miércoles, 21 de agosto de 2019

Felo, inmortal del Caribe; por Mari Montes

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MARI  MONTES
Todos mis amigos magallaneros, que son muchos, recuerdan siempre que la última voz que escuchaban antes de quedarse dormidos, era la de Felo Ramírez. Lo escuchaban en sus pequeños radios transistores, en la mesa de noche o en la almohada, hasta que caía el último out, para quedarse oyendo los comentarios finales.
Era mejor cuando la Nave estaba arriba en la pizarra y Felo Ramírez anunciaba: “¡ESTÁ GANANDO EL MAGALLANES!”. Era, según cuentan, una doble emoción que estuviera ganando el equipo y que lo narrara “Lo mejor del Caribe”. Bastaba cerrar los ojos para ver la pelota volando cuando Felo iniciaba la narración de la trayectoria:
“La bola se va elevando, se va elevando… yyyyyyyy la bolaaaaaa seeeeeeee llevó la cerca”.
El bateador daba la vuelta al cuadro y la audiencia podía verlo como si estuviese en el parque, era un mago capaz de transportarlos a su cabina, desde donde podía mirarlo todo. Los grandes nombres de los Navegantes hicieron jugadas espectaculares que Felo describía en su dimensión. Los niños caraquistas teníamos a Delio y los niños del Magallanes tenían a Felo.
Honraba el juego cada vez que un hombre era puesto fuera, robaba una base o daba un buen batazo. No exageraba, no se quedaba corto de palabras para narrar con exactitud lo que sus ojos estaban viendo. Amaba el béisbol y respetaba a todos sus protagonistas: jugadores, técnicos, umpires, personal de terreno y de la cabina, sus compañeros, y la inmensa audiencia que confiaba en que el juego transcurría tal como lo narraba Felo.
Era divertida la elegancia con la que solía quejarse de algunas decisiones de los árbitros, si el pitcheo estaba ahí en la esquinita, esas pelotas que pueden ser cualquier cosa y la sentencia demoraba, exclamaba “¡Canta Caruso!” y si el ponche no le parecía, era suficiente escucharlo decir que lo había ponchado el umpire, para saber que el envío había sido una bola.
Desde temprano aprendió a leer el juego, para encontrar las claves que le permitían estar unos segundos adelante, la ubicación de los jardineros, movimientos de los árbitros, reacciones del público cuando aún no está tan claro para todos si la pelota sale de HR o es foul.
En el beisbol, no basta con seguir a la pelota para ver toda la acción. Fueron 72 años narrando, desde que comenzó como anunciador en su amada Bayamo, en Cuba. Perteneció a la legendaria “Cabalgata deportiva Gillette”, junto a Musiú Lacavalerie y Buck Canel. Hablar con él de aquellos años era una delicia, porque nada disfrutaba tanto Felo como hablar de béisbol, de evocar momentos que le tocó describir. Su favorito, sin duda, el hit tres mil de Roberto Clemente.
También le tocaron hazañas como el HR 715 de Hank Aaron, el Juego Perfecto de Don Larsen, cantidad de juegos sin hits y otro montón de batazos importantes, como uno que recordaba especialmente un doble que Luis Aparicio le conectó a Sandy Koufax en la Serie Mundial de 1966, en la que se enfrentaron Dodgers y Orioles.
La trayectoria de Felo le hizo inmortal, distinguido con el Premio Ford Frick, que es el máximo honor para un narrador y que lo instala en Salón de la Fama de Cooperstown. Era inmenso Felo, pero era todavía más grande cuando iba caminando por cualquier estadio del Caribe y tenía sonrisas para todos, un momento para una foto, para firmar una pelota, un ticket del juego o lo que el fanático quisiera.
Recuerdo que el día que le conocí, era yo la voz en el Universitario de los Leones del Caracas y mi amigo Iván González me lo llevó a la cabina; jugaban los eternos rivales y cuando pude anuncié a todos que Felo Ramírez, “Lo mejor del Caribe”, estaba en el estadio. De inmediato vino la ovación de todo el parque, ya Felo no pertenecía solo a la Nave.
Desde que comenzaron los Marlins, se convirtió en narrador del circuito en español, así que toda la historia del equipo de Miami fue narrada por Felo, hasta abril, cuando tuvo un accidente descendiendo del autobús del equipo en Filadelfia. Hizo duplas sensacionales en todos sus años frente al micrófono y su último compañero fue Yiky Quintana, con quien compartía una narración especialmente grata, emocionante, divertida, educativa, con interacciones con la audiencia y siempre con amabilidad.
Le tocó duro a Yiky narrando el doble juego el martes, estaba solo porque Raúl Striker no pudo llegar. Narró con el pesar y la tristeza de saber que Felo se había ido, cuando existía la ilusión de tenerlo de nuevo porque daba muestras de mejoría, pero retrocedió y de alguna manera nos agarró a todos fuera de base. La muerte siempre sorprende.
Yiky narró desde el último estadio donde estuvo Felo. Se hizo un minuto de silencio y los Marlins colgaron un jersey con el número 94, como su edad, y su nombre: Felo.
Stanton se fue a las gradas y más lejos la llevó Suzuki. Ozuna también la voló y peces ganaron los dos.
Le gustaba hablar de Roberto Clemente, recordaba que el “Cometa de Carolina” lo había invitado aquel 31 de diciembre a llevar ayuda a Nicaragua, pero se excusó para quedarse con su Fela adorada recibiendo el año nuevo y por eso no lo acompañó. Se habrían ido dos grandes, pero Felo tenía muchos innings por narrar y litros de café del Versalles.
Increíble la cantidad de fotos que los fanáticos subieron a sus redes el martes. Decenas, centenares de fotos con él, porque nunca decía que no, consciente del cariño que se había ganado. Está en álbumes y galerías virtuales, su muñequito Bobble Head está en repisas junto a retratos de familias. Cada quien se quedó para siempre con una jugada narrada por él o un gran batazo.
Los niños que aún son niños y siguen a los Marlins, lo recordarán siempre como el abuelito que narraba los jonrones de Stanton o el hit tres mil de Ichiro. Mis amigos lo recordarán y volverán a ser niños y Don Baylor o Mitchel Paige otra vez volarán la cerca.
¡Te vamos a extrañar Felo, pero los tipos como tú no se van, por algo los llaman “inmortales”!

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