sábado, 7 de mayo de 2022

LA SEMANA DE LA PATRIA



 RAFAEL SIMÓN JIMÉNEZ

LA REIVINDICACIÓN DE LOS HÉROES DE NUESTRA INDEPENDENCIA ERA COMPONENTE INDISPENSABLE DE LA MONSERGA OFICIALISTA

Una de las características comunes a todos los dictadores, es la pretensión de querer dar a su permanencia en el poder una justificación política o ideológica que sirva de tinglado a sus aspiraciones de poder personal. Esas ideas que harían al líder imprescindible, generalmente se acompañan de rituales y parafernalias que pretenden exponer una simbología de los objetivos del régimen. Hitler el más grande genocida de la historia, hizo del Nacional Socialismo, una amalgama idearía que pretendía reivindicar el pangermanismo, la superioridad de la raza aria, el prusianismo, y buscaba en ideas enrevesadas como el súper hombre de Nietche, o las ideas de Ratzel y Hanshofer sobre el papel de la raza o la geopolítica, pivotes ideológicos, que de la mano de su desquiciada ambición de poder, derivarían hacia el antisemitismo, el holocausto y la guerra mundial.

Mussolini, histriónico y parlanchín, sedujo a los italianos con las ideas de la grandeza del gran imperio romano, considerándose a sí mismo como llamado por los dioses para devolver a Italia su grandeza imperial. Terminarían, su país arrasado por la guerra, y el mismo colgado luego de ser fusilado por los partisanos. Milosevic, mas reciente ofrecía el predominio de la gran serbia para liquidar a croatas, bosnios y herzegovinos, y terminar muerto, mientras esperaba juicio ante el tribunal penal internacional. La dictadura militar de Pérez Jiménez, pretendió exaltar las bondades del régimen represivo y autoritario, tras las galimatícas tesis del "nuevo ideal nacional", construido a retazos con sobras del viejo positivismo, el pretorianismo y el "destino manifiesto" de los ejércitos que anidaba en las logias castrenses del continente, y por supuesto una pretendida defensa de la soberanía, y un nacionalismo de discurso, tras el cual se escondía una entrega del país a los capitales foráneos y una subordinación a los dictámenes de la política exterior norteamericana.

La reivindicación de los héroes de nuestra independencia, de su gesta y sus glorias, era componente indispensable de la monserga oficialista, que buscaba conectar el papel de las fuerzas Armadas, con el rol histórico de los hombres que forjaron nuestra emancipación, y para ello se requería un ritual, una ornamenta y una puesta en escena, que sirviera para convencer a los venezolanos, de que la obra de la tiranía era continuación, de la de nuestros libertadores. Para darle mayor pompa y colorido, al fárrago de conceptos nacionalistas que formaba parte del formato gobiernero, se instituyo "la semana de la patria", alrededor de la conmemoración del 5 de julio de 1.811 fecha de nuestra declaración de independencia, y la cual se convertía en jornada obligadamente masiva del conjunto de la población y especialmente de estudiantes y funcionarios públicos, quienes protagonizaban desfiles, donde los hombres iban vestidos de "liquilique" y las mujeres con trajes típicos, y debían en el caso de la capital desfilar en la avenida Urdaneta, donde desde una tribuna especialmente construida para tal fin, el dictador observaba y saludaba a los desfilantes, acompañados de su tren ministerial y de altos miembros del elenco gubernamental.

El propósito de la extenuante jornada, de concurrencia obligatoria y supervisada en cada dependencia con amenaza de despido y represarías, era aglutinar en torno a una fecha de honda significación entre los venezolanos, a civiles y militares, que amen de dar realce a una conmemoración tradicional, legitimaban el emparentamiento del régimen de Pérez Jiménez con las viejas glorias y el legado, de los fundadores de la patria. Laureanito Vallenilla Planchart, ministro de Relaciones Interiores del Régimen, y quien al calco fiel del desafortunado papel cumplido por su padre como ideólogo del gomecismo, pretendía ejercer tutoría ideológica sobre el régimen, expresa en su libro de relatos autobiográficos escrito de memoria, que consideraba a la semana de la patria una perdida innecesaria de tiempo y algo lleno de frivolidad y cursilería, e incluso e atreve a salpicar sus opiniones con una infidencia, en la que señala que cansados y sudados, sus compañeros de gabinete, luego de largas horas de desfile, uno se atrevió a susurrarle a la oreja "carajo Laureano, a mí no me provoca renunciar al ministerio si no durante la semana de la patria".

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