Es de tarde y el sol está rebotando sobre el balcón del pequeño apartamento. Teodoro acaba de abrirnos la puerta, está muy sonreído. Ya no recuerdo por qué Ibsen Martínez y yo estamos ahí, a cuenta de qué hemos ido a verlo. Pero con cierto apremio nos hace pasar, nos dice que nos sentemos y nos muestra unas hojas de papel que tiene en sus manos. Es una tarea de escuela que ha escrito su nieta en París. Está orgullosísimo. Quiere leérnosla. Se sienta también él en un sillón, levanta sus lentes y nos pregunta si puede leerla en francés. Los dos decimos que mejor nos la traduzca. Teo desliza su mirada hacia las hojas, sonríe y masculla con una mezcla de sorna y de ternura:
—¡Como se nota que nunca estuvieron en la cárcel!
Ahí donde algunos solo vivían o veían una prisión, Teodoro Petkoff también encontraba una oportunidad para aprender idiomas. Eso lo definía. Nunca estaba en calma. Siempre quería más. Siempre conseguía una nueva pregunta.
Teodoro solo podía entender la existencia desde la pasión, desde el movimiento. Fue un hombre llevado por la inquietud. Jamás huyó de las preguntas. Por el contrario, cada vez que pudo, fue a buscarlas, a desafiarlas. Se dejó interrogar por la realidad y, con honestidad y valentía, siempre fue irreductiblemente leal a esa búsqueda. Y siempre, además, estuvo dispuesto a asumir el gran riesgo de cambiar.
Fue miembro del Partido Comunista pero luego también denunció el totalitarismo soviético. Terminó vetado por la URSS y sin visa de los Estados Unidos. Fue un hombre de acción y de ideas. Protagonizó fugas espectaculares de cárceles militares y escribió libros memorables. Fue guerrillero en la década de los sesenta pero también, después, supo y pudo ser un demócrata radical, candidato a la presidencia, ministro, líder político. Fundó un partido al que renunció para no apoyar a Hugo Chávez. Se reinventó en el periodismo y, desde ese espacio, se convirtió en uno de los más grandes críticos del proyecto autoritario autoproclamado como la "revolución bolivariana". Su estilo directo, su manera de desnudar al poder, la naturalidad con la que planteaba el debate abierto y el cuestionamiento, su sencillez ante las ceremonias de cualquier élite...Terminaron convirtiéndolo en una referencia de integridad para varias generaciones y de lucidez intolerable para el gobierno. Teodoro Petkoff tenía la épica y la autoridad moral que al chavismo siempre le faltó. Nunca se lo perdonaron. Por eso lo persiguieron y lo acosaron hasta el último momento.
En medio de la anti política y del culto religioso a Chávez, Teodoro logró ser un líder enorme, sin partido y sin iglesia. Sin proponérselo, convocó a su alrededor entusiasmos personales profundos. Ser o no ser teodorista, no implicaba necesariamente estar de acuerdo con todo lo que Teodoro decía o proponía. Más que comprometer algunas líneas concretas de acción o de pensamiento, más que suscribir una línea ideológica particular, representaba apoyar una manera de estar en la vida pública del país; una forma de apostar por el debate abierto, por la transparencia, por decir y defender lo que se piensa, con honestidad, sin concesiones; una manera de seguir buscando siempre otras preguntas, de convertir la incomodidad en una práctica política.
El teodorismo es, también y sobre todo, una forma de afecto, una manera de admirar a un hombre entrañable, de una generosidad maravillosa y de una inteligencia desconcertante; un hombre auténtico, independiente y corajudo. Con quien tanto quisimos y a quien tanto extrañaremos.
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