? Arnault posee el 47% de las acciones del imperio LVMH y sus 75 marcas, cuyo valor en bolsa habría aumentado en su conjunto un 57% desde comienzos de 2019, según la revista Challenges. A comienzos de este año, la fortuna de Arnault ni siquiera superaba los 60.000 millones, pero las cifras récord que espera batir el grupo, a la espera de la publicación de sus resultados en el primer trimestre de 2020, habrían alterado la situación.
Además de controlar marcas históricas como Dior, Louis Vuitton o Givenchy, Arnault tiene en su posesión un 2% de la firma de lujo Hermès y el 8% de Carrefour, sin contar una colección de arte contemporáneo, que expone parcialmente en la Fundación Louis Vuitton de París. El millonario superó hace años a la familia Bettencourt, propietaria de L’Oréal, y a los hermanos Wertheimer, que controlan Chanel, en la lista de los más ricos de Francia.
El presidente de LVMH, Bernard Arnault, con tres de sus cinco hijos (desde la izquierda) Antoine, Delphine y Alexandre, en París, en 2015.
El presidente de LVMH, Bernard Arnault, con tres de sus cinco hijos (desde la izquierda) Antoine, Delphine y Alexandre, en París, en 2015. AFP
La compra de Tiffany responde al insaciable apetito adquisitivo que ha demostrado tener Arnault desde que, en 1984, se hizo con el control del grupo Boussac, antiguo propietario de Dior, que entonces se encontraba al borde de la bancarrota. Años después, en pleno boom de las concentraciones empresariales, el nuevo líder compró Loewe, Berluti, Kenzo, Guerlain, Fendi, Donna Karan, Sephora, Marc Jacobs, los grandes almacenes Le Bon Marché y La Samaritaine, multiplicando el valor del grupo LVMH por 15. Más recientemente, firmó un acuerdo con Stella McCartney, tránsfuga del grupo Kering, que controla su archienemigo François Pinault.
Tiffany llevaba tiempo en su punto de mira. “Es un mito para los estadounidenses y también mundial”, expresó a finales de noviembre en la radio francesa Europe 1. Entre sus proyectos para desarrollar la marca, Arnault planea reforzar su implantación en Europa y en Asia, donde LVMH es especialmente fuerte. “Debe mejorar ser más deseable a largo plazo. Los resultados económicos son una consecuencia, pero no deben ser un objetivo”, dijo en la misma entrevista.
Arnault intenta remediar con esta lucrativa operación algunos fiascos recientes. Por ejemplo, su intento de exilio fiscal en Bélgica en 2013, cuando pidió la nacionalidad al país vecino para evadir impuestos. Terminó dando marcha atrás, aunque el episodio dañó su imagen y la de su grupo. Tampoco le salió redonda la compra de Hermès en 2014, que le costó una multa de ocho millones por parte de la administración francesa.

El tabú sucesorio

A medio plazo, Arnault, de 70 años, también debe resolver la espinosa cuestión de su sucesión, tema tabú del que nadie quiere hablar. LVMH es, ante todo, un negocio familiar. Los cinco hijos de Arnault trabajan en el grupo y por lo menos dos de ellos parecen bien posicionados para asumir el liderazgo. En 2018, Arnault nombró a su hijo Antoine, de 42 años, como responsable de imagen y comunicación de la empresa, tras haber sido director general de Berluti, la marca italiana de marroquinería fundada en 1895. El hijo de Arnault, casado con la modelo y filántropa rusa Natalia Vodianova, ocupa desde entonces un puesto estratégico y aparece en todas las quinielas sucesorias.
Hélène Mercier-Arnault, Bernard Arnault, Natalia Vodianova y Antoine Arnault en el Museo del Louvre, en abril de 2017.
Hélène Mercier-Arnault, Bernard Arnault, Natalia Vodianova y Antoine Arnault en el Museo del Louvre, en abril de 2017.  AFP/GETTY IMAGES
Hasta ahora, la mejor posicionada parecía su hija mayor, Delphine, de 45 años, actual vicepresidenta de Louis Vuitton y responsable del premio LVMH para modistos ascendentes, que creó en 2014. También trabajan en el grupo sus tres hijos menores, fruto de su segundo matrimonio con la pianista canadiense Hélène Mercier (Arnault es intérprete aficionado de ese instrumento, además de fan acérrimo de Chopin). Alexandre, de 28 años, codirige la firma de maletas Rimowa, que LVMH compró en 2016. Frédéric, de 25 años, tiene un cargo en la firma de relojes Tag Heuer. Mientras tanto, su hijo menor, Jean, nacido en 1998 y que tuvo a Brigitte Macron como profesora, ya ha realizado unas prácticas en el buque insignia del grupo: la tienda Louis Vuitton de los Campos Elíseos de París.

DE INGENIERO A EMPRESARIO VISIONARIO

Bernard Arnault nació en 1949 en Roubaix, Francia. Se graduó en una ingeniería en 1971 y su futuro parecía unido a la empresa de ingeniería civil, Ferret-Savinel, propiedad de su padre. Pero el hijo llegó empujando y lo convenció para vender la división de construcción. Le sucedió como presidente en 1979 y seis años después adquirió con un socio su primera empresa de artículos de lujo, la Finacière Agache. Después tomó el control de Boussac Saint-Frères, una empresa textil en crisis de la que vendió casi todos sus activos excepto la marca Christian Dior y los grandes almacenes Le Bon Marché. Era la primera piedra de lo que poco después se convertiría en el grupo LVMH.

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