Sandra Ferrer - publicado el 14/02/21
Rica y de buena familia, Rafaela Ybarra no se olvidó de las jóvenes que no tenían nada y vivían en riesgo de exclusión social. Su labor se materializó en una nueva congregación que décadas después de su fundación sigue haciendo una encomiable labor.
Rafaela Ybarra nació el 16 de enero de 1843 en un Bilbao en plena expansión industrial. El paisaje urbano cambiaba a ritmo vertiginoso mejorando la vida de unos pero empobreciendo a otros. Ella tuvo suerte, pues pertenecía a la alta sociedad bilbaína. No le faltó de nada, ni material ni espiritual. Con una formación esmerada y unos valores católicos transmitidos por su propia familia, Rafaela formó su propia y extensa familia cuando en 1861 se casó con el ingeniero José de Vilallonga. La casa pronto se llenó de niños. Siete tuvo la pareja, aunque dos no sobrevivieron a la infancia. Aún tuvo espacio Rafaela para acoger a cinco sobrinos.
Durante un tiempo, Rafaela se dedicó a los suyos además de acudir a las reuniones sociales y a participar en actos benéficos. Muy sensibilizada con los más desfavorecidos, Rafaela se dio cuenta de que, a pesar de la buena voluntad de las damas refinadas de dar limosna a los pobres, aquello era insuficiente en un mundo en el que cada vez había más pobreza e injusticia social. Así que Rafaela salió del mundo elegante y protegido en el que vivía y bajó a buscar a las niñas y jóvenes en riesgo de exclusión.
Rafaela Ybarra trabajó sin descanso para buscar para ellas refugio
Les encontró un hogar donde vivir y promovió talleres para que pudieran formarse y valerse por sí mismas. Impulsó la creación de instituciones que protegieran a las mujeres en el ámbito económico, social y laboral. Todo ello culminó en 1894 cuando, junto a otras compañeras, nació la idea de lo que tres años después sería la creación de la Congregación Ángeles Custodios, un nombre que hacía honor a la labor que desde entonces iban a realizar: “amar, guiar, proteger, orientar y acompañar sin perder nunca de vista la presencia de Dios”. Con el beneplácito de su marido, Rafaela hizo profesión religiosa al fundar la congregación.
Desde entonces, y hasta el final de su vida, se volcó de lleno en mejorar la vida de unas niñas y jóvenes que, de no ser por Rafaela y sus hermanas de la congregación probablemente habrían terminado en la pobreza y la marginación. El amor a los demás, basado en su amor a Dios, fue el motor de su incansable labor basada en un sencillo pero poderoso lema: “Nunca os canséis de hacer el bien”.
Obrad sólo por amor
Por desgracia, la vida de Rafaela Ybarra se apagó muy pronto. El 23 de febrero de 1900, fallecía a la edad de cincuenta y siete años dejando huérfanas a sus hermanas y a todas las muchachas a las que había ayudado. Todas ellas la recordarían y sus palabras se convertirían en su aliento: “Obrad solo por amor ¡Qué puede llamarse sacrificio cuando se ama!”
Ochenta y cuatro años después de su muerte, el 30 de septiembre de 1984, el Papa Juan Pablo II la beatificó, afirmando que los fieles debían sentirse “atraídos por su ejemplo y con su ayuda sigamos más generosamente a Cristo con una vida auténticamente cristiana”.
En la actualidad, la congregación que nació gracias al espíritu solidario y de amor al prójimo de Rafaela Ybarra está presente en más de treinta ciudades de España y América. Las hermanas de la Congregación Ángeles Custodios (https://angelescustodios.net/), una “congregación de mujeres que trabajan en el mundo de la mujer”, se esfuerzan cada día para conseguir el objetivo de “acoger amorosamente, proteger y educar a los menores y acompañar a las jóvenes en sus procesos de integración social y madurez humana y cristiana”.
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