jueves, 5 de enero de 2023

Cuatro propósitos sexuales que todo el mundo puede poner en práctica en 2023

 


Rita Abundancia es periodista, sexóloga y autora de la web RitaReport.net.

Pensar menos y sentir más o concederle al deseo el espacio que se merece en el día a día son algunos de los pequeños grandes retos para llevar a cabo este nuevo año y lograr tener una vida sexual más satisfactoria

Nuestra lista de resoluciones eróticas para el año que comienza contiene una serie de pequeños grandes retos muy a tono con el espíritu de los tiempos que corren: desde limitar el contenido sexual informativo para evitar la saturación hasta despolitizar los dormitorios. Una serie de buenos propósitos para tener una vida sexual más saludable en 2023.

Menos información y más introspección

Nunca ha habido tanta información y tan accesible sobre el sexo como ahora. Sin embargo, esta ingente cantidad de data no siempre se traduce en conocimiento. A veces, puede producir un efecto contrario y derivar en confusión. Una avalancha de referencias que no tenemos tiempo de registrar ni asimilar y a las que, como mucho, les echamos un vistazo de lejos para archivarlas en nuestro disco duro con la etiqueta equivocada o imprecisa.

¿No sabe lo que es un coreorgasmo, el squirt o el método Florentino (que nada tiene que ver con el presidente del Real Madrid)? Pues corra a informarse. O, aún mejor, busque algún experto o coach en la materia, licenciado en no se sabe dónde, para que le enseñe estas imprescindibles técnicas amatorias.

Muchos jóvenes de hoy empiezan la construcción de su estructura sexual por el tejado, en vez de por los cimientos; ya que alternan sus deberes escolares con el visionado de un bukkake en la intimidad de sus habitaciones; al mismo tiempo que se preguntan si una mujer puede quedarse embarazada si tiene la regla o planean, con sentimiento de culpa, perder la virginidad porque sus amigos ya lo han hecho.

Se habla mucho de técnicas, posturas, tríos y muy poco de afectos y sentimientos, que la gente parece manejar cada vez con más torpeza. En plena moda de los cuerpos no normativos, todos retocan sus fotos hasta convertirse ya en una caricatura, antes de subirlas a las redes sociales. El sexo parece una asignatura obligatoria, y hay que llegar al nivel avanzado, pero nuestros padres y abuelos tenían más relaciones sexuales que nosotros.

Así, este barullo mental crece y crece y la información es ya dispersión que nos impide disfrutar. La única solución posible pasa por olvidar la mente, centrarse en el cuerpo y conjugar el verbo sentir en todos sus tiempos. Todo lo que necesitamos experimentar está dentro de nosotros y no en las redes sociales.

Cambiar el porno por la literatura y los cómics eróticos

Vaya por delante que me gusta el porno, lo consumo (aunque no me consume a mí) y, con mi natural tendencia a ser abogada de las causas perdidas, lo defiendo cada vez que alguien lo culpabiliza, junto con el reguetón, de la falta de ganas y de la ignorancia sexual patria, de los embarazos no deseados, del declive de Occidente y no faltará quien lo relacione con el cambio climático. Pero el problema no está en el porno, sino en el uso que hacemos de él.

Por supuesto que se podría hacer mejor pornografía, pero culpar al cine para adultos de una pobre o desenfrenada vida sexual sería como culpar a Hollywood de estar en el paro, compartir piso a los 60 o sufrir de depresión o ansiedad; y, francamente, creo que esta última teoría no estaría falta de argumentos.

El problema con el porno es cuando lo integramos en nuestra vida cotidiana, como al metro; porque entonces uno está entrando de lleno en un proceso de desensibilización al necesitar, cada vez, alicientes más fuertes. Los yonquis de la pornografía están mecanizando su conducta sexual basándose en unos estímulos muy determinados, como el perro de Pávlov. En la vida real las mujeres no tienen tetas a las que no afecta la ley de la gravedad, ni culos de pato, y los hombres no vienen con penes megaerectos que rompen nueces. En la vida en tres dimensiones la gente es distinta, uno debe cambiar de estrategia con cada amante y no seguir siempre la misma pauta para acabar con un final feliz. En la vida real hay sabores fuertes y sutiles; y si uno come solo patatillas extra saladas, puede que luego no le encuentre la gracia a una lubina al horno, con aceite y limón. ¡Una pena!

