El hotel Sacher uno de los hospedajes más refinados de Austria tuvo que reinventarse para subsistir a la crisis por el covid-19. Más de $2.500 cuesta pasar una noche en una de sus suites.
La pandemia aprieta, pero no ahoga al legendario hotel Sacher, de Viena, que, sin apenas huéspedes debido al coronavirus, intenta sobrevivir gracias su larga historia de resiliencia e iniciativas innovadoras, como proponer para llevar su famosísimo pastel de chocolate.
Desde la llegada de la pandemia a Austria, el hotel, ubicado frente a la Ópera, atraviesa la crisis amparado en su vieja tradición imperial.
“Muchas pruebas hemos superado desde la creación de la marca, y nuestra familia sigue pensando en el largo plazo” explica a la AFP su director general, Matthias Winkler.
Los buenos resultados de los años precedentes y las ayudas públicas permiten compensar en parte la ausencia de su habitual rica clientela internacional.
En tiempos normales, esta clientela garantiza el 92% de las 23.000 pernoctaciones anuales en las 152 habitaciones y refinadas ‘suites’ del Sacher, cuyo precio en baja temporada oscila entre 400 y 2.300 euros (USD 480 - 2.760)
Como ocurre con todos los hoteles del país, el Sacher solamente está ahora abierto para los rarísimos viajes de negocios autorizados.
El origen de la epopeya del Sacher remonta a 1832, con mucho cacao y lo necesario de crema chantilly. Una joven repostera, Franz Sacher, recibe el pedido de un pastel, que causará furor en la corte.
Cuarenta y cuatro años más tarde, su hijo abre el actual hotel, pero es la su visionaria esposa a quien el establecimiento le debe su excepcional fama.
Jefes de orquesta, banqueros, escritores, políticos, condes o empresarios, impecablemente vestidos, se precian todos de ir a bailar, a festejar o alojarse en el hotel “de Anna”
Dos guerras mundiales y la caída de los Habsburgo no interrumpen esas mundanas celebraciones. Romy Schneider, Nureyev, el príncipe Carlos, Jessye Norman (...) El lobby se sigue llenando de fotos dedicadas de personajes legendarios.
Al cabo de las décadas, el hotel crece. Ahora, ocupa seis edificios neoclásicos en el corazón de Viena.
Y es esta leyenda la que atrae a los vieneses, que acuden a llevarse una “Sacher Torte” en un ‘drive-in’ colocado en la calle, debido al confinamiento por la pandemia.
“Supe por la televisión que se podía pasar en coche, comprar un pastel y luego llevarlo a casa”, dice una cliente.
Como pan caliente
Los pasteles se venden como pan caliente. Son traídos directamente por el conserje, ya que los aparcacoches, porteros y mozos de equipajes están en situación de desempleo parcial.
“Hago un poco de todo” sonríe Uwe Kotzendorfer, impecable y distinguido conserje que lleva 20 años de servicio en el hotel, con un intacto entusiasmo.
En efecto, hay un poco de todo que hacer: verificar la temperatura en las minibodagas de vino, mantener el brillo de los mármoles en los cuartos de baño, o proceder a reparaciones en las desiertas habitaciones.
Incluso si la actividad está casi paralizada, “una parte de la historia de Austria reposa entre nuestras manos”, afirma la directora adjunta, Doris Schwarz.
“Y ahora, más que nunca, tenemos que estar a la altura” agrega, bajo el imponente retrato de matriarca que representa a Anna Sacher, con un gran cigarro entre los dedos, y dos bulldogs a sus pies.
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