Cástor González @castorgonzalez |
Al final de la historia no fue el cambio climático que tanto se afanó Greta en advertir; tampoco fue Kim quien desde Pyongyang lanzó una batería de misiles para amenazar el frágil equilibrio del planeta; ni la escalada desbordada del conflicto árabe-israelí desplegando el terror como solo allí saben hacerlo. No fue tampoco un ataque con armas químicas del tipo del que acusaron en algún momento a Sadam de preparar desde Irak o más recientemente a Al Assad en Siria; y menos aún se trata de la resurrección de algún episodio trasnochado de la Guerra Fría que con la amenaza de destrucción mutua haya paralizado o puesto en vilo al mundo entero.
Por Cástor González Escobar (*)
Digamos que, por suerte, ninguna de las anteriores ha sido la causa de ese serio cortocircuito que ha detenido el giro regular y caótico de quienes habitamos el orbe, sino más bien, como todos ya sabemos, se trata de un virus que afecta nuestro sistema respiratorio y que operando como una gripe seria y dependiendo de varios factores, puede derivar hasta en el fallecimiento de quien lo contraiga. Se trata del oficialmente designado por la comunidad científica como SARS-CoV-2 o SINDROME RESPIRATORIO AGUDO SEVERO 2, también conocido cono COVID-19 o CORONAVIRUS.
El virus chino, así etiquetado por Trump, fue subestimado bajo el principal argumento de que su tasa de motarlidad era potencialmente menor al que anualmente mostraba la gripe estacional o influenza. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, pues múltiples factores no fueron tomados en cuenta y entre ellos tal vez el más importante, que era el riesgo inminente del colapso absoluto de sus sistemas de salud, tal como ya se puso de manifiesto en la dramática situación italiana o española.
A estas alturas, ya tomado en serio, aunque en algunos casos tal vez un poco tarde, como aparentemente lo ha sido en el Reino Unido o en el mismísimo Estados Unidos, donde aún a estas alturas la disponibilidad de pruebas o kits de diagnóstico son insuficientes, el CORONAVIRUS ya está produciendo más daños colaterales en lo socioeconómico, que daños directos sobre la salud de los individuos, pues lo que se puede avizorar desde ya y sin ser algún erudito en las ciencias económicas y sociales, es que la recesión económica ya es y será aún más inédita, pues apenas se asoma por lo pronto una pequeña punta del iceberg, aunado ello a la profunda herida que la denominada cuarentena social está generando en la interacción humana y en el comportamiento que para mal o para bien tenemos regularmente en sociedad.
En perspectiva, en el caso del virus chino como en cualquier otra área de la vida, toda acción genera una reacción, que en esta ocasión se asoma como devastadora, al punto de que comienzan a surgir cuestionamientos válidos sobre la pertinencia de las medidas aplicadas, preguntándose algunos en muchos casos con razón, si el remedio aplicado no resultará peor que la misma enfermedad, pues la parálisis a la que ha sido sometido el mundo moderno, el productivo, es casi total, emanando de allí la más que previsible conclusión, de que que es muy fácil parar, pero cuesta imaginar cuanto costará poner nuevamente la rueda a girar a la misma velocidad con la que venía girando, pues asimilando lo que ocurre a una parada industrial, la que vivimos no fue programada en lo absoluto sino más bien abrupta y en gran medida desordenada. Resulta complicado anticipar entonces cuanto demorarán en reordenarse todos los esquemas y procesos productivos, luego de que la acción aplicada es una orden de inacción absoluta.
Lo más cierto en todo caso a estas alturas del partido, es que sea cuando sea que se supere este episodio del CORONAVIRUS, el mundo que quedará ante nosotros será distinto y el cambio será abismal. El post COVID-19 derivará en algo tan diferente como lo fue el mundo que siguió al 11 de septiembre de 2001, donde cambiaron todos y cada uno de nuestros esquemas y hábitos de seguridad; tan distinto como resultó después de la caída del muro de Berlín y con el final de la Guerra Fría; o como resultó en la postguerra luego de Hiroshima, Nagasaki y del triunfo de los Aliados sobre el Tercer Reich. En el nuevo mundo que estamos por ver, viviremos en una nueva normalidad, donde no podremos abordar un avión o cualquier otro transporte público sin una mascarilla, las cuales deberán estar disponibles en cualquier parte como una servilleta o papel higiénico en los baños públicos; el uso de antibacterial será norma en todos los sitios públicos; nos tomarán la temperatura para abordar el transporte colectivo y en la entrada de todo recinto para asistir a eventos culturales, deportivos o recreativos de cualquier naturaleza donde haya aglomeración de personas. En el nuevo mundo, no será suficiente cubrirse al toser, sino que ameritará recluirnos y aislarnos hasta que no haya el menor rastro de gripe o resfriado, so pena de ser censurados socialmente y tachados de irresponsables, con lo que los simples resfriados se convertirán tal vez en la primera causa de ausentismo laboral. En ese nuevo mundo, el distanciamiento social aumentará y se acentuará durante cada invierno del hemisferio Norte, durante el cual la sociedad se preparará para afrontar una nueva contingencia, tal como en Florida año tras año se preparan para la temporada de huracanes.
La buena noticia, es que más temprano que tarde el drama pasará. Surgirán películas con el CORONAVIRUS como tema central, abundarán las teorías de conspiración responsabilizando a alguna siniestra organización o país de la propagación del virus, pero, así como en cada nueva primavera renace la naturaleza, los humanos estaremos de nuevo en las calles, reunidos, compartiendo, trabajando y disfrutando. Por lo pronto, toca cuidarse y asumir individualmente ahora más que nunca nuestra responsabilidad ante nuestro entorno y prepararnos para vivir con nuevas condiciones y con nuevos estándares de normalidad. ¡Bienvenidos al nuevo mundo!
(*) Abogado. Presidente del Centro Popular de Formación Ciudadana -CPFC-
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