Hay que dejar la pantalla, de vez en cuando, y excitarse de otras formas; por ejemplo, leyendo literatura erótica y cómics eróticos. O, si se es muy vago, recurrir al audioporno. Estimular la imaginación, que es mucho más guarra que la retina.

No politizar el sexo

Entre las muchas definiciones de lo que es la política me quedo con la de Groucho Marx: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Pero la política es también esa criatura bulímica que quiere tragárselo todo y entrar en todas las estancias de la casa buscando algo que devorar, incluyendo el dormitorio.

Las dictaduras nunca han dudado en legislar sobre lo que los ciudadanos pueden hacer o no con sus cuerpos. Podemos observar una peligrosa tendencia mundial a politizar las relaciones y las orientaciones sexuales, a convertir los cuerpos en campos de batalla, a suscribir o identificar determinadas prácticas con ciertas ideologías y hasta partidos políticos; a empezar a crear nuevas clasificaciones sobre lo que es políticamente correcto o no. Algunas personas que se sienten muy identificadas con ciertos movimientos o ideologías empiezan a establecer un código de conducta sexual con prácticas deseables o indeseables, como si el coito, por ejemplo, tuviese una alineación política o estuviera suscrito a algún partido.

La Iglesia católica ya hizo eso hace siglos, cuando permitía ciertas actividades, destinadas a la procreación, y prohibía otras, que solo perseguían la lujuria. Miles de traumas sexuales han sido necesarios para deshacernos de esta moral; no abracemos ninguna otra disfrazada ahora de militancia. En la historia de la humanidad los buenos amantes siempre fueron los que supieron abstraerse de todo el adoctrinamiento de la época; ya vinera en forma de moral, religión, cultura, política o buenas maneras. Ellos cerraban las puertas de sus alcobas y, con libertad y de mutuo acuerdo, creaban sus propios universos.

Una vida con espacio para el deseo

Las consultas de los sexólogos están llenas de mujeres y, cada vez más, hombres con deseo sexual hipoactivo. Personas sin ganas, aunque sin problemas de salud y con una edad en la que no deberían presentarse estos trastornos. Se les recetan pautas, ejercicios, rutinas que pueden funcionar y que se registran en esos artículos tan socorridos en las secciones de sexo: Consejos para recuperar el apetito sexual o Cómo salpimentar tu vida de pareja.

Una vez más, el problema se deriva al individuo y no a la sociedad. Porque hay que tener deseo llevando una vida estresante, aséptica, cada vez más mecanizada, en la que se propicia el enfrentamiento entre los sexos y en la que las pantallas proporcionan historias ajenas que impiden que construyamos la propia. Hay que conservar las ganas tras ver el telediario que nos recuerda, dos veces al día, que el mundo está a punto de estallar. Hay que ser un seductor/a pero de la manera correcta, la que va con los tiempos que corren, ni mucho ni poco, ni pasarse ni no llegar y el punto exacto se convierte en la aguja en el pajar que nunca se encuentra.

Ante tantos obstáculos, el deseo desaparece porque el deseo es un niño que requiere atención y tiempo, y no le gustan las prisas. En una sociedad no deseante, lo más normal es no tener deseo. Así que, en vez de preguntarse por qué no tiene ganas, pregúntese cómo puede hacer para construir una vida donde haya espacio para el deseo; sabiendo que a este le gusta la tranquilidad, el tiempo libre, el buen trato, la imaginación, el flirteo, el sentido del humor, las jornadas de ocho horas (o menos) y hasta los lunes al sol. La solución es más compleja, pero es la definitiva y puede matar varios pájaros de un tiro.

